Sociedad
La identidad y las expectativas ajenas
Generalmente, lo que esperan de nosotros los demás tiene un gran peso en nuestras vidas. ¿Cuán difícil es romper identitariamente con las expectativas de otros?
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A menudo resulta difícil romper identitariamente con lo que se espera de nosotros. Aunque hay personas cuya autoestima o fe en sí mismas (debida a una gran multitud de factores: sociales, culturales, contextuales, genéticos, etc.), cuentan con mayor facilidad o autonomía para decidir por sí mismas, generalmente las expectativas de los demás tienen un gran peso en nuestras vidas a la hora de tomar decisiones. Podríamos decir que quien se amolda sin miramientos a las expectativas ajenas es un enajenado o un alienado, al menos si nos adherimos a la sencilla definición del vocablo «alienación» presente en la RAE: «Limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales».
Este tipo de tensión entre lo que uno desea y lo que otros esperan de uno es muy visible en el ámbito de la elección de estudios, carreras y profesiones. En ocasiones, los padres de un estudiante desean que curse una determinada carrera u opte por una profesión concreta puesto que «quieren lo mejor para él o ella». Al llegar a la mayoría de edad, y reconocer que es difícil ganarse el sustento, quieren que opte por una carrera «con salidas». No es raro que el protagonista, aquel que ha de elegir la profesión a ejercer, estime que esa «salida» no es más que una «encerrona». «Estudia Derecho, hijo mío, o Económicas, o Administración y Dirección de Empresas», sugieren muchas veces los padres. Este tipo de elección es lo que en inglés ha venido a llamarse «to work in a bank» («trabajar en un banco») o «from nine to five» («de nueve a cinco»), es decir, optar por ejercer profesiones proverbialmente aburridas, antiestimulantes y contrarias a toda excitación o aventura. En España, el funcionariado sería la opción de este estilo.
La identidad, sin duda, se construye desde dentro y desde fuera
Por otro lado, y particularmente durante la juventud, es el mundo social el que ejerce presión (o, más bien, aquel por el que nos dejamos presionar); lo que ha venido a llamarse en inglés «peer pressure» (o «presión de los pares»). Muchas personas no tienen un criterio claro de lo que les gusta o deja de gustar y, por tanto, eligen productos de consumo (musicales, de ropa, estética…) que creen les permitirán pertenecer a un grupo y no quedar aislados socialmente, exiliados. La identidad, sin duda, se construye desde dentro y desde fuera. Es una síntesis de ambos planos. No obstante, el producto final ha de ser juzgado por otros, no por uno mismo (opción, esta última, que nos llevaría a un solipsismo sin salida). En palabras del expresidente del Estado español José Luis Rodríguez Zapatero: «La identidad personal no es cómo uno se ve a sí mismo, sino cómo te ven los demás». Es importante poner de nuestra parte para generar la identidad deseada, pero esta solo es creada desde las acciones, no desde el mero deseo, como a menudo se dice hoy en día.
Son las acciones sustanciales las que nos permiten consolidar nuestra identidad y ganarnos individualmente el respeto de los demás. Ninguno de nosotros puede autodeterminarse. Incluso en el caso de que lográsemos todos nuestros objetivos de vida, los demás siempre nos percibirían de un modo diferente de aquel en que nos gustaría ser percibidos.
Para elaborar una identidad sólida y habitable es necesario apostar y trabajar por lo que uno desea, al margen de las expectativas de otros, ya sean padres, amigos u otros agentes sociales, pero teniendo en cuenta los peligros y dificultades que entraña la vida objetiva; un equilibrio difícil de mantener en los tiempos que corren, donde muchos discursos afirman que por el mero acto de volición nuestros anhelos se hacen realidad y nos convertimos en aquello que nos gustaría ser. Debemos subrayar que una cosa es la autoimagen y otra la realidad de lo que uno es. De ahí que venga bien conocerse a uno mismo a través de la mirada ajena. Como decía el médico griego del siglo II d.C. Galeno: «Cuando se prescinde del juicio de los otros para formarse una opinión de sí mismo, es habitual caerse».
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