Desigualdad

Dime cómo te llamas (y te diré quién eres)

Nuestro nombre impacta tanto en nuestra propia percepción como en la que tienen los demás sobre nosotros. Los nombres favorecen o discriminan a quienes los llevan.

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02
junio
2023

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«Tú respondes al nombre de Ernesto. Tienes cara de llamarte Ernesto. Es perfectamente absurdo decir que no te llamas Ernesto», le dice Algernon a Jack en la obra de teatro La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde. Este diálogo ejemplifica el impacto que los nombres pueden tener en la vida de alguien, no solo sobre el autoconcepto sino también sobre la forma cómo lo perciben los demás.

No podemos elegir nuestro nombre, o al menos no a priori. La elección de nuestros padres o cuidadores responde a diversas cuestiones, ya sea por tradición familiar, ámbito cultural, su propia creatividad, las personas famosas del momento o los nombres que estaban de moda cuando nacimos. La psicóloga estadounidense Jean Twenge ha descubierto que los niños a los que no les gusta cómo se llaman o están insatisfechos con sus nombres tienden a experimentar problemas de autoestima y a tener una adaptación psicológica más deficiente.

Y es que los nombres son nuestra carta de presentación y pueden ser fuentes de información de todo tipo: pueden representar nuestro origen, género e incluso clase social. Precisamente por esta razón, cuando nos presentan a alguien, solemos pensar ya ciertas cosas por cómo se llaman o apellidan, ya sea con base en referencias que tenemos o en ideas preconcebidas sobre su identidad.

Los niños a los que no les gusta cómo se llaman o están insatisfechos con sus nombres tienden a experimentar problemas de autoestima

Varios estudios han demostrado que los nombres poco comunes o difíciles de pronunciar tienen repercusiones sobre la percepción de los demás. La gente reacciona más positivamente ante los nombres que son fáciles de pronunciar y se forma mejores impresiones sobre las personas que los llevan. Es tan sencillo como esto: los nombres generan prejuicios, a veces positivos y otras veces negativos, con grandes implicaciones sobre las perspectivas socioeconómicas, las oportunidades laborales, el acceso a la vivienda o a los créditos bancarios.

En Estados Unidos, se ha encontrado en que la gente con apellidos más fáciles de pronunciar en las firmas de abogados ocupa posiciones de mayor estatus. Es decir que los nombres «de élite» tienen más posibilidades de ocupar posiciones de liderazgo y tener mayores ingresos. Por otro lado, también se han hallado sesgos en el sistema judicial estadounidense relacionados con el nombre: las investigaciones han demostrado que un hombre llamado Jamal, un nombre «estereotípicamente negro» recibiría sentencias más severas que otro llamado James, un nombre «estereotípicamente más blanco».

Y el nombre también puede tener repercusiones sobre las evaluaciones académicas. Trabajos firmados por niños con nombres ligados a estratos sociales más bajos en Alemania, como Kevin o Cedric, suelen tener peores calificaciones que pruebas idénticas firmadas por Maximilian, Jakob o Simon, de acuerdo con los hallazgos de la Universidad de Oldenburg.

Aunque también se ven estos sesgos en el ámbito laboral: a pesar de recibir el mismo currículum, los reclutadores llaman con más frecuencia a ciertos grupos antes que a otros para entrevistarlos o, eventualmente, contratarlos. En EE.UU., las personas con «nombres afroamericanos» tienen menos probabilidades de recibir respuesta en sus solicitudes de empleo en comparación a aquellos con nombres «más blancos». E investigadores de la Universidad de Oxford y de la University College de Dublín encontraron una situación similar en Cataluña: los hallazgos del estudio Who is the majority group? Hiring discrimination in plurinational contexts: the case of Catalonia muestran «una clara ventaja en el mercado laboral para los solicitantes de empleo con apellidos de ascendencia catalana por encima de quienes tienen apellidos de ascendencia española o pertenecen a otras minorías étnicas».

Al ser un símbolo del yo, nuestro nombre es una de las bases sobre las cuales construimos nuestra identidad. Impacta sobre nuestra personalidad y, al igual que la forma en que nos vemos o nos vestimos, puede cargar con estereotipos culturales y sociales que varían según el contexto. Pero eso no significa que estos estereotipos no se puedan deshacer.

El caso de los Kevin en Francia es una muestra de cómo un nombre estigmatizado puede «reivindicarse». En décadas pasadas, el nombre se popularizó en el país y fue asociado con las clases bajas y con estereotipos negativos como la falta de educación o el mal comportamiento. Sin embargo, varios políticos franceses llamados Kevin han llegado al poder y han demostrado que la «mala reputación» es solo un tema perceptual. Y es que los estereotipos son precisamente eso: generalizaciones simplistas y prejuiciosas que no necesariamente son ciertas, pero que pueden tener consecuencias muy reales.

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