Cultura

«En mi caso la clase social es una especie de filiación emocional»

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Estrella Méndez
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04
octubre
2024

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Estrella Méndez

Desde que debutara en 2010 con El hijo del futbolista (Caballo de Troya, 2010), novela en la que recreaba su adolescencia y cuyo título hacía referencia a su propio padre, que llegó a jugar en el Recreativo y en el Betis, el escritor Coradino Vega (Huelva, 1976) ha gozado de un amplio reconocimiento. La suya es una literatura que vuelve sobre el individuo, en la línea de Cervantes y Galdós, y que indaga en la brecha de clase, una cuestión central tanto en su muy reciente ficción Entre mujeres (Galaxia Gutenberg, 2024), ambientada en la localidad minera en la que creció, como en la aproximación a la figura del escritor Arturo Barea, que publicó a comienzos 2024 en la editorial malagueña Zut bajo el título Arturo Barea: retrato de un temperamento.


¿De dónde viene su interés por Barea?

Diría que de una especie de afinidad muy profunda que ya estaba ahí la primera vez que me acerqué a sus libros. Me refiero a una simpatía que va más allá de que me sienta próximo a sus ideas políticas: es algo también literario y personal, casi diría que temperamental.

Y el libro, ¿cómo surgió?

La idea viene del escritor Juan Bonilla, que dirigía una colección que buscaba que autores actuales retrataran a una figura del pasado. La colección se llama «Vidas Térmicas» e incluye obras de Juan Soto Ivars y de Alberto Olmos, entre otros. No dudé a la hora de elegir a Barea, seguramente por dos razones: pertenece a la tradición en la que yo, modestamente, quisiera inscribirme, que es la de Cervantes y Galdós, y además como profesor he visto que en demasiadas ocasiones pasamos muy rápidamente de la generación del 98 a la literatura de posguerra de Cela y Delibes, como si entre medias no hubiera habido nada significativo salvo los poetas del 27. Pero eso olvida a narradores fundamentales como Aub, Barea o Chaves Nogales, entre otros.

«Como profesor he visto que pasamos muy rápidamente de la generación del 98 a la literatura de posguerra de Cela y Delibes, olvidando a narradores fundamentales como Aub, Barea o Chaves Nogales»

¿Pensó en algún momento que estaba pisando territorio minado? Los estudios sobre Barea son abundantes y la biografía de referencia, escrita por el británico Michael Eaude, fue actualizada en 2023.

Bueno… Abundantes relativamente. Si tomas el ejemplo de Chaves Nogales, el rescate ha sido mucho más amplio. Aunque es verdad que en el otro extremo tenemos a Aub, a quien apenas han reivindicado, que yo conozca, Antonio Muñoz Molina y Rafael Chirbes. De Barea es cierto que tenemos esa biografía y que William Chislett lleva décadas recuperando su legado de manera infatigable, pero tengo la sensación de que es un autor que nunca llega a estar del todo presente. Lo que yo he tratado de hacer es una especie de contrapunto a mi propia memoria personal, explorando las concomitancias y paralelismos de su vida y mi propia filiación y formación política y literaria, con la esperanza de que ese sea un camino que a los lectores les abra nuevas puertas.

Barea fue un socialista democrático conocido sobre todo por su popularísima trilogía La forja de un rebelde, que escribió con cuarenta años y sin haber publicado casi nada antes, y en la que narró su vida desde una infancia miserable hasta que se exilió del Madrid asediado en el que él e Ilse, su última pareja, trabajaban como censores republicanos. Ahora que ha repasado su obra y sus posiciones públicas, ¿le sigue interpelando por lo mismo que cuando se acercó a él por primera vez? ¿O por otras cualidades que no conocía?

Lo fundamental no ha cambiado, en buena medida porque la fuente principal para conocer su vida son las casi mil páginas de La forja de un rebelde y el retrato que sale de ahí es nítido. Aunque durante la investigación, un proceso que yo disfruto mucho, vas descubriendo cosas. Antes de ponerme a escribir, revisé, además de la trilogía, la biografía que ya hemos mencionado, así como otros breves estudios sobre el autor y su propia obra ensayística, que, no siendo muy extensa, incluye un buen volumen sobre Lorca. Diría que como resultado me familiaricé más íntimamente con la persona: me di cuenta de que si hacía un retrato suyo no podía obviar los golpes de mal humor, las salidas de tono, la amarga relación que mantuvo con sus hijos o la forma en que trató a ciertas mujeres de su vida, que hoy, a diferencia de entonces, sería considerada machista. La visión que tengo ahora del personaje es, si quieres, más compleja y completa.

El hecho de basarse principalmente en su propia autobiografía, ¿no era un riesgo? Las autobiografías tienden a ser autocomplacientes.

En cierto modo, sí. Pero como el trabajo de los recuperadores de la figura de Barea no ha rehuido esas otras actitudes menos encomiables y el propio Barea es, además, bastante honesto en lo que escribe, saliendo a veces mal parado en sus propios textos, el riesgo era pequeño. Dicho esto, no he entrado deliberadamente en el debate de si su gran obra es una autobiografía novelada o una no ficción total. Es posible que Barea omitiera, edulcorara o alterara, claro.

«El propio Barea es, además, bastante honesto en lo que escribe, saliendo a veces mal parado en sus propios textos»

Literariamente, ¿cuáles son los mayores méritos de Barea?

Primero, su capacidad para captar la oralidad. Muy pocos escritores han sabido plasmar el habla popular. Si hoy leemos a Barea es por la frescura de su escritura, porque no es retórica. Y a mi modo de ver su segundo gran hallazgo es el narrador que se inventa en La forja, la primera parte de la trilogía. Es un niño cuyas observaciones acaban dotando de gran colorido y vivacidad al relato. Esa chispa es una de las grandes virtudes de Barea.

Y políticamente, ¿en qué acertó y en qué se equivocó?

Su gran acierto es haber sido consciente de lo que tenía delante en el momento en que estaba ocurriendo. A posteriori, la lucidez es más fácil. Y eso que había sido soldado en Marruecos y la Guerra Civil le reactivó el colapso nervioso que había experimentado allí. No se dejó arrastrar por los socialistas no democráticos ni miró para otro lado ante las barbaridades que el bando republicano también estaba cometiendo, sin que esto implique ubicarlo en eso que se ha llamado la Tercera España, que a mi juicio es sobre todo una construcción periodística. Y en cuanto a sus equivocaciones, yo hablaría más bien de cierta ingenuidad. Pensó que, al fin de la Segunda Guerra Mundial, las democracias europeas intercederían por España, cuando había sobradas razones para concluir que no lo harían.

La clase social es clave en Barea. Usted menciona que junto con él solo Miguel Hernández procedía de un entorno ciertamente pobre. El resto de escritores de esa generación eran, como mínimo, de clase media. ¿Qué reflexión le merece esto?

A bote pronto, que son dos escritores que escriben desde las entrañas, con el estómago. Escriben lo que les sale. No están atentos a la inteligencia, en el sentido de ser refinados o sofisticados. Eso ya te dice algo. En el origen de la literatura de Barea está la rebeldía, un rencor no peyorativo que procedía de haber sido pobre en un entorno burgués, pues pese a ser hijo de una lavandera que vivía en una buhardilla, creció con unos tíos que tenían ciertas posibilidades. Esa posición escindida le permitió ver que quienes morían en Marruecos, una guerra en la que tenían interés los grandes terratenientes españoles, eran precisamente campesinos, muchos de ellos analfabetos; y que la Guerra Civil también encerraba un conflicto de clase, ¿pues qué poderes apoyaban al bando franquista? Su capacidad de interpretación tiene mucho que ver con esa biografía entre dos mundos.

¿Pasa hoy algo parecido? ¿Para participar del debate público se siguen exigiendo ciertas credenciales económicas o sociales?

El clasismo sigue existiendo, ya lo creo que sí. En la literatura, en el periodismo, en la judicatura… En todos esos ámbitos hay una serie de camarillas que perduran por los orígenes familiares de quienes pertenecen a ellas. Y además, pero esta es otra cuestión, hay también una limitación geográfica: si no vives en Madrid o en Barcelona, tu capacidad para participar en la conversación pública es muy limitada.

«En la literatura, el periodismo, la judicatura… hay una serie de camarillas que perduran por los orígenes familiares de quienes pertenecen a ellas»

En este sentido, ¿diría que la España real está representada en lo que publican periódicos, revistas y editoriales?

En cuanto a la prensa, el principal problema que tiene es que presenta una sociedad muy compartimentada; ha renunciado a dirigirse a ella en su conjunto. Parece que o solo te preocupa el feminismo y el cambio climático o el nacionalismo y que España se rompa. Y en el caso de la literatura, mi sensación es que lo que se publica se explica en gran medida por el viento que sopla en cada momento y eso, efectivamente, deja a determinadas voces fuera.

¿No contrasta esta situación con la cantidad de autores que se atribuyen genealogías tremendamente desgraciadas? ¿Hay cierta impostura?

Sí, aunque ahí hay que considerar otro elemento, la autoficción. Hay que quejarse, hay que llorar mucho. ¿Y sabes dónde empiezo a ver yo cada vez más eso? En las tribunas de opinión. Es habitual que una primera persona del singular cuente una experiencia y de ahí se concluya una clave social. Pero una vivencia individual, si no se confronta con las de los demás, no explica nada.

O sea, que para usted la tribuna de opinión es un poco como la autoficción en los periódicos, ¿no?

Sí, totalmente. Tú antes leías una tribuna de opinión para informarte de lo que un experto sabía sobre un tema. Era un texto al que tú asociabas una especie de autoridad intelectual. Ahora no es solo que las opiniones se hacen depender cada vez más de experiencias personales, sino que ámbitos que se consideraban íntimos han pasado a ser públicos y quizás no todos sean relevantes.

¿La clase social desaparece cuando se progresa económicamente? ¿O es más bien un universo de relaciones y emocional del que nunca se escapa?

No deja de haber en ella un componente de abstracción. Fíjate Barea, claro que la llevaba dentro. Yo creo que también, en el sentido de que no olvido de dónde vengo. En mi caso la clase social es una especie de filiación emocional. Aunque hay que tener cuidado con las generalizaciones, porque te encuentras con facilidad a gente que progresa y conserva cero conciencia de su origen social.

En su novela más reciente la protagonista es la esposa de un jefe minero que al enviudar pierde su posición social. ¿Necesitaba narrar el viaje contrario?

Puede ser. El desclasamiento de Barea, efectivamente, es de abajo a arriba, pero el de Olga, la protagonista de Entre mujeres, es de arriba a abajo. Quería escribir una novela desde el punto de vista de una mujer de los años ochenta como las que conocí cuando era un niño, porque me interesaba la solidaridad entre mujeres de aquella época, pero también quería explorar un entorno socioeconómico, el privilegiado, en el que no he vivido, pero sí conocido. En Riotinto había una mina y la jerarquía dentro de ella se correspondía con la geografía urbana. Tú vivías en una u otra zona del pueblo, en un tipo de vivienda o en otro, en función de la profesión de tus padres. Pero luego en la escuela pública nos encontrábamos todos.

«Esa reacción negativa tan virulenta frente al feminismo y las políticas de igualdad estaba presente en las aulas desde hacía tiempo»

Por último, además de escritor usted es profesor de literatura en un instituto de secundaria. No es algo común. ¿Qué le aporta una faceta a la otra?

Ser profesor en un instituto de enseñanza pública te ancla a la realidad. Es como tener hijos. Además, en la relación entre alumno y profesor hay un vínculo cívico importante y la posibilidad de observar de manera directa por dónde va a ir la sociedad. Ciertas tendencias de voto las ves primero en el aula, como ha pasado con Alvise Pérez. Esa reacción negativa tan virulenta frente al feminismo y las políticas de igualdad estaba presente en las aulas desde hacía tiempo. Y al revés, yo creo que ser escritor, tener ese amor incondicional por la literatura, te permite enseñar, y lo diré así de directamente, en qué consiste la compasión. No todo profesor de Lengua y Literatura ama la literatura, y eso es un problema, porque para que a un alumno le llegue la literatura en esta sociedad, con la cantidad de atenciones que hoy compiten con la lectura, le tienes que insuflar mucha pasión.

 

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