Cultura

Hemingway: cómo hacer del exceso virtud

El autor norteamericano patentó un estilo literario extremadamente sobrio, pero no carente de un fuerte aliento humano. Un estilo que en última instancia reflejaría sus extremas experiencias vitales.

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14
octubre
2022

En 1922, la escritora Gertrude Stein acuñó el término «generación perdida» para referirse a los jóvenes que habían servido en la Primera Guerra Mundial y habían quedado irremisiblemente mutilados en su horizonte vital. Así lo dejó escrito Ernest Hemingway en París era una fiesta. Posteriormente, el término se utilizó para referirse a una serie de literatos a caballo entre los dos mayores conflictos armados de la historia: Ezra Pound, John Dos Passos, T.S. Eliot, Scott Fitzgerald y el propio Hemingway. Todos ellos han pasado a la historia de la literatura como los miembros más brillantes de dicha generación.

Gertrude Stein convirtió su vivienda de la parisina Rue de Fleurus en epicentro de la vida cultural de entreguerras, y fue mentora, entre otros, de un joven Ernest Hemingway que había llegado a París tras servir como voluntario en el servicio de ambulancias del ejército norteamericano durante la Primera Guerra Mundial y tras haber escrito una serie de relatos que le habían valido un cierto reconocimiento. Sus años de juventud dedicados al periodismo apuntalaron un estilo de escritura sobrio, directo y carente de florituras.

Nacido en Chicago en 1899, Hemingway se aficionó desde muy joven a todo tipo de deportes, destacando especialmente en el boxeo y adquiriendo un febril apego por la caza. Su carácter excesivo y su ansia de experiencias extremas le llevaron a recorrer mundo de manera infatigable, así como a cubrir, como corresponsal, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial.

Gracias a Gertrude Stein conoció a luminarias artísticas de la época, como Picasso, Ezra Pound o James Joyce, con quien gozó de más de una noche de exceso etílico. Tras leer sus manuscritos, Stein siempre insistía en lo mismo: «Empieza de nuevo y concéntrate». Hemingway siguió el consejo y comenzó a prestar mayor atención a su estilo, hasta el punto de atreverse con sus primeras novelas.

Las corridas de toros, los bares de horarios eternos y el carácter navarro fueron puro latido para la voracidad vampírica del impulsivo periodista

En 1923, viajó a Pamplona como corresponsal del rotativo Toronto Star y participó enfebrecido en las populares fiestas de San Fermín. Las corridas de toros, los bares que no cierran y el carácter expansivo de los oriundos fueron puro latido para la voracidad vampírica del joven e impulsivo periodista, cuya vida y obra quedaron irremisiblemente amarrados a tanta sensación de vida al límite. Fruto de aquella experiencia y de las recomendaciones de Stein vería la luz, en 1926, su primera novela: Fiesta.

Su idilio con nuestro país culminaría en 1937, cuando regresó como corresponsal de la North American News Alliance. De aquella época surgirían innumerables crónicas y artículos en los que no ocultó su defensa a ultranza del bando republicano (y años después la novela Por quién doblan las campanas, que le valió el reconocimiento literario internacional). Su compromiso republicano alumbraría también numerosos trabajos periodísticos, su obra de teatro La quinta columna y –junto al también norteamericano Dos Passos– el guion del documental Tierra española.

Además, sus estancias en España propiciaron su tercer matrimonio con la también periodista norteamericana Marta Gellhorn, a quien conoció en el madrileño Hotel Florida, donde se alojaban la mayoría de corresponsales extranjeros durante el conflicto. El idilio prosperó entre las paredes de dicho hotel y las del cercano Bar Chicote, donde Hemingway daba vía libre a su afición a las largas veladas regadas de alcohol. El matrimonio, consumado en 1940, duraría poco, pero tanto Gellhorn como Hemingway no dejaron de viajar durante los años compartidos. Ambos cubrieron la Segunda Guerra Mundial y él hallaría un nuevo centro de operaciones en Cuba, donde residió habitualmente hasta la toma del poder por Fidel Castro.

De sus estancias cubanas nacería El viejo y el mar, una de sus piezas literarias más aplaudidas, ganadora del Premio Pulitzer en 1953 y expresión máxima de una creación literaria en que el sentimiento humanista aflora de la mano de una sobriedad estilística extrema.

El sentido trágico de la vida, las juerga etílicas, la fascinación sexual y la camaradería masculina fueron parte de la temática recurrente en su obra literaria, imposible de separar de la continua y excesiva aventura en que convirtió su vida.

Así lo demuestran sus cicatrices: estuvo a punto de morir en varios conflictos armados, tuvo dos accidentes aéreos y tres automovilísticos, sufrió disentería, malaria, cáncer de piel, hepatitis, diabetes, se fracturó el cráneo y se aplastó una vértebra, sufrió quemaduras varias y portó numerosas heridas de metralla. Su cuerpo parecía un reflejo de su carácter desmedido e inmortal, si bien bajo la apariencia jactanciosa y agresiva de Hemingway latían no pocos conflictos internos. En 1961, con numerosas obras publicadas y un reconocimiento internacional que ya le había valido el Nobel de Literatura, se suicidó disparándose con su escopeta favorita. En su mesilla de noche se encontró un abono para las fiestas de San Fermín de ese mismo año.

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