Siglo XXI

Sentirse libre entre rejas

La población reclusa en España alcanza las 55.000 personas. En el Centro Penitenciario de Asturias cumplen condena 850 y, de ellas, 217 viven voluntariamente en el módulo donde se ubica la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE), «un espacio para la libertad», como lo definen los propios internos. Esta iniciativa, pionera en el sistema penitenciario español y con más de 30 años reduciendo las tasas de reincidencia, invita a Ethic a comprobar que existe en la cárcel un espacio donde las drogas y la violencia no tienen cabida, pero sí las segundas oportunidades.

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17
septiembre
2024

Que un interno te diga que en la cárcel «por primera vez en mi vida he sido feliz» o «aquí me siento libre» es algo que asombra, sobre todo cuando unos minutos antes afirmaba «he secuestrado, he robado, he matado, he hecho mucho daño… casi todos mis amigos están muertos». Y aún más sorprendente es que no lo dice uno ni dos, sino todos –internos e internas, porque en este módulo también hay algunas mujeres, es el único mixto de toda la prisión– a quienes vamos conociendo a lo largo del día en el Centro Penitenciario de Asturias, en el concejo de Llanera.

Manuel Isaías lleva más de tres años cumpliendo condena en esta prisión: «Antes no le tenía valor a la vida. Sentía que yo no servía para nada, hasta me intenté quitar la vida una vez, pero al final caí aquí. Me encontré con esto». Esto es la UTE (Unidad Terapéutica y Educativa), donde viven 217 internos (9 mujeres). Nos adentramos en ella con Faustino –Tino– García Zapico (Avilés, 1954), educador de instituciones penitenciarias que, junto con la trabajadora social Begoña Longoria González, decidió en 1992 crear una unidad, dentro de la propia cárcel, que fuera cogestionada por internos y trabajadores penitenciarios, con el objetivo de una reinserción exitosa en la sociedad. La iniciativa, que ha intentado replicarse en otras prisiones españolas, ha tenido tan buenos resultados que, en 2007, Tino recibió el reconocimiento de Ashoka como emprendedor social. Hoy, el proyecto sigue siendo la excepción a lo que debería ser la norma.

La UTE impresiona nada más llegar. Después de franquear los estrictos controles de seguridad, de dejar todas las pertenencias –incluido el DNI y el móvil–, cruzar varias puertas de acceso, atravesar un largo pasillo acristalado y pasar un último puesto de control, llegamos a un amplio espacio que huele a limpio, donde las paredes están pintadas con flores de colores y decoradas con trabajos manuales, figuras de papiroflexia, puzles y frases inspiradoras. En pocos minutos la sala se llena. No diferenciamos a internos de funcionarios. Todos forman parte del grupo de trabajo y apoyo, unas 40 personas en total.

«La libertad no tiene que ver con las rejas», sostiene Tino, «cuando están en la calle, metidos en la droga y la delincuencia, no son nada libres»

Una tras otra, escuchamos las historias de Manuel, Wilson, Gabriel, Ángel, Ismael, Silvia, Sole, Luis Enrique, José Francisco, Ramón… «Somos 217 vidas muy complicadas», resume Mariano, de 54 años. Pero todas ellas tienen algo en común: «Aquí confiaron en mí. Yo siempre tapé mis problemas. Antes era una persona que no tenía valores. Hace años yo no lloraría como lloro ahora. Gracias a ellos, ahora quiero vivir, es mi oportunidad», confiesa.

Los testimonios coinciden. «Ahora me río, antes no me reía nada. Estoy muy agradecido. Te puedes sentir feliz estando preso», nos cuenta Manuel Isaías. O Luis Enrique: «Llevo cuatro años en la cárcel por narcotráfico, un año y medio en la UTE. Aquí me siento bien, aunque esté en la cárcel. Es ilógico, pero es así». O Silvia: «Aquí no solo no te juzgan, sino que te hacen crecer. Valoro que sea un módulo mixto. Aprendes a reconciliarte con los hombres, en mi caso, pero también conmigo misma. Ahora estoy aprendiendo a perdonarme. Esto ha sido el sentirme libre».

Sentirse libre en prisión, ¿no resulta paradójico? Preguntamos al artífice del proyecto: «La libertad no tiene que ver con las rejas», sostiene Tino, «cuando están en la calle, metidos en la droga y la delincuencia, no son nada libres». O atrapados en relaciones tóxicas, como explicaba una de las mujeres de la UTE: «Entro en prisión y me siento libre de poder decir lo que pienso sin que nadie me calle, expresar mis emociones, llorar. Reír, también». Nos muestra su celda, unos doce metros cuadrados compartidos con otra compañera, con una ventana que da al patio del módulo, una litera, mesa y silla, un pequeño armario, retrete, ducha… y decenas de libros en una balda, ropa interior tendida «y la foto de mi novio», señala con una sonrisa. Como cualquier habitación compartida en una residencia de estudiantes.

Revolución en el sistema penitenciario

El modelo que propone la UTE «generó varias revoluciones en el mundo penitenciario», recuerda Gabriel Ledo, psicólogo de la unidad, «sobre todo al incorporar a los internos como parte activa, también al personal de Interior, y a las familias», añade. Es un espacio alternativo a la prisión, «abierto a todos, excepto a aquellos con delitos sexuales, al ser un módulo mixto», matiza García Zapico, quien subraya que «es posible por esa corresponsabilidad de los internos, que participan en su construcción y mantenimiento. En la práctica, la base es romper con la “ley del silencio” de manera permanente».

Romper con la ley del silencio carcelaria significa para los internos despojarse de su armadura

Romper con la ley del silencio carcelaria significa para los internos despojarse de su armadura y escarbar en lo más profundo de su persona, con ayuda del resto del grupo y de los profesionales. «Desde el momento en que se construye la UTE, eso ya no es la cárcel. Hay unos barrotes, pero el contenido es un espacio terapéutico», defiende Tino. «El grupo de autoayuda es un instrumento muy potente, donde todos hacen de coterapeutas. Están comentando y compartiendo vivencias que tienen mucho de parecido, lo que supone desdramatizar su propia situación», explica.

Romper muchos muros

«Tener un espacio como esta unidad a nivel social rompe con muchos esquemas», opina Miguel, otro de los internos, de 41 años. Y, efectivamente, el proceso consiste en romper. En la UTE, además de romper con la ley del silencio, las drogas están prohibidas y es obligatorio ducharse a diario. Otras exigencias son «la participación en las actividades, confrontar las actitudes y comportamientos negativos, y seguir las recomendaciones que les plantea el equipo de una manera individualizada», enumera García Zapico.

En todas las sociedades, el castigo es el aislamiento, porque somos seres sociales. Precisamente por eso, todos coinciden en ensalzar el poder del grupo en el proceso de cambio. «El equipo te da el ejemplo. Sin ese equipo, esto no existiría. A mí la UTE me ha salvado la vida. He aprendido a pedir ayuda y a dejarme ayudar», comenta Ángel, quien, como el resto, es plenamente consciente de que está aquí cumpliendo una condena que merece. «Si tengo que pagar por todo lo que he hecho, no tengo vida suficiente».

¿La antesala de la reinserción?

Afirmaba Jean-Jacques Rousseau en 1762 que «el ser humano está orientado naturalmente para el bien, pues el hombre nace bueno y libre, pero la educación tradicional oprime y destruye esa naturaleza y la sociedad acaba por corromperlo». ¿Qué lleva a una persona a convertirse en delincuente o asesina? ¿Cómo se puede cambiar? «Sobre la condición humana», opina el responsable de la UTE, «a mí la experiencia penitenciaria me ha ayudado mucho a crecer a nivel personal, y al final llegué a la conclusión de que en esta sociedad solo hay una distinción: las personas que se han nutrido de afecto y las que han vivido en el desafecto. Esta ha sido la clave en la recuperación de las personas. Nos llegan muchas personas que se han criado en el desafecto, el rencor, el resentimiento, la violencia. Algunos, cuando llegan a la UTE y reciben el primer abrazo se quedan en KO técnico, porque desconocen lo que es un beso, un abrazo… y por aquí se abre un antes y un después».

La Constitución Española recuerda que «las penas privativas de libertad […] estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social». Sin embargo, la tasa general de reincidencia penitenciaria se sitúa cerca del 20%, mientras que entre quienes han pasado por la UTE ha llegado a bajar hasta el 7%. Tino lo tiene claro: «La reinserción no es una opción, es una necesidad para la sociedad. Cómo salgan esos internos va a afectar a cualquier ciudadano en la calle. Se trata de aprovechar ese tiempo en prisión para hacer un proceso de cambio», y concluye: «Hay mucha película urbana con respecto a la reinserción. Mucho miedo lo generan los propios políticos y sus prejuicios, pero la sociedad es mucho más generosa de lo que se cree».

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