Opinión
Los que callan… del caso Pelicot
No podemos, ni debemos, quedarnos al margen de los delitos, incluso si estos nos ponen en evidencia. Está claro que, como decía Einstein: «La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa».
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No me detendré en el relato, espeluznante, de lo que vivió entre 2011 y 2020 Gisèle Pelicot a manos de su marido y de todos los hombres que se sumaron a violarla estando indefensa en estado de inconsciencia. No me detendré, digo, porque todos los medios han dado cumplida cuenta del horror que ha vivido esta mujer y, me temo, seguirá viviendo, a pesar de demostrar una valentía que la honra, al decidir que el juicio sea a puertas abiertas, convencida de que con ello quizás ayudaría a otras posibles víctimas de violaciones como consecuencia de la sumisión química. «La vergüenza debe cambiar de bando», ha explicado Gisèle.
Ni me detendré tampoco en hablar de esos casi 80 acusados –funcionarios, camioneros, soldados, carpinteros, obreros, un guardia de prisiones, un enfermero, un experto en informática, un periodista local… de edades comprendidas entre los 26 y los 74 años…– que participaron en la violación de Gisèle. Unos de ellos, enfermero, fue el que determinó las dosis que Dominque Pelicot debía poner en la cena a su mujer para dejarla inconsciente.
Ni tampoco me detendré en rebatir las «excusas» absurdas de los encausados para tratar de justificar lo injustificable.
Me detendré, sin embargo, a reflexionar acerca de aquellos que, conociendo los hechos, y no participando en ellos físicamente, no acudieron a denunciar lo que estaba pasando, no dijeron nada de la «oferta sexual» que hacía Dominque Pelicot. O sea, en esos cómplices silenciosos de las violaciones.
Todos los que participaron en las violaciones serán juzgados y sobre ellos recaerán penas, espero, considerables. Pero… ¿y los otros? ¿Y aquellos que sabiéndolo callaban? Pues esos saldrán de rositas, me temo.
«Existe un silencio culpable, el de la ‘buena gente’ que calla cuando se comete una injusticia, ya sea por miedo o por pudor, como denunció Martin Luther King»
Existe un silencio culpable, el de la «buena gente» que calla cuando se comete una injusticia, ya sea por miedo o por pudor, como denunció Martin Luther King.
Me explico.
De entre todas las informaciones que rodean el caso, dos de ellas han llamado mi atención. La primera, una declaración del acusado en la que reconocía que pocos hombres rechazaron violar a su mujer, no se nos escapa que ninguno de ellos hizo sonar la alarma ni denunció el hecho a las autoridades. Es estremecedor pensar si nuestro padre, nuestra pareja o nuestro hijo reaccionaría con ese mismo silencio cómplice.
La otra, la existencia de un foro de internet donde Pelicot ofrecía –sí, ofrecía– a su mujer para mantener relaciones sexuales bajo los efecto de las drogas. Según el informe del juez de instrucción, Pelicot conoció a la mayoría de los hombres en una sala de chat de la web Coco.gg. Un chat no moderado, implicado en más de 23.000 casos policiales tan solo en Francia entre 2021 y 2024. Le Monde lo define como un espacio donde los hombres compartían contenido de sexo conseguido «sin el conocimiento» de sus parejas: violaciones, básicamente. La plataforma fue cerrada en junio de 2024 por ser un encuentro de prácticas ilícitas, desde pornografía infantil hasta asesinatos, y su propietario detenido en junio tras una investigación que se extendió por toda Europa. Lo que se publicaba en la web era visible por todo el mundo, salvo que se crearan chats privados, que fue lo que hizo Pelicot, una sala de chat llamada «a son insu», que significa «sin su conocimiento». Tampoco hubo denuncia de ninguno de los usuarios en este caso.
Además, sorprende también el silencio de los médicos, ya que la esposa de Pelicot había visitado a ginecólogos y neurólogos por una serie de síntomas desconcertantes, y ninguno de ellos fue capaz de asociar sus dolencias a lo que le estaba sucediendo.
No podemos, ni debemos, quedarnos al margen de los delitos, incluso si estos nos ponen en evidencia. Está claro que, como decía Einstein: «La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa».
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