Sociedad

La «memoria histórica» como oxímoron

Las cuestiones de historia y memoria han pasado a un primer plano de la actualidad, especialmente en la España posterior a la Transición. Sin embargo, da la impresión de que este ‘revival’, promovido por políticos más que por intelectuales, no está vivificado por un interés auténtico de revisar el pasado en vistas a mejorar el presente.

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27
septiembre
2024
Portada de ‘La escritura de la memoria’ (PUV)

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Las cuestiones de historia y memoria han pasado a un primer plano de la actualidad, especialmente en la España posterior a la Transición. Sin embargo, me da la impresión de que este revival, promovido por políticos más que por intelectuales, no está vivificado por un interés auténtico de revisar el pasado en vistas a mejorar el presente, sino más bien con la intención de hacerlo usable, cuanto no de manipularlo descaradamente.

De este peculiar ambiente historicista ha surgido la expresión «memoria histórica». Me temo que muchos de los que lo utilizan ni siquiera se dan cuenta de que se trata de un «oxímoron». El diccionario de la Real Academia define oxímoron como un «recurso retórico consistente en combinar dos palabras o expresiones de significado opuesto». Es comprensible que los políticos jueguen con los efectos retóricos de las palabras con fines pedagógicos o simplemente con la legítima intención de atraer la atención del público. Pero me parece mucho más preocupante que, más allá de estos objetivos legítimos, se busque una manipulación con esos juegos de palabras para generar una mayor polarización de la sociedad.

Una cosa es la historia y otra la memoria, tanto personal como colectiva. La primera consiste en un análisis sereno, ponderado, matizado, desapasionado y desapegado del pasado, donde quien la practica es consciente de la complejidad de esta operación. Busca las fuentes lo más objetivas posibles para comprender su objeto de estudio y procura, honestamente, ceñirse a la realidad de los hechos, como un juez lo hace con la causa que está enjuiciando, un notario con la información que debe consignar o un médico que realiza una inspección anatómica lo más precisa posible. Todos ellos –historiadores, jueces, notarios, médicos– son conscientes de que se juegan mucho realizando un diagnóstico preciso, y por tanto buscan desgajarse de cualquier circunstancia que les aleje de la mayor objetividad, para poder después poner la terapia correspondiente con eficacia.

Una cosa es la historia y otra la memoria, tanto personal como colectiva

La memoria, en cambio, es, por su misma naturaleza, un acercamiento emocional, personal, apasionado y empático con el pasado. Así debe ser, porque el objeto recordado forma parte de la herencia familiar, de los propios traumas personales, o del sentido de pertenencia respecto a un colectivo. Así como la historia es siempre colectiva, la memoria puede ser personal o colectiva. Ambas poseen dinámicas diferentes, que hay que saber distinguir. Pero en lo esencial se comunican y, aunque son necesarias, cuando se excitan innecesaria o interesadamente, pueden generar fuertes sentimientos de resentimiento, venganza, rencor y animadversión, tanto en las personas como en las sociedades. También pueden generar un victimismo, que desencadena a su vez un sentimiento deformado de culpa que se suele proyectar hacia los demás.

La historia y la memoria deben seguir cursos separados para el beneficio tanto de las personas como de las sociedades. ¿Puede un historiador dedicarse a un aspecto del pasado que le afecta personalmente, como la guerra civil española o el franquismo? Por supuesto. Pero entonces debe realizar el mismo ejercicio de honestidad de los médicos cuando un familiar o alguien con el que están unidos sentimentalmente les pide que les opere: algunos médicos consideran que no les va a afectar la cercanía emocional con el paciente, y deciden proceder; otros, en cambio, prefieren echarse a un lado.

Todas estas consideraciones vienen a cuento de la desagradable tendencia que las sociedades contemporáneas –y especialmente la nuestra– han mostrado últimamente de usar el análisis del pasado con fines políticos en el presente. Somos muchos los ciudadanos que tenemos familiares que han sufrido depuración o tuvieron que exiliarse por los dos bandos contendientes de la guerra civil española: en mi caso, por ejemplo, parte de mi familia tuvo que exiliarse a Venezuela por efecto del bando nacional, y la otra parte sufrió una persecución ignominiosa por la parte republicana. Cuando hablamos de estas cuestiones en familia, tratamos de hacerlo con el cuidado que requieren estas cuestiones que afectan a la memoria familiar. Y, en mi caso, mis padres siempre me inculcaron un sano ejercicio de análisis del pasado lo más aséptico posible, complementario a las conversaciones familiares –lo que quizás está en la base de mi dedicación a la historia profesional. ¿Qué obtienen, entonces, los políticos, al devolver al debate público unas cuestiones del pasado –en nuestro caso, la recuperación artificial de la memoria histórica de la guerra civil– que reactualizan unos rencores que las nuevas generaciones habían superado por completo?

Entre la amnesia colectiva y la hipertrofia de la memoria hay un amplio sendero –el del análisis ponderado del pasado y el ejercicio memorístico en su marco apropiado– que todos, y especialmente los políticos, deberíamos procurar transitar.


Este texto está vinculado con el libro ‘La escritura de la memoria’ (PUV), de Jaume Aurell.

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