Cultura

«Ahora hay menos libertad de prensa que en la Transición»

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01
abril
2024

Dicen que escribir es bordear obsesiones, y el periodista Pedro G. Cuartango (Miranda de Ebro, Burgos, 1955) lleva toda su vida evidenciando su fijación por el paso del tiempo. El pasado inunda su obra, rodea sus grandes pasiones y refleja el deseo de un mundo más pausado. G. Cuartango, que es tan sabio como humilde, tan tímido como directo, tan pesimista como lúcido, ha vuelto a derrochar unos cuantos litros de nostalgia, pero también de erudición y sensibilidad, en su nuevo libro ‘Iluminaciones’ (Círculo de Tiza), que no solo es una gran reivindicación de las Humanidades, sino también un billete de vuelta a los recuerdos de toda una vida. En su nueva obra, nos regala un bello ensayo en el que, a través de sus 400 páginas, descubrimos sus autores favoritos, su afición por el cine, su visión de la pintura, el recuerdo de ciertas canciones y la importancia de los libros que le marcaron, un compendio que bien podría representar un original y, sobre todo, un insustituible legado vital.


Tengo entendido que no distingue entre leer y vivir, y que considera más poderosas a las personas que leen. ¿No hay un cierto punto de clasismo en afirmar que la lectura nos hace mejores?

Para mí leer es una forma de vivir, y creo que la lectura no sirve para demostrar un cierto estatus intelectual, sino para disfrutar. Una gran parte de mi vida han sido los clásicos, con ellos aprendes a conocerte a ti mismo y a entender cómo operan los sentimientos y los deseos humanos. Aborrezco el clasismo, de hecho, los grandes autores nunca conciben la cultura como una herramienta de autopromoción o superioridad moral, pero entiendo que la lectura y el conocimiento son una fuente de poder. Leer ayuda a entender mejor el mundo y es una forma de viajar al pasado, por eso siempre vuelvo a autores como Homero, Montaigne o Dante, los best-sellers me aburren profundamente.

En el prólogo afirma que asistimos a la muerte de la lectura, y, sin embargo, hay estudios que sostienen que los españoles leen cada vez más.

Quizá esa frase me quedó muy categórica, pero hablo de una forma de lectura. En mi adolescencia me iba a los pinares de Burgos en las tardes de verano, me sentaba bajo un árbol y me pasaba allí toda la tarde leyendo novelas como Madame Bovary o Anna Karenina. El tiempo parecía detenerse y estaba en soledad durante horas. Ese tipo de lectura que implica aislarse del mundo y encerrarse en uno mismo ya no existe porque vivimos en la sociedad de lo inmediato. Ahora es imposible abandonarse a un libro sin noción del tiempo, estamos continuamente recibiendo mensajes, conectados a las redes sociales y pendientes de la última hora de la actualidad. Es difícil tener una relación personal con los libros y las obras de arte cuando la cultura se ha vuelto un espectáculo.

«Vivimos en una sociedad donde todo está mediatizado por lo económico, por la lógica de la rentabilidad»

Esto lo mencionaba el filósofo Guy Debord, que, en las sociedades modernas, la vida se manifiesta como una acumulación de espectáculos.

Efectivamente, ahora la lectura está muy contaminada por la búsqueda del best-seller que venda cuantas más copias mejor, por un ansia de publicar novedades. La literatura está muy envenenada por los intereses de la industria editorial y vivimos en una sociedad donde todo está mediatizado por lo económico, por la lógica de la rentabilidad. A veces veo cierta voluntad por exponer que uno ha leído determinadas obras, como si se utilizara la cultura para demostrar cierta superioridad moral. En ese sentido, las redes sociales operan como un escaparate de la vanidad.

Ha vivido la conversión tecnológica siendo periodista. ¿Qué balance hace de la evolución del oficio?

A lo largo de este medio siglo la evolución tecnológica ha sido impresionante, prácticamente ha desaparecido el papel. Hoy en día el periodismo depende más de la tecnología, y en muchos medios de comunicación hay periodistas que no salen a la calle, trabajan encerrados en las redacciones. Hay menos contacto directo con las fuentes, se busca más el clickbait… Además, cada vez se escribe peor, supongo que será porque se lee menos. Antes había un nivel de redacción más alto, también la forma de organizarse de las redacciones era diferente.

¿Diría que el oficio se ha degradado?

Ha cambiado la esencia del periodismo que yo conocía. El sector también atraviesa una crisis, hay mucha gente con experiencia que se ha visto forzada a abandonar la profesión debido a la precariedad. Pero sigo confiando en el poder de los periódicos, son el contrapeso en cualquier democracia. Yo he sido un periodista vocacional, nunca he querido ser otra cosa, con 12 años esperaba que mi padre llegara a casa para quitarle los periódicos. El periodismo es una forma de ver las cosas, es una mirada, y eso no lo puede cambiar la tecnología.

«Las redes sociales fomentan mucho el egocentrismo y la vanidad, y es un lugar donde todo se convierte en espectáculo»

Fue de los primeros en especializarse en tecnología y sigue presente en redes. ¿Diría que hay cierta contradicción con la crítica que emite y el uso que hace?

La palabra «contradicción» está bien escogida, porque a veces lo llevo con dificultad. Si estoy presente en Twitter y Facebook es porque me permite conectar con un público que normalmente no compra el periódico, pero reconozco que cuando recibo insultos me molesta mucho. Las redes sociales tienen un componente positivo, son una especie de aldea global donde te puedes comunicar con mucha gente, pero creo que tienen dos problemas principales: fomentan mucho el egocentrismo y la vanidad, y es un lugar donde todo se convierte en espectáculo. En las redes cuesta distinguir la información verdadera de la falsa, y eso me parece peligroso. Guy Debord decía que la verdad es un momento de lo falso, y creo que es un buen resumen de nuestra época.

¿Cree que en España el periodismo está condicionado por las ideologías políticas?

España tiene una tradición cainita. Somos un país muy dividido en rojos y azules, en monárquicos y republicanos, en laicos y religiosos, en conservadores y socialistas. El periodismo reproduce esos esquemas mentales y esa división social, porque no es algo ajeno a la sociedad. Pero eso es tremendamente peligroso porque convierte a los medios en un apéndice del poder político. Desgraciadamente, el periodismo en España está muy marcado por la ideología, porque las empresas cada vez están más vinculadas al poder financiero y político. Ahora hay menos libertad de prensa y menos pluralidad informativa que durante la Transición, el periodismo que se hizo en España en los años 70 y 80 era más libre, más espontáneo y pesaban menos los intereses empresariales.

En un país dividido entre izquierdas y derechas, a usted cuesta posicionarle.

Yo siempre me he definido como soy, equidistante. Me han criticado mucho por ello, pero reivindico la equidistancia porque me permite ser independiente intelectualmente. Hay cosas de la izquierda moderada con las que me siento identificado, como la justicia social o la igualdad, y otros valores de la derecha, como la conservación de ciertos valores o la cultura del esfuerzo, a los que me adhiero. Ser equidistante es ver la complejidad del mundo y entender que nadie tiene tanta razón, y nadie está tan equivocado.

En el libro rescata la idea de Wittgenstein, que afirmaba que los límites de su lenguaje eran los límites de su mundo. ¿Diría que se nos está quedando un mundo cada vez más pequeño?

Hay un deterioro del valor de la palabra, y se ve claramente en nuestra vida política. La palabra no vale nada para algunos dirigentes. Wittgenstein decía que el pensamiento es el lenguaje, y es verdad, solo pensamos a través de las palabras, y a través de ellas conformamos una visión de la realidad. En ese sentido, yo creo que los periodistas estamos obligados a conocer en profundidad el lenguaje, para poder reflexionar sobre sus potencialidades. El lenguaje es nuestra herramienta de trabajo, por eso me sorprende cuando alguien pretende conocer el lenguaje sin leer a los clásicos, sin entender el pasado.

«Los políticos de la Transición eran más cultos que los actuales»

Le noto desencantado con la vida política. En su libro afirma que habría que leer a Cicerón para reconciliarse con ella.

Es importante que la política tenga no solo una altura intelectual, también moral, y ahí Cicerón es un buen ejemplo. Hoy en día las instituciones democráticas se han degradado, en gran parte porque tenemos una generación de dirigentes que no da ningún valor a la palabra. Los partidos priman la mediocridad y expulsan el talento, es muy difícil disentir y exponer opiniones distintas. La política se ha convertido en una profesión, para muchos es una forma de ganarse la vida y una práctica habitual es el clientelismo. Los políticos de la Transición eran más cultos que los actuales, tenían una gran formación intelectual, habían leído. Los líderes de la generación de Pedro Sánchez carecen de formación humanística, tienen escasos conocimientos de la historia de España.

Iluminaciones es una guía por el pensamiento y la cultura, pero también parece una forma de salvarse del desencanto vital. ¿Ha querido reflejar la cultura como una vía para encontrar sentido a la existencia?

No lo había pensado así, pero es verdad. Yo me considero una persona pesimista, y el arte me ayuda a sobrevivir, a disfrutar de la vida y a mirar la realidad desde diferentes puntos de vista. En la primera página del mito de Sísifo se plantea que la única pregunta relevante es si la vida tiene sentido, y todo lo demás es secundario. Yo creo que la vida es absurda, o por lo menos no he sido capaz de encontrarle ningún sentido, más allá de luchar por lo que creo e intentar ser coherente. El arte es un reducto de placer en un mundo sin ninguna lógica en el que, además, nunca sabemos cuándo llegará el final. Siempre me sorprende que la muerte sea un tabú en nuestra sociedad. Fingimos que no existe y vivimos como si fuéramos inmortales.

Menciona en su ensayo a Heidegger, que afirma que estamos inermes ante fuerzas que no controlamos. Y también a Sartre, que sostiene que el hombre es libre.

Heidegger y Sartre son filósofos que han influido mucho en mí. Somos seres arrojados al mundo, nacemos sin esencia, y la vamos adquiriendo en función de las decisiones que tomamos. Siempre he creído como Sartre, que estamos condenados a ser libres y eso determina que siempre somos responsables de nuestros actos. En ese sentido, estoy orgulloso porque siempre he preservado mi propia identidad, nunca me he plegado a lo que otros esperaban de mí. A veces el precio por ser coherente con uno mismo es muy alto, pero merece la pena.

«Necesitamos amar, es esencial para vivir»

En el ensayo contrapone el amor romántico que reflejaron autores como Stendhal o Proust con el matrimonio y la rutina. ¿Solo se ama lo que no se puede poseer?

El personaje de una de las novelas de Proust, Swan, se enamora de Odette, que es una prostituta. Él pertenece a los círculos de la sociedad aristocrática francesa, es una persona con un gran prestigio social, y decide sacrificar todo por el amor de Odette, que realmente es una mujer que no merece la pena. Pues así es el amor, siempre deseamos aquello que no poseemos. Yo nunca he encontrado solución a este dilema, pero sí creo que necesitamos amar, es esencial para vivir. La vida no tiene sentido, pero el amor es un gran consuelo. Quizá es el único.

¿Diría que la literatura ha fomentado esa idea estereotipada y trágica de lo que concebimos como amor? Stendhal comparaba el amor con la fiebre, decía que nace y se extingue sin que podamos interferir en el proceso.

En el mecanismo del amor hay un componente trágico porque, en cierta forma, cuando el amor se consuma, empieza a destruirse. Yo llevo más de 30 años casado, he formado una familia con mi mujer y estoy muy satisfecho de eso, pero cuando hablo del amor estoy haciéndolo casi desde un plano inconsciente del deseo, de lo que supone el enamoramiento. Esa fase nunca dura eternamente, se pasa a otro tipo de relación y hay que asumirlo porque forma parte de la madurez. El paso del tiempo, que se ha tratado mucho en la literatura, modifica inevitablemente el deseo.

«La verdadera patria es la infancia»

Cuando defiende algunas ideas transmite cierta nostalgia. Su libro, que aúna muchos recuerdos de obras artísticas, podría ser un álbum de fotos de un tiempo pasado. ¿El arte sirve para conservar los recuerdos?

Esa imagen me gusta, «álbum de fotos» podría haber sido el título del libro. Siempre he creído que la verdadera patria es la infancia, porque es la época en la que tenemos sentimientos más puros y más intensos. Más tarde, esa capacidad de sentir se va transformando. Estoy muy marcado por una infancia feliz, en una familia muy estructurada, de formación católica, en Miranda… Esos años fueron la gran felicidad, porque el tiempo no existía. La nostalgia tiene algo de atracción fatal, porque de algún modo te hace sentir reconfortado. Yo me considero una persona nostálgica y melancólica, me gusta mirar al pasado y añorarlo.

Precisamente, si volvemos al pasado podemos ver que muchas obras fueron leídas y analizadas bajo un prisma distinto al actual. ¿Cómo ve que muchas obras, como Lolita, se revisen ahora?

La corrección política es una amenaza a la libertad de creación. Estoy viendo inquietantes tendencias a someter al arte a un prisma ideológico y a lo políticamente correcto, generalmente de una izquierda bienpensante, y es un disparate. Muchas grandes obras, que hoy son clásicos, generaron rechazo en su tiempo, e incluso fueron prohibidas. Las flores del mar, por ejemplo, fue un libro maldito en Francia. El arte siempre puede estar sometido a los cánones de la época, pero es esencialmente libre y no puede censurarse. Todo lo artístico debe seguir siendo rupturista y provocativo.

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