Siglo XXI

«La polarización no está en la sociedad, es un modelo de negocio de la clase dirigente»

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14
mayo
2024
Fotografía cedida por ‘El Confidencial’

Bilbaíno del 54, José Antonio Zarzalejos es viva expresión de ese cuarto poder, hoy cuestionado, que ha sido, que aún es, la prensa. Ha sido director de ‘El Correo Español’ y de ‘ABC’, escritor, tertuliano y columnista en ‘El Confidencial’, entre otras muchas cosas. Es también un excelente conversador, con la capacidad de estructurar sus ideas al hablar como si estuviera sentado ante un teclado.


A la luz de los resultados en Cataluña, ¿se puede dar por liquidado el procés?

Lo fundamental es que Cataluña en este momento puede decir que el proceso soberanista ha concluido. Por dos razones: la primera porque aquellos catalanes que tienen doble identidad, española y catalana, o estrictamente española, han ido a votar y han roto la mayoría nacionalista prácticamente inveterada; la segunda por la abstención, que quiere decir que el electorado secesionista se ha quedado en su casa y ha dejado que el independentismo caiga por su propio peso. Se restituye así algo olvidado y ocultado, que es la pluralidad interna de Cataluña, a tal nivel que cualquier iniciativa secesionista está llamada a fracaso.

¿Validaría o justificaría el resultado electoral, con la victoria socialista y la desmovilización secesionista, la amnistía de Pedro Sánchez?

La amnistía es una cuestión política pero también ética y constitucional y las cuestiones de carácter ético-cívico no son buenas o malas en función de un criterio mayoritario. Ha podido influir en las elecciones, pero no sé de qué manera. En todo caso, la amnistía arrasa principios constitucionales como los de igualdad, los de la seguridad jurídica y la separación de poderes, revisa la Constitución a través de la anulación o revocación de sentencias del Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional y el Tribunal Constitucional, contradice el criterio del jefe de Estado del 3 de octubre y responde únicamente a una transacción de poder del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El que más ha instado la amnistía es Carles Puigdemont, que hegemoniza ahora el espacio nacionalista con 35 escaños, mientras ERC cae a 20. Suponer que lo que ha ocurrido el 12 de mayo en Cataluña es un aval a la amnistía es suponer en vano. Pero si lo fuera, una mayoría no valida nunca un acto que no es cívico, no es ético y es dudosamente constitucional.

«Suponer que los resultados en Cataluña son un aval a la amnistía es suponer en vano»

¿Cómo puede condicionar Puigdemont la política no ya catalana sino nacional?

Es el líder del partido más votado en el ámbito nacionalista en Cataluña y ha logrado el sorpasso sobre la izquierda republicana, su primer objetivo. Además, va a ser amnistiado, sus supuestos delitos, por los que no está juzgado, quedan amnistiados. Por último, dispone de la llave de la mayoría parlamentaria en el Congreso, con siete diputados. Está llamado a tener un papel importante, incluso puede que decisivo en Cataluña y en España. Su decisión de seguir manteniendo al Gobierno de coalición o de no hacerlo puede ser decisiva para el futuro de la actual legislatura. Es un hombre en este momento muy empoderado y beneficiado de las decisiones transaccionales de Pedro Sánchez y del PSOE.

Todo va tan rápido en el escenario político español que parece que ha pasado mucho desde el periodo de reflexión del presidente. En esos cinco días se tocaron temas sensibles como el papel de los jueces o de los medios de comunicación.

Fue un acto de máxima irresponsabilidad, pero como estratagema política tenía sentido y como engaño social y como manipulación de determinados colectivos. Después hay que ver si tras esa reflexión tramposa el presidente del Gobierno extrae unas conclusiones exorbitantes, hiperbólicas e inadmisibles como serían incidir sobre la actual normativa de mayorías para la composición del Consejo General del Poder Judicial o para impulsar en el Congreso de los Diputados normas que afecten, limitándolas, a las libertades de expresión y concretamente de información. Es de suponer que la maniobra de los famosos cinco días tenga que ver también con una especie de revulsivo ante un caso de corrupción todavía no juzgado como el caso Koldo en el que está implicado presuntamente un exministro y el secretario de organización del PSOE. Y después está el tema de su mujer, de Begoña Gómez. Hay hechos probados y no desmentidos. Eso puede tener relevancia administrativa, aunque no creo que la tenga penal, pero lo que tiene relevancia es la estética y los comportamientos apropiados que deben exigirse a un cónyuge del presidente del Gobierno.

¿Puede estallarle todo esto al PSOE de Sánchez en las elecciones europeas de junio después de que la victoria de Salvador Illa en Cataluña haga de efecto pantalla?

Cataluña ha sido siempre el territorio que ha hecho de contrafuerte a Pedro Sánchez. Es el territorio de la comunidad más favorable a sus pretensiones a través del PSC, que es un partido federado con el PSOE. Lo que ocurre es que lo que hemos visto al margen de Cataluña es que en otros ámbitos Pedro Sánchez, desde el año 2019, ha ido perdiendo sistemáticamente en el ámbito autonómico y en el ámbito local. Y ahora, en el nuevo ciclo electoral que han inaugurado las elecciones gallegas, se ha hundido en Galicia, tiene una labor meramente de bisagra en el País Vasco y vamos a ver si Illa es presidente. Porque el éxito definitivo no consiste en haber ganado las elecciones sino en lograr gobernar la Generalitat. ¿Todo esto tiene una repercusión sobre las europeas? Sí, pero no se va a registrar el impacto de la judicialización del caso de su mujer, porque es muy pronto, faltan muchos trámites y tampoco se va a conocer el alcance que pueda tener la judicialización del caso.

«[Tras el 11M] el pacto de reconocimiento de legitimidad mutua entre la derecha y la izquierda se quebró definitivamente»

Vámonos al pasado: al 11 de marzo de 2004. Se cumplen veinte años de aquella masacre y hay mucha gente que identifica ese momento como un punto de ruptura inexorable en nuestra democracia del que surgen los caminos divergentes que llevan a la polarización. Usted lo vivió muy de cerca como periodista.

Yo lo seguí siendo director de ABC y asumiendo una posición editorial e informativa inequívoca. Apostamos en ABC por el rigor y por la veracidad, y nuestra conclusión fue la que luego resultó ratificada por la Audiencia Nacional del Tribunal Supremo. Es decir, ETA no participó en ese terrible atentado, fue una ejecución criminal del yihadismo. Lo que pasa es que en las horas inmediatas al atentado y en los días posteriores se produjo un choque en buena medida debido a la mala gestión del Gobierno de Aznar de la crisis, pero se empeoró después manteniendo las llamadas tesis conspiranoicas. Fue un proceso de desinformación largo, profundo y que ha dejado una huella por el momento indeleble. ¿Y en qué ha consistido esa huella? En que el pacto de reconocimiento de legitimidad mutua entre la derecha y la izquierda se quebró definitivamente. Aunque había un antecedente que establecía las bases para el desencuentro, que fue el pacto de Tinell en 2003, que lideró precisamente el PSC, y el cordón sanitario al Partido Popular primero en Cataluña y luego en todas las demás instituciones del Estado. La combinación de ese precedente con una mala gestión de la crisis del 11M y un proceso de desinformación atribuible al Partido Popular, que no interesó al Partido Socialista de Zapatero combatir porque sabía que perjudicaba a los que impulsaban la conspiranoia, ha acabado en el actual escenario de crispación, de enfrentamiento, de «bloquismo», que se refleja en esa afirmación brutal del actual presidente del Gobierno de elevar «un muro» entre españoles.

En estos veinte años hemos asistido también a la ruptura respecto a la memoria histórica frente al olvido tácito previo de los políticos que forjaron la democracia. Eso ha arrastrado también a la imagen de la Transición.

El pacto de la Transición no es un pacto de olvido, es un pacto de perdón. La base era perdonar. Luego, la recuperación de la memoria del Franquismo, incluso de la República, de la Guerra Civil, que se produce con Zapatero, con la primera ley de 2007, y luego con la de Pedro Sánchez, es una memoria hemipléjica. Y es hemipléjica porque va a lo mediato y se olvida de lo inmediato. Es decir, se remonta a 50, a 70, a 80 años atrás, y en cambio los mismos que reivindican esa memoria democrática actual son los que niegan la memoria más reciente, que es la del terrorismo de ETA. Lo hacen a tal punto, que pactan con los herederos, con los legatarios del patrimonio supuestamente ideológico de la banda terrorista. Esta hemiplejia, esta mirada torva sobre el pasado es terriblemente injusta y desafía los fundamentos de la convivencia que se pactaron en el 78.

«Todos los populismos son enemigos de los medios porque una máxima del populismo es la relación directa entre el líder y el pueblo»

¿Es posible revertir la tendencia a la polarización que vivimos en España desde hace unos años?

El problema es la transformación de los partidos políticos, y seguramente en España del Partido Socialista, en plataformas de promoción y de servidumbre al líder, con una pérdida absoluta de organicidad. La polarización no está en la sociedad, es una creación de la clase dirigente. ¿Por qué? Porque es un modelo de negocio. La polarización, el enfrentamiento, el «bloquismo», no surge de abajo arriba, sino de arriba abajo. Ya ha alcanzado en buena medida a los medios de comunicación y está permeando en la propia sociedad. La clase dirigente no está todavía por la labor de superar ese modelo que cree que es muy rentable. Y el que tiene más responsabilidad en este caso es el PSOE o lo que queda de él y el propio Sánchez. Aquí se ha producido una joint venture entre Sánchez y Abascal. Sánchez le necesita para mantener su discurso de confrontación con «la derecha y la ultraderecha», y Abascal necesita la acción de Sánchez para mantener la reactividad de la naturaleza de Vox. Son siameses destructivos. Hasta que no se desactive ese modelo de negocio de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder, contando incluso con los independentistas que impulsaron el procés, pues esto no se acabará.

La prensa está cuestionada e incluso atacada, pero ¿está herida de muerte?

«Si la prensa estuviera muerta, no le preocuparía tanto a Sánchez»

La prensa es el primer enemigo del populismo. La desinformación, el bulo y el fango son tres conceptos distintos y ahora quieren entrar y decir no, todo es lo mismo. Todos los populismos, de Orban a Maduro, son enemigos de los medios porque una máxima del populismo es la relación directa entre el líder y el pueblo. No quieren esa intermediación porque es incómoda, escruta y cumple un papel de contrapoder. Si la prensa estuviera muerta, no le preocuparía tanto a Sánchez.

En junio se cumplirán diez años del ascenso al trono de Felipe VI. Usted ha dedicado mucha atención a la monarquía y ha escrito varios libros. Parece que el monarca cuenta con el respaldo mayoritario de la ciudadanía, pero ¿qué cabe esperar en los próximos diez años?

El Rey ha tenido que manejar y superar la crisis de reputación absoluta en que dejó a la Corona su padre. Este es un tema que todavía no está del todo superado. Fue muy grave y Juan Carlos I sigue expatriado, en Emiratos Árabes Unidos, y todos sabemos que no puede residir en España por razones de carácter fiscal. Esto es un elemento de erosión permanente. Dicho esto, el esfuerzo de Felipe VI en términos de transparencia, de rigor y de ejemplaridad ha sido realmente extraordinario. Lo que ocurre es que a la crisis de su padre se ha añadido que, en estos últimos diez años, han emergido fuerzas contrarias a la monarquía parlamentaria de mucho volumen: Podemos, Sumar, ERC, Bildu, Junts, PNV, BNG. En el propio Gobierno de coalición hay una fuerza política, Sumar, que antes era Unidas Podemos, abiertamente antimonárquica. Y, por último, hay una gelidez extraordinaria en el presidente del Gobierno en relación con el jefe del Estado y sus funciones. Una gelidez institucional que no es hostilidad, pero que es distancia. Todo eso está reduciendo gravemente el espacio funcional del monarca, del jefe del Estado. Por lo tanto, la monarquía todavía no ha superado plenamente la crisis de la institución en 2014.

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