Pensamiento

¿Qué nos enseña la ‘Odisea’?

El texto de Homero es uno de los grandes pilares de la literatura occidental, y está lleno de lecciones y aprendizajes sobre el viaje de la vida.

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14
agosto
2024
Calipso de luto por Odiseo en la isla de Ogigia, Henry Lehmann (1869)

La Odisea es, junto con la Ilíada, la primera gran obra conocida de la literatura occidental. Preludio de las narraciones de aventuras y vergel de mitos e historias que a día de hoy seguimos contando, la Odisea contiene, además de maravilla, grandes lecciones de vida.

El poema homérico comienza con un Odiseo o Ulises completamente desesperado y deprimido: lleva casi 20 años lejos de casa, primero luchando en la guerra de Troya y ahora sumido en un viaje de regreso que se hace eterno. Para nosotros, su historia comienza en la paradisiaca isla de la ninfa Calipso. Esta, enamorada del héroe, le ha ofrecido la inmortalidad y una vida divina si se queda con ella, pero Ulises no ha hecho más que rechazarla: en su mente siempre está la esperanza de volver a casa y a Ítaca con su mujer, Penélope, a pesar de que hace casi dos décadas que no la ve.

La constancia de Ulises y el empeño por la esperanza son una de las grandes lecciones de la Odisea: tanta es su convicción que los mismos dioses bajan a la tierra a pedir a Calipso que deje ir a su amado.

Pero no debemos tampoco entender esta enseñanza de perseverancia en términos absolutos, pues la misma Odisea se encarga de mostrarnos las fluctuaciones que acompañan siempre a la vida: Ulises pierde la esperanza en decenas de ocasiones al enfrentarse a peligros inimaginables o al simple cansancio, y a menudo es tentado por el amor de otras mujeres que lo alejan de la lealtad a su esposa.

La Odisea es, ante todo, una historia de viajes: físicos, entre islas y mares distantes, pero también de vida

En medio de tantos vaivenes, otro de los grandes valores de la Odisea que llama la atención es la hospitalidad o xenia, un concepto fundamental para los antiguos griegos que aún pervive. Los helenos no comprendían la interacción social sin ofrecer ayuda mutua en la propia casa: a Ulises lo acogen, a lo largo de su viaje, varias personas en sus hogares, que resultan ser clave para su regreso gracias a la ayuda prestada. Mucho podríamos aprender de esta mentalidad de ayuda que tenían los griegos para ayudar a construir un mundo si no mejor, al menos no tan hostil.

Por otro lado, el personaje de Penélope se perfila como el reverso complementario de Ulises y perfecto ejemplo de una mujer que, en una situación adversa y con sus movimientos limitados por su época y su sexo, utiliza sus propias armas para salir adelante. El célebre ardid de la mortaja, que Penélope tejía durante el día y destejía durante la noche para ganar tiempo, pues había prometido a sus pretendientes escoger un nuevo marido cuando lo terminara, es muestra de la gran inteligencia de Penélope, que sabe adaptarse a su circunstancia y aprovechar sus condicionantes.

Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, también sirve para ejemplificar el duro pero necesario viaje de la infancia a la adultez. Al principio de la obra, el joven emprende un viaje por las islas y territorios cercanos a Ítaca en busca de su padre, travesía que le permitirá empezar a ver el mundo y conocerse a sí mismo, una de las máximas de la Antigüedad recogida por el Oráculo de Delfos.

Y es que la Odisea es, ante todo, una historia de viaje: de viaje físico, entre islas y mares distantes, pero también de vida. Por algo el poeta griego Constantino Kavafis empleó Ítaca como metáfora para el punto de partida y de regreso de la existencia en su famoso poema: «Ítaca te concedió un hermoso viaje./ Sin ella no habrías partido,/ pero no tiene más para darte».

Ulises se va de Ítaca siendo un joven guerrero y regresa veinte años después, maduro y cano. La Ítaca que le despidió no es la misma que lo recibe, del mismo modo que él no es el mismo, ni tampoco Penélope, su esposa. Una de las escenas más perfiladas psicológicamente es la del reencuentro del matrimonio: durante toda la noche, Penélope mira a su esposo, intentando reconocer al joven que se fue en el viejo que ha vuelto.

Algunos poetas y cantautores como Serrat o Francisca Aguirre han narrado ese reencuentro en el que Odiseo y Penélope apenas pueden reconocerse más que por la esencia. Pasadas las horas y tras alguna que otra confesión, Penélope al fin confía y asume que el hombre que frente a ella se sienta es ese al que lleva veinte años esperando. Entonces, cuando admite el paso del tiempo y rompe la distancia entre lo que imaginaba y la realidad, es cuando consigue al fin ser feliz.

Atenea entonces alarga la noche para que los amantes puedan compartir experiencias e historias de los últimos años, al fin sinceros y presentes el uno frente al otro. Y así cierra Homero la Odisea: con una conversación larga y sincera sobre los estragos y los vaivenes del viaje y, en fin, de la vida.

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