Siglo XXI
Hágame caso por tierra, mar y WhatsApp
Estamos tan habituados a que nuestros requerimientos de atención sean atendidos sin demora que nos sentimos ofendidos o desdichados cuando no sucede así. ¿Por qué debemos buscar excusas para no responder a esos requerimientos a la velocidad del rayo?
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En caso de que este artículo le haya llegado a través de un mensaje de WhatsApp, sepa usted que es más que probable que quien le haya rebotado el enlace (por cierto, gracias por la difusión) esté aguardando una respuesta inmediata por su parte. Y no estamos hablando de un simple «gracias» o un «ya me lo leeré cuando tenga un rato». No, lo que espera es que usted abandone todo cuanto tenga entre manos para enfrascarse en la lectura de la pieza y que, sin solución de continuidad, le haga una valoración de la misma. Y todo en un tiempo muy inferior al que le llevaría leerla.
Y es que las exigentes dinámicas comunicativas a las que nos han conducido las nuevas tecnologías pasan por la inmediatez, casi la instantaneidad y, si fuera posible, como plantea la película japonesa Más allá de los dos minutos infinitos, anticipar unos instantes del futuro para que la respuesta llegue incluso antes de ser formulada la pregunta.
Acortar los tiempos de la interacción humana es uno de los grandes hitos de la digitalización. Y se ha aplicado con tanto celo a su consecución que, de algún modo, se ha pasado de frenada y nos ha malacostumbrado. Ahora nada que exceda el lapso que lleva cambiar los cuatro neumáticos de un Fórmula 1 en día de carrera nos parece razonable. El nombre «mensajería instantánea» ha dejado de ser el recordatorio de una funcionalidad potencial para convertirse en el canon del intercambio de pareceres. Estamos tan habituados a que nuestros requerimientos de atención sean atendidos sin demora que nos sentimos ofendidos o desdichados cuando no sucede así.
La prisa es terreno abonado para la precipitación y el error
Pero eso, sencillamente, no es razonable. Cuando enviamos un mensaje a un determinado interlocutor, esperar una respuesta de esa persona forma parte del pacto de reciprocidad de trato y buenos modales que rige la convivencia humana. Esperar una respuesta inmediata siempre solo puede explicarse desde el egoísmo, la arrogancia, la inseguridad o una desmesurada falta de empatía. Porque la velocidad de la respuesta es algo que quizá no solo depende de la otra persona y puede estar influida por infinidad de factores. Y aunque es cierto que el silencio administrativo permanente es una mala alternativa (un simple «recibido» o «te contesto en cuanto tenga un momento» resuelve muchos entuertos y malentendidos), en general, el maleducado no suele ser quien demora la respuesta, sino quien la exige.
¿Por qué debemos buscar excusas para no responder a esos requerimientos a la velocidad del rayo? ¿Es que acaso no puede haber una razón justificada para no atender ipso facto a la demanda que nos hace un jefe, un cliente, nuestra pareja, un amigo o un vendedor de seguros? Pues así, a bote pronto, se nos pueden venir a la cabeza un buen puñado de ellas: «Estoy ocupado haciendo otra cosa» (sí, hay otras cosas en el universo además de «lo tuyo»), «antes de pronunciarme necesito algo de tiempo para sopesar o investigar acerca de la cuestión», «objetivamente, no existe una verdadera urgencia» o, una indiscutible: «No me da la gana».
Seguramente fue un creciente gusto por la inmediatez y no únicamente las posibilidades tecnológicas lo que hizo que el telégrafo remplazará a las cartas como forma de comunicación interpersonal. Y la misma razón está detrás de la preferencia que actualmente se puede detectar en los entornos laborales por un canal mucho más invasivo y demandante como es el Whatsapp sobre el asíncrono y, seguramente por ese motivo, anticuado correo electrónico.
El sistema de mensajería instantánea propiedad de Meta incluso ha desarrollado un sistema que nos informa de que la persona al otro lado ha visto nuestro mensaje, el famoso doble check azul, lo que, lejos de interpretarse como una impertinente indiscreción, en una retorcida y perversa lectura de los códigos de la comunicación digital lo que hace es desarmar de argumentos al mensajeado para no responder ASAP (as soon as possible). ¿Que hay una forma de desactivar esa función para que no nos atosiguen con su monitorización? No sean ingenuos. Una simple búsqueda en internet devuelve numerosos post y videos que detallan cómo saltarse esa protección. Solo hay que crear un grupo de Whatsapp con la persona a la que se desea acosar y nosotros como únicos miembros (lo que, si uno lo piensa despacio, es de locos) y el doble check azul volverá a delatar al procrastinador contacto.
Nietzsche decía que había que aprender a no responder inmediatamente a un estímulo, e invitaba a entrenar el arte de aplazar las decisiones y las acciones. Entre otras razones, porque la prisa es terreno abonado para la precipitación y el error. Si el pensador alemán levantara la cabeza y conociera la mensajería instantánea, volvería a pedir tierra de manera instantánea.
Por desgracia, su doctrina no es precisamente mainstream hoy en día, y lo habitual es que muchas personas traten de arrancarnos una atención súbita e incondicional a sus requerimientos. Pero, en un alto porcentaje de las ocasiones, las únicas personas a las que conviene responder sin demora cuando nos contactan son nuestra madre y nuestro oncólogo.
¿Qué podemos hacer para resistir y no ceder antes semejante presión? Un filósofo nos aconsejaría que reflexionemos; un coach nos sugeriría que respiremos; un cool nos mostraría en el metro una camiseta con la leyenda «be calm» y un refranero nos recordaría que las prisas son malas consejeras, que hay que vestirse despacio y que no por mucho madrugar amanece más temprano.
Pero a nosotros todas esas recomendaciones nos entrarán por un oído y nos saldrán por el WhatsApp en forma de meme. Y un segundo después de enviarlo, comprobaremos si el universo tiene marcado en su hilo un doble check de color azul.
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