Sociedad
Sexo en la Antigua Roma
La vida privada de los romanos parece algo lejano, pero su influencia sobre la sexualidad, el cuerpo femenino y el placer llega hasta el presente.
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Puede que hayan pasado siglos desde el final de la Antigua Roma, pero, aun así, lo que ocurrió en ese período histórico sigue despertando pasiones. Y obsesiones. El viral de hace unos meses —que todavía no ha muerto— sobre cada cuánto tiempo piensan los hombres en el Imperio Romano así lo demuestra. Algunos, un par de veces por semana. Otros, todos los días.
«La mitad piensa en soldados en fila y emperadores», explica al otro lado del teléfono la historiadora Patricia González Gutiérrez. No piensan en la vida cotidiana, mucho menos en la vida privada de las personas que vivían entonces. «El imaginario es el que es», apunta la experta. La imagen que tenemos sobre Roma –y en la que pensamos cuando se habla de ella– es como una balanza inclinada hacia las guerras y conquistas. «Eso y orgías», señala González Gutiérrez.
Por supuesto, la historia de Roma es mucho más que eso. Lo de las orgías tiene bastante que ver con leer de forma literal las fuentes, apunta la historiadora, pero además la historia romana tiene muchas más personas protagonistas que soldados y muchas más aristas que emperadores que asisten a batallas de gladiadores, uno de esos lugares comunes en las series y películas sobre la época. Las cosas con las que nos quedamos y las que se transmiten «no son nada inocentes», como explica la experta.
González ya había abordado la historia de las mujeres en la Antigua Roma en Soror. Ahora, se centra en un aspecto de la vida privada de quienes vivían en aquellos siglos, su vida sexual y las relaciones interpersonales. Lo hace en Cvnnvs. Sexo y poder en Roma (Desperta Ferro Ediciones), que se adentra en cuestiones como la construcción del deseo o de la visión del cuerpo, la parte pública de la sexualidad romana, las conexiones con la religión o los vínculos entre poder y sexo. Así, cuenta, por ejemplo, cómo el matrimonio entonces no fue «una institución inmutable y homogénea», puesto que existían diferentes tipos de uniones.
En 2012, un político estadounidense aseguró que si una mujer se había quedado embarazada no podía haber sido violada porque la concepción se conecta al placer. Además de su ignorancia sobre cómo funciona la reproducción, esas polémicas declaraciones tienen mucho que ver con las creencias romanas, cuando se creía que existía una conexión entre el embarazo y el orgasmo.
El modo en el que concebimos el cuerpo y la moralidad tiene sus raíces en lo que se creían en la Antigua Roma
«Roma es un espejo deformado», resume la historiadora: «Heredamos mucho de Roma y no nos damos cuenta». Cuestiones como el consentimiento, la edad de matrimonio o la relación entre sexo y poder ya importaban entonces y ya protagonizaban leyes, tabúes y prácticas sociales. Esas cuestiones influyeron en los siglos posteriores y fueron asentando visiones de las cosas que permearon de una manera o de otra hasta nuestro presente.
Incluso el modo en el que concebimos nuestro cuerpo y la moralidad tiene sus raíces en lo que creían en la Antigua Roma. De hecho, se puede establecer una línea directa entre la «gordofobia» y las creencias morales sobre la delgadez y la gordura en la época romana. Las romanas ya hacían dieta y usaban cosméticos para responder a lo que se esperaba de ellas. «Los cuerpos femeninos tenían que estar depilados, debían ser suaves y sedosos», dice Cvnnus.
Hasta la historia médica ha estado marcada por lo que se pensaba sobre la sexualidad en esa época: la visión del cuerpo femenino –toda esa idea de que la regla lo hace inestable o la del histerismo, pero también las percepciones sobre el deseo sexual de las mujeres– explica prejuicios que han llegado hasta el presente, por ejemplo, se siguen haciendo menos pruebas de medicamentos e investigación sobre enfermedades en mujeres por sesgos marcados por ello.
Hay que tener muy presentes las limitaciones que a veces presentan las fuentes; lo que se ha conservado no siempre es neutro ni objetivo. Nuestra visión de cómo era Roma está muy marcada por lo que se sabe de Pompeya, pero, como recuerda González Gutiérrez, era «una ciudad de vacaciones». Basar todas nuestras ideas sobre el imperio partiendo de esa ciudad sería como si, dentro de 3.000 años, todas las conclusiones de cómo era la España de 2024 se tomasen de una excavación en Benidorm.
A eso se suma que los propios procesos de conservación añaden otras capas de complejidad, «porque solo se conserva lo que se cree que es digno de conservar». Como enumera la historiadora, hemos perdido material valioso como pueden ser los escritos de las mujeres, los recetarios, la correspondencia privada o las percepciones de extranjeros. La pornografía en Roma era muy popular y con una distribución potente. Pero solo ha llegado «una línea del manual porno más popular de Roma». También se ha perdido la «tecnología de la sexualidad». En ocasiones, como demostró la historia del juguete sexual romano de hace unos meses, se pasaba por encima o se clasificaba erróneamente qué se había encontrado.
Y, por supuesto, el momento en el que se hace la historia también afecta a cómo se leen las cosas. Cuestiones como el pudor o el escándalo, «igual que el de la privacidad en la vida, tuvieron un importante auge a partir del siglo XVIII». Esto llevó a que se trabajaran cuestiones como la sexualidad del pasado pasando por los tamices de esa época. En los museos se crearon «gabinetes secretos» a los que se mandaron los restos romanos considerados indecentes, pero también que las investigaciones históricas sobre estos temas se publicasen con seudónimos para proteger la reputación de quienes las firmaban.
Quizá la lección más clara que debemos sacar de todo esto es algo que apunta la historiadora: «Las sociedades son complejas». También las del pasado.
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