Hace un año, ante el estupor internacional, Alemania decidió desconectar sus tres últimas centrales nucleares como parte de su estrategia energética. Teniendo en cuenta del cambio climático, los llamamientos a acelerar la transición para abandonar los combustibles fósiles y la crisis energética precipitada por la invasión de Ucrania por Rusia en 2022, la decisión de Berlín de abandonar la energía nuclear antes que otras fuentes no renovables como el carbón ha suscitado numerosas críticas. Es más, la activista medioambiental, Greta Thunberg, ha declarado que es «un error».
Esta decisión solo puede entenderse en el contexto de la evolución sociopolítica de posguerra en Alemania, donde el mensaje antinuclear fue anterior al discurso público sobre el clima.
La fuerza del movimiento antinuclear alemán
En un ambiente marcado por las protestas de cientos de miles de personas –incluida la mayor manifestación de la historia vista en la capital de Alemania Occidental, Bonn– el movimiento antinuclear atrajo la atención nacional y despertó una simpatía generalizada. Y se convirtió en una importante fuerza política mucho antes de la catástrofe de Chernóbil de 1986.
Sus motivaciones incluían desconfianza hacia la tecnocracia y temores ecológicos, medioambientales y de seguridad. Pero también oposición general al poder concentrado (especialmente tras su extrema consolidación bajo la dictadura nazi).
Los activistas defendieron lo que consideraban alternativas renovables más seguras, ecológicas y accesibles
En su lugar, los activistas defendieron lo que consideraban alternativas renovables más seguras, ecológicas y accesibles, como la solar y la eólica, abrazando así su promesa de mayor autosuficiencia, participación comunitaria y empoderamiento ciudadano («democracia energética», lo llamaban).
Este apoyo a las energías renovables no tenía tanto que ver con el CO₂ como con el restablecimiento de las relaciones de poder (mediante una generación descentralizada y ascendente en lugar de una producción y distribución descendentes), la protección de los ecosistemas locales y el fomento de la paz en el contexto de la guerra fría.
La Energiewende alemana
Existe un sorprendente contraste entre la «Energiewende» alemana y el movimiento «Fridays for Future» iniciado por Thunberg, y a su conocido slogan «listen to the experts» («escucha a los expertos»). La generación de activistas más veterana rechazó deliberadamente la opinión de los expertos de la época, que consideraban que la energía nuclear centralizada era el futuro y que el despliegue masivo de energías renovables distribuidas era una quimera.
Este movimiento anterior fue decisivo para crear el Partido Verde alemán –hoy el más influyente del mundo– que surgió en 1980 y entró por primera vez en el gobierno nacional de 1998 a 2005 como socio menor de los socialdemócratas. Esta coalición «rojo-verde» prohibió la construcción de nuevos reactores, anunció el cierre de los existentes para 2022 y aprobó una serie de leyes en apoyo de las energías renovables.
Esto, a su vez, impulsó el despliegue nacional de energías renovables, que se disparó del 6,3% del consumo nacional bruto de electricidad en 2000 al 51,8% en 2023.
Estas cifras son aún más notables si se tiene en cuenta la contribución de los ciudadanos de a pie. En 2019, estos poseían el 40,4% (y más del 50% a principios de la década de 2010) de la capacidad total de generación de energía renovable instalada en Alemania, ya fuera a través de cooperativas comunitarias de energía eólica, instalaciones de biogás en granjas o energía solar doméstica en tejados.
La mayoría de las transiciones energéticas más recientes de otros países han consistido en intentos de alcanzar objetivos de neutralidad en emisiones de carbono utilizando cualquier tecnología de bajas emisiones disponible. La ya famosa «Energiewende» alemana (traducida como «transición energética» o incluso «revolución energética»), sin embargo, desde sus inicios ha tratado de alejarse tanto de la energía intensiva en carbono como de la energía nuclear para adoptar alternativas predominantemente renovables.
De hecho, el mismo libro al que se le atribuye la designación del término «Energiewende» en 1980 se titulaba, Energie-Wende: Crecimiento y prosperidad sin petróleo ni uranio y fue publicado por un grupo de expertos fundado por activistas antinucleares.
¿La excepción de Merkel?
En las últimas dos décadas y media, los gobiernos alemanes han seguido más o menos esta línea. El segundo gabinete pronuclear de Angela Merkel (2009-13) fue una excepción, hasta la catástrofe de Fukushima de 2011. A partir de ese momento, protestas masivas de hasta 250.000 manifestantes y la derrota del partido gobernante ante los Verdes en elecciones estatales obligó al Gobierno a volver al plan de abandonar la energía nuclear en 2022. No es de extrañar que actualmente tantos políticos alemanes se muestren reacios a reabrir la misma caja de Pandora.
Otro quebradero de cabeza político es dónde almacenar los residuos nucleares del país, una cuestión que Alemania nunca ha conseguido resolver
Otro quebradero de cabeza político es dónde almacenar los residuos nucleares del país, una cuestión que Alemania nunca ha conseguido resolver. Ninguna comunidad ha dado su consentimiento para albergar una instalación de este tipo, y en las designadas para tal fin se han producido protestas a gran escala.
En su lugar, los residuos radiactivos se han almacenado en instalaciones temporales cercanas a los reactores existentes, lo que no es una solución a largo plazo.
La energía nuclear sigue siendo impopular
Las encuestas nacionales subrayan la aversión teutona a la energía nuclear. Incluso en 2022, en plena crisis energética, una encuesta reveló que el 52% de los alemanes se oponía a la construcción de nuevos reactores, aunque el 78% apoyaba una prórroga temporal de las centrales existentes hasta el verano de 2023. El gobierno de coalición tripartita socialdemócrata-verde-liberal llegó finalmente a un compromiso a mediados de abril de 2023.
Hoy, el 51,6% de los alemanes cree que esta decisión fue prematura. Sin embargo, se consideró políticamente inviable un nuevo aplazamiento, dado el férreo antinuclearismo de los Verdes y de amplios sectores de la población.
A pesar de algunas protestas públicas en sentido contrario (el principal partido de la oposición, la CDU, declaró en enero que Alemania «no puede prescindir actualmente de la opción nuclear»), en privado pocos líderes políticos creen que el país vaya a dar marcha atrás, o incluso que pueda hacerlo de forma realista.
Como comenta una persona del sector, hablar de reintroducir la energía nuclear en Alemania es «delirante» porque los inversores «se quemaron los dedos… demasiadas veces» en el pasado y ahora «prefieren poner su dinero en inversiones más seguras». Además, «se tardaría décadas en construir nuevas centrales nucleares» y la electricidad ya no es el sector que preocupa dado el rápido desarrollo de las energías renovables. La atención se ha desplazado a la calefacción y el transporte.
Mientras tanto, las predicciones de que la salida de la energía nuclear obligaría a Alemania a utilizar más carbón y a enfrentarse a un aumento de los precios y a problemas de suministro no se han cumplido. En marzo de 2023 –el mes anterior a la retirada– la distribución de la generación eléctrica alemana era de un 53 % de renovables, un 25% de carbón, un 17% de gas y un 5% de nuclear. En marzo de 2024, era del 60% de renovables, el 24% de carbón y el 16% de gas.
En general, el pasado año se registró un récord de producción de energía renovable en todo el país, un mínimo de 60 años en el uso del carbón, importantes recortes de emisiones y un descenso de los precios de la energía.
Parece que el sector energético del país ya ha pasado página. En palabras de un observador del sector, «una vez que apagas estas centrales nucleares, se acabó», y no hay manera fácil de volver atrás. Para bien o para mal, esta tecnología, al menos en su forma actual, está muerta en Alemania. Y muchos alemanes no la echarán de menos.
Trevelyan Wing es fellow of the Cambridge Centre for Geopolitics and Centre Researcher at the Cambridge Centre for Environment, Energy and Natural Resource Governance (CEENRG), University of Cambridge. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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