Cultura

Tras la muerte de Madame Bovary

La obra escrita por Gustave Flaubert suscitó numerosas polémicas en la sociedad decimonónica europea. El arquetipo representado por su protagonista, sin embargo, permanece tan actual como entonces: el de la mujer que no acepta el lugar asignado.

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14
marzo
2022

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Hay muertes literarias que dejan una huella tan profunda como las raíces verticales de un ciprés: la del capitán Ahab en Moby Dick, a quien su deseo de venganza le ciega hasta el punto de acabar atrapado por sus propios arpones en la ballena blanca; la de Romeo y Julieta, él envenenado y ella con el filo de una daga; la de Aschenbach, que muere porque no resiste ya tanta belleza al contemplar al joven Tadzio adentrándose en el mar; y, evidentemente, la de Emma Bovary, con su cabeza tan llena de quimeras y sueños, de lecturas y de deudas.

El relato revolotea sobre el sufrimiento del personaje dibujado por Flaubert. «Se tendió en la cama cuan larga era […] Estaba pendiente de sí misma, auscultándose con toda curiosidad para darse cuenta de si sufría o no. “Qué cosa tan insignificante es la muerte; me voy a dormir y se acabó”. Bebió un sorbo de agua y se volvió contra la pared. Aquel espantoso sabor a tinta no desaparecía […]. Balanceaba la cabeza con un gesto suave lleno de angustia, al tiempo que abría continuamente las mandíbulas, como si llevara sobre su lengua algo muy pesado. A las ocho reaparecieron los vómitos. Emma no tardó en vomitar sangre. Sus labios se apretaron más. Tenía los miembros crispados, el cuerpo cubierto de manchas oscuras, y su pulso se escapaba como un hilo tenue, como una cuerda de arpa a punto de romperse […]. Emma se incorporó como un cadáver galvanizado, con todo el pelo suelto y las pupilas inmóviles, abiertas de par en par. Y se echó a reír, con una risa atroz, frenética, desesperada. Una convulsión la derrumbó de nuevo sobre el colchón. Todos se acercaron. Ya había dejado de existir».

Madame Bovary fue publicada por entregas en La Revue de Paris entre los meses de octubre y diciembre de 1857. Produjo un escándalo supino: la Iglesia, por ejemplo, lo incluyó en su Índice de Libros Prohibidos, y su autor, Gustave Flaubert, terminó en los tribunales por haber tenido la osadía de describir impúdicamente la historia de un adulterio perpetrado por una mujer. Le acusaron de ser inmoral, escabroso y obsceno; el tribunal quiso saber quién se escondía detrás de esa tragedia, qué mujer había inspirado semejante lascivia. «Madame Bovary soy yo», respondió el francés según la leyenda.

Bértolo: «Emma ya conoce las palabras de los libros. Su problema es que ahora quiere conocer exactamente su significado»

Hoy, el argumento de esta novela romántica ya no nos escandaliza: Charles Bovary, un modesto médico viudo conoce a Emma, la hija del señor Rouault, de la que se enamora hasta el delirio. Ambos se casan, pero ella lee novelas que la insuflan el deseo de otra vida menos aburrida que la que lleva; de una existencia más elegante y sofisticada, pero sobre todo más intensa. En el decir del crítico Constantino Bértolo, «Emma ya conoce las palabras de los libros. Su problema es que ahora quiere conocer exactamente su significado. Quiere ser protagonista de las palabras. Quiere actos. El lugar donde las palabras descubren su significado».

Es entonces cuando aparece Léon Dupuis, otro entusiasta de las novelas románticas, con quien comparte lecturas y un amor imposible; tanto, que Léon termina por marcharse. No es la única aparición: más adelante surge otro pendenciero llamado Rodolfo Boulanger. Ambos se aman y consuman su amor, llegando a citarse para huir juntos; él, sin embargo, no se presenta. Emma enferma a causa del plantón y su marido acumula deudas con un farmacéutico mezquino y ruin cuyo apellido responde por Lheureux. Tras una lenta recuperación, Charles Bovary decide llevar a su mujer a la ópera. Allí Emma vuelve a encontrarse con Léon, con quien salda la cuenta de amor pendiente. Poco a poco, no obstante, las deudas del matrimonio se acumulan como el trigo en un granero hasta el punto que Emma no encuentra más que una salida: el suicidio.

Dos siglos después, Emma sigue siendo un arquetipo: una mujer que se negó a ocupar el lugar que le asignaron, que no ejerció como madre, que quería ser amada en alta intensidad y que dio nombre a una enfermedad, el bovarismo (o la insatisfacción crónica producida por la disociación entre realidad y ficción).

Símbolo del despertar de la mujer, para algunos representa la opresión del sistema patriarcal capitalista, mientras que para otros encarna la mujer liberada que vivió a su gusto. En cualquier caso, Bovary es una heroína trágica que luchó contra su destino y fracasó. Y fue precisamente ese fracaso, esa muerte, lo que libró a Flaubert de la cárcel, ya que el tribunal aceptó la explicación del abogado del escritor, que esgrimió el final como castigo a su insolencia. La gente de bien, esa burguesía cuya doble moral e hipocresía quedaba retratada en la novela, podía respirar: hay castigo para quienes ponen en entredicho las reglas del juego.

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