Medio Ambiente

Jardines, cultivar la felicidad

En un mundo cada vez más acelerado, el jardín es un refugio donde la conexión con la naturaleza no solo se traduce en flores u hortalizas, sino también en beneficios físicos, emocionales y comunitarios.

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01
marzo
2024
Dora Louise Murdoch, 1920

«Planta tu propio jardín y decora tu propia alma, en lugar de esperar que alguien te traiga flores». Estos versos, que forman parte de un poema que la estadounidense Verónica Shoffstall se escribió a sí misma después de un desengaño amoroso, son una bonita metáfora del «cuidarse a uno mismo», pero también pueden tomarse como punto de partida para hablar de la relación entre los jardines y la felicidad.

Desde la prehistoria, el ser humano ha utilizado la naturaleza para la supervivencia, desde la domesticación de plantas en la agricultura, pasando por la elaboración de medicamentos, hasta el uso terapéutico del contacto directo con el medio natural. La jardinería como tal nace en los antiguos Egipto y Mesopotamia, cuando se busca la satisfacción corporal y espiritual inspirada por la presencia de la vida vegetal en un espacio recogido y tranquilo.

Y es que se ha demostrado que el acto de sembrar, podar y cosechar no solo da forma a un jardín, sino que también contribuye a nuestro bienestar físico y emocional. Aunque los estudios sobre los beneficios que la jardinería brinda a la mente y a las emociones no son nuevos, fueron más notorios a partir del confinamiento que originó la pandemia de covid-19. Durante la cuarentena, muchas personas hallaron así un espacio de terapia, que les permitía obtener una cierta sensación de control y de seguridad, mientras que cultivaban sus propios alimentos. Así lo señala un informe de la Universidad de California, que abarcó ciudades de Estados Unidos, Alemania y Australia, según el cual los jardineros encuestados expresaron sentir alegría, libertad y conexión con la naturaleza, a pesar del confinamiento.

La jardinería se ha convertido en una fuente probada de reducción del estrés y la ansiedad

La primera ventaja es la mejora de la salud física. Diversas investigaciones respaldan la idea de que la jardinería es una excelente forma de ejercitarse. Trabajar en el jardín, la terraza o el huerto implica cavar, trasladar pesos (razonables), sembrar y plantar, además de regar, segar, podar, abonar, cosechar… Estas actividades queman calorías, mejoran la fuerza muscular y fomentan la flexibilidad.  Un estudio publicado por la Escuela Sueca de Deporte y Ciencias de la Salud observó que los adultos mayores que se ocupaban del jardín padecían menos derrames cerebrales, ataques cardíacos o muertes prematuras.

«El ejercicio es la mejor arma contra el envejecimiento y la jardinería se considera un ejercicio aeróbico: mejora el metabolismo, el estado cardiovascular y osteoarticular, promueve el bienestar físico, mental y afectivo», sostiene el doctor Javier Ortiz, jefe de Geriatría del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Sin olvidar las ventajas añadidas de pasar tiempo al aire libre, en un entorno natural que además se trabaja y se contribuye a cuidar.

Pero la conexión con la tierra va más allá de lo físico, nutre también la salud mental y emocional. La jardinería se ha convertido en una fuente probada de reducción del estrés y la ansiedad. El contacto con la naturaleza, el acto meditativo de cuidar las plantas y la simple observación del crecimiento y desarrollo de un jardín proporcionan un bálsamo para el alma.

Según la Universidad de Princeton, las personas que practican el cuidado de las plantas son más felices. Los investigadores fueron más allá: según sus resultados, el bienestar emocional era mayor entre los que tenían plantas vegetales que en los horticultores de plantas ornamentales. Esto podría deberse a la relación que se establece con las plantas vegetales a medida que se las ve crecer y madurar.

La jardinería como terapia social

Además, la jardinería ayuda a establecer vínculos con otras personas. Compartir consejos, semillas y experiencias con otros entusiastas y aficionados, crea una red valiosa. La jardinería comunitaria, en particular, ha demostrado ser una herramienta efectiva para la cohesión social y la construcción de comunidades más fuertes.

Según un ensayo aleatorizado y controlado de jardinería comunitaria dirigido por un equipo de la Universidad de Colorado Boulder en colaboración con el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), las personas que empiezan a cultivar un huerto comen más fibra y hacen más actividad física, y también disminuyen significativamente los niveles de estrés. Jill Litt, autora principal del estudio,  señala: «Vayas donde vayas, la gente dice que hay algo en la jardinería que les hace sentirse mejor».

Iniciar un pequeño jardín en casa puede ser un primer paso. Desde macetas en el balcón hasta parcelas más amplias, cualquier espacio puede convertirse en un rincón terapéutico. Plantar en pequeñas macetas o germinar en latas son tareas de jardinería que ayudan a desconectar de la rutina. Además, la tendencia de los jardines de interior permite que incluso aquellos que viven en espacios urbanos disfruten de los beneficios de esta actividad.

En palabras del filósofo Santiago Beruete, autor de libros como Jardinosofía, Verdolatría y Aprendívoros: «Colaborar con el crecimiento de las plantas, de tu huerto, de tus maceteros, lo que sea, ayuda al propio crecimiento personal, a la renovación interior. Para cuidar un huerto, un jardín, o unas macetas, necesitas atender a otro ser vivo. Es una enorme escuela del cuidado. Ver crecer lo que plantamos nos brinda una fuente genuina de gozo y nos permite la introspección. Salir al jardín es entrar en uno mismo. Porque cuando nos ocupamos de otro, nos ocupamos de nosotros. Logramos romper la burbuja en la que vivimos atrapados. En un mundo cada vez más abrumado por las prisas, obsesionado con la productividad, ocuparse de un jardín es una forma de insumisión genuina que nos vuelve a reconectar con lo que fuimos».

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