Pensamiento

«El relativismo nos anima a la siesta más que a buscar soluciones»

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01
marzo
2024

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En ‘Historia universal de las soluciones‘ (Ariel), el filósofo José Antonio Marina (Toledo, 1939) reflexiona sobre la capacidad humana de encarar los problemas que entorpecen, dañan o impiden la prosperidad, tanto colectiva como individual. Dividido en dos partes, la primera de ellas aborda una suerte de itinerario sustentado en la inteligencia para resolver las dificultades que causan angustia. La segunda es un recuento de las culturas, entendidas como un conjunto de soluciones ―buenas, malas y garrafales― a problemas universales, de manera que se puedan comparar para escoger las mejores.


¿Cómo distinguir una solución luminosa de una chapuza, un apañe, un parche?

Es una muy buena pregunta de difícil respuesta. Hay que elaborar lo que denomino «la ergometría de las situaciones», que permite comprobar que una solución es una solución, porque muchas cosas que parecen serlo resulta que no solucionan nada. ¿Cómo podemos saber si algo soluciona? Comprobando si esa solución permite seguir avanzando, si quita el obstáculo que detenía nuestros proyectos, anhelos o deseos. Si nos deja seguir el paso. Un criterio de evaluación para saber si una solución funcionará es aprovechar la experiencia de la humanidad; la experiencia es un banco de pruebas que nos permite saber si esa solución que contemplamos como posible ha funcionado o no en situaciones similares o si pareció que funcionaba y después produjo más desastres. Se trata de elaborar bien las evidencias, esto en ciencia es fundamental, pero no se ha aplicado en asuntos como la política o la ética. Sí podemos decidir cuándo una solución es buena o mala. ¿Qué pasa si no buscamos esa solución? Lo que ocurre es la demostración por el horror, es decir, si no solucionamos una situación angustiosa sabemos que las consecuencias serán terribles. Hay que identificar el problema, pensar en qué podemos hacer y aplicar la solución posible a cada uno de los conflictos. Esto no deja de ser un acto de fe en la inteligencia, porque hoy en día nos movemos en una especie de relativismo apacible, como si el relativismo tranquilizara: como no hay grandes verdades ni certezas, qué cómodo resulta todo… es la «tentación del colchón mullido». El relativismo nos anima a la siesta más que a buscar soluciones.

Esto coordina con el concepto que utiliza de «inteligencia resuelta».

Sí, es la que avanza con resolución, determinación y resolviendo cosas. Esa dualidad, «inteligencia resuelta», me parece preciosa.

«Problematizar algo significa darle un formato en el que se puede buscar la solución»

¿Cuánto depende del contexto que demos con una buena solución o, dicho de otro modo, hay buenas soluciones con fecha de caducidad?

La solución tiene fecha de caducidad cuando cambia el problema. Además, una solución puede tener efectos colaterales que no habíamos previsto. Por ejemplo, la inteligencia artificial, que resuelve muchísimos problemas, plantea otros. La actitud heurística nos permite estar alerta para identificar bien los problemas, porque con frecuencia los situamos en el foco equivocado. He trabajado mucho en asuntos de drogadicción, y sé que la drogadicción no es un problema, sino una mala solución a un problema, el problema está antes, en otro lugar. Hay que apuntar bien al problema antes de esforzamos en buscar la solución. Putin ha creído solucionar con una guerra un problema que no existía, la idea de la gran Rusia. La «solución final» del régimen nazi también daba una supuesta respuesta a un problema que no era tal, la existencia de los judíos.

La pregunta correcta ¿ya es parte de la solución?

Claro, claro, por eso es tan importante en el ideario político hacerse las preguntas adecuadas. Esto no es una novedad, pero lo habíamos olvidado: el gran talento político es el de aquellos gobernantes que son capaces de transformar un conflicto que parece irresoluble en un problema; problematizar algo significa darle un formato en el que se puede buscar la solución. Con la pregunta adecuada, el camino se ha simplificado mucho. Por eso, la educación heurística, las técnicas de indagación y descubrimiento, han de estar presentes en la educación, desde Primaria nuestros alumnos han de saber que la inteligencia se encarga de resolver problemas. Hay muchas personas que creen que la filosofía no ayuda, la ven como una disciplina que se recrea en el hecho mismo del problema y desconfía de encontrar la solución, por eso tenemos la sensación de que no hemos progresado, de que nos movemos en un mundo interesante, pero nada útil. Y nada más falso. Claro que ha habido progresos, y los seguirá habiendo. No se trata de hacer el «elogio del cavador de pozos», de cavar por cavar. Habrá que cavar si se tiene indicios de que encontraremos agua.

Mejor fiarse de un zahorí…

[Risas] ¡Desde luego!

Ya que menciona a Putin, ¿qué peso ha de tener la moral o la ética en la busca una buena solución?

Fíjate, me he llevado una sorpresa en este asunto. Desde Aristóteles hasta la Edad Media, la política debía someterse a los principios morales. Cuando llegamos a Maquiavelo todo cambia, él «nos enseña» que son dos cosas que nada tienen que ver. La política es el ejercicio del poder. La política solo se podría moralizar en el caso de que los hombres fueran buenos pero como no lo son, la política, según Maquiavelo, ha de preocuparse del ejercicio del poder puro y duro. Y esa es la política que tenemos. El concepto de política no es hoy un concepto como el que proclamaba la Constitución de 1812, que afirmaba que la tarea del gobierno era buscar la pública felicidad, no ejercer el poder. La política de hoy en día ejerce el poder y, si de paso, beneficia a la gente, estupendo, pero es secundario. Si volvemos a Aristóteles, entenderemos que el buen enfoque es que el origen de la política es el arte de resolver problemas y la ética, el conjunto de las mejores soluciones que se nos han ocurrido para resolver los problemas que afectan a la convivencia, de manera que la buena política es la que crea la buena moral, mientras que la mala política crea la inmoralidad. Aristóteles lo dijo. La ética se encarga de la felicidad individual, mientras que la política, de la felicidad colectiva. ¿Qué es más importante? La política. Hay que recuperar esa concepción aristotélica, que se había perdido. Esa ha sido la gran sorpresa para mí. Frente a toda esta especie de escepticismo confortable o relativismo cool que impera ahora, más Aristóteles, porque el relativismo ético llevado a sus últimas consecuencias sería terrible.

«Hay que acabar con este jolgorio de la banalidad en el que todas las opiniones son válidas»

Si no hay manera de demostrar que una postura es mejor que otra porque estamos en el limbo de las equivalencias, en lo único que podemos confiar es en el poder. Hay que acabar con este jolgorio de la banalidad en el que todas las opiniones son válidas. Es terrorífico encontrarse con licenciados en Filosofía que creen que todas las opiniones son respetables. Una cosa es que toda persona sea respetable, y que toda persona tenga el derecho (respetable) de emitir su opinión; otra muy distinta que cualquier opinión merezca respeto, porque hay opiniones estúpidas, miserables, que llaman al odio. En este magma de confort puede llevar la sangre al río. Claro que se puede hacer una ética universal, por supuesto. Una postura es más valiosa que otra porque es mejor solución. En el momento en que enfocas la ética como un conjunto de soluciones a problemas que se dan en todas las culturas tienes la posibilidad de compararlas. Si quieres resolver los problemas sociales, hay que actuar de manera ética. Si no los quieres resolver, no actúes éticamente. Es una dialéctica sencillita, pero sabemos que una de las características de la estupidez humana es no querer curarse. O tener problemas que angustian y autodestruyen y no poner en práctica soluciones. En eso caemos todos, por eso llevo años trabajando en una vacuna contra la estupidez.

A la estupidez se une el hecho de que las pantallas nos absorben de tal manera que neutralizan nuestra capacidad de desear, imaginar, pensar soluciones…

Sin duda, ese es un problema que he enfocado a partir de la psicología. Hace muchos años, la teoría psicológica que se tomaba como dogma era el conductismo de Skinner: si manejas premios y castigos diriges la conducta del animal. En este momento, asistimos al triunfo de Skinner en todo su esplendor, pero no para dirigir la conducta de animales, sino la de las personas. No se ha evaluado lo suficiente el impacto social, hace ya 15 años, que tuvo el hecho de que Facebook introdujera los like en su programa, ese pequeño premio que vuelve adictos a las personas y que necesitas para sentirte bien, querido y valorado.

«Se empieza por no valorar la libertad, y se termina permitiendo regímenes autoritarios»

Esto que dice entronca directamente con el cada vez más agudo desinterés por la libertad…

Totalmente de acuerdo, el desinterés por la libertad real, no por la libertad de supermercado que nos venden. Tú puedes elegir entre diez marcas de detergente, sí, pero para la misma lavadora o dentro del mismo supermercado. Podemos escoger varias marcas sin poder elegir el marco. Puedes escoger las aplicaciones que más te interesen, pero no puedes prescindir del móvil. ¿Qué libertad es esta? La deliciosa servidumbre aceptada, que delega lo importante en otros que deciden por ti. Nos dicen: «Tú, dedícate a disfrutar, déjame el resto a mí» ¿Quién se resiste a esa propuesta? Pero, claro, la contrapartida es que tendremos un dueño. Seremos mascotas, estaremos alimentados, calentitos, y el dueño nos atusará. Se empieza por no valorar la libertad, y se termina permitiendo regímenes autoritarios, que utilizan el mismo esquema. El dictador resuelve nuestros problemas. De ahí que me interese tanto China. Hablamos de ella como potencia económica y tecnológica, sin advertir que quiere convertirse en una potencia intelectual y ética. Lo que nos dice con su sistema de créditos sociales es que Occidente se ha equivocado al colocar como valor supremo de su estructura moral y política la libertad. Para China, la libertad no es para tanto. Prima la justicia. Para China, el elogio de la libertad lleva a una bronca continua, a un lío continuo sin grandes resultados. En Europa, la libertad va a empezar a no importar mucho. La gente habla de que la juventud de hoy en día es anárquica y nada más lejos, la juventud está absolutamente intoxicada de comodidad y pantallas. La libertad viene de la capacidad de autonomía, de la capacidad de pensar por tu cuenta, de tomar decisiones, no de delegar las decisiones o los razonamientos al sistema o a los influencers… Si una persona sigue a un influencer es porque quiere ser influida. Esto habla de la desidia crítica que tenemos. Ser dictador es facilísimo: se elimina el sentido crítico a cambio de una ilusoria comodidad, se inocula el pensamiento de que todo es relativo y que los problemas son irresolubles, y tenemos la conjunción de lo irremediable.

A la hora de buscar soluciones, ¿hay diferencias en la manera de actuar de ellas respecto a ellos?

Sí. Desde pequeños se ve, ellas buscan soluciones; ellos buscan gresca, porque no tienen recursos, porque son más torpes hablando. Ellas hablan y razonan antes. Hay, claro, niñas brutas, agresivas, pero, en general, no tienen miedo en reconocer que les preocupa un problema y que desconocen la solución. Cuando tienen un problema, en seguida buscan hablarlo con alguien, no tanto para buscar consejo como para verlo con mayor claridad  mientras lo explican. Los hombres somos cazurros, creemos que hablarlo es demostrar debilidad. En cuanto a resolver problemas científicos, hay igualdad; en cuestiones afectivas, ellas actúan con más inteligencia.

Aparte de la muerte, ¿qué problemas son los que más le fascinan?

Cuando trabajaba en la Universidad de Padres me di cuenta de la cantidad de problemas que afrontaban las parejas. Había algunas que decidían separarse, pero muchas otras lo que querían era que su matrimonio funcionara y, aunque tuvieran voluntad, no eran capaces de dar con una solución que lo permitiera. Me intrigan los problemas afectivos en aquellas personas que no aciertan a resolverlos. Relacionado con esto, me intrigan mucho también los malentendidos. Es un sesgo cognitivo y emocional del que todos somos víctimas, basta pensar en que, cuando estás molesto con alguien, no hay posibilidad de entendimiento. Los fallos en la comunión me parecen graves, porque eliminan la posibilidad de resolver problemas comunes. Es lo que ocurre en la política española. No hay comunicación posible.

«En Europa, la libertad va a empezar a no importar mucho»

Es como aquello que decía Lacan: «una cosa es lo que uno dice, otra la que cree haber dicho; una cosa es lo que uno ha entendido y otra la que cree haber entendido»…

Sí, sí, por eso les explicaba a mis alumnos que tendemos a pensar que el significado de una frase está en la frase que se ha dicho, del mismo modo que el agua está en una botella o en un vaso. Pero una frase es un conjunto de pistas que te doy para que interpretes o reconstruyas lo que he querido decirte. Siempre hay un trabajo de interpretación. Si te digo que cada vez te pareces más a tu madre, ¿qué entiendes que te estoy diciendo?

Para mí es un elogio…

¡Ah! Pero muchos otros recibirán esta frase con retranca. Es un problema no darnos cuenta de que la necesidad de comprender al otro no es una cuestión cognitiva, sino una obligación moral. Una de las condiciones que siempre he propuesto como base para resolver un problema es que cada una de las partes en litigio exponga la opinión del otro, de manera que ese otro se reconozca en la manera que yo he tenido de exponer su opinión. «Creo que lo que me estás diciendo es esto». A mis alumnos también les propuse que, cuando alguien les dijera «te quiero» le preguntaran a esa persona qué quiere decir exactamente.

Hombre, eso sería el anticlímax…

Sí, lo sé, el anticlímax completo, de acuerdo, pero sería muy interesante saber qué se nos está diciendo exactamente, qué significa para la otra persona querernos. Por ejemplo, el hecho de que para muchas mujeres los celos sean síntoma de amor tiene bemoles, como decía mi querida Carmen Martín Maite, igual me he ido por las ramas, pero ¿y si lo interesante está en irse por las ramas?

O como afirmó Bergamín, que para llegar a la raíz es necesario andarse por las ramas…

Otro sabio.

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