Sociedad

«La polarización es la principal estrategia de los partidos»

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Kike Para
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13
diciembre
2023

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Kike Para

En un escenario como el español, en el que las batallas electorales llevan años sucediéndose de manera indefinida, es difícil elegir el momento adecuado para presentar un ensayo sobre un fenómeno que entronca con ese ciclo interminable de comicios como es la polarización política. Luis Miller (Córdoba, 1979), doctor en Sociología, científico del CSIC y exasesor de la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de la Presidencia del Gobierno, decidió hacerlo este año, cuando ni siquiera se intuía el adelanto electoral. Unos meses después, en una fría mañana de diciembre, comenta en su despacho en la Ciudad Lineal de Madrid que si antes le decían que las posiciones con las que se compromete en ‘Polarizados’ (Ediciones Deusto, 2023) eran muy aventuradas, ahora le comentan que se quedó corto en su diagnóstico.


 ¿Qué es exactamente la polarización?

De forma resumida, división política y enfrentamiento basado en identidades. Es un fenómeno que parte de una primera división que puede ser arbitraria, no necesariamente histórica, y a partir de ella establece polos o bloques que generan identidades que entran en conflicto.

Esa primera división es lo que la politóloga estadounidense Lilliana Mason llama «megaidentidad», un concepto que haces tuyo. ¿Qué son las megaidentidades? ¿Divisiones que se estimulan artificialmente para que los acuerdos o identidades entre diferentes pasen a un segundo plano?

Ese sería un objetivo, pero seguramente la manera más correcta de pensar en las megaidentidades es concebirlas como paraguas que conforma y define de forma muy nítida los bloques en competición. La megaidentidad que, en el caso español, se entiende mejor es la independentista. Divide a la sociedad en independentistas y constitucionalistas, logrando dar coherencia a bloques muy heterogéneos. Y diría que ahora estamos asistiendo al intento de construir otra mediante el concepto de la extrema derecha y la derecha extrema, que busca meter en el mismo saco a todos los ciudadanos de derechas como contraposición al bloque progresista o plurinacional.

Y generando, claro, incomunicación…

Exacto. Un error habitual consiste en pensar que lo que define a la polarización es el extremismo, pero en realidad es la incomunicación. Los bloques a los que se consigue dar coherencia son de partida muy heterogéneos, por lo que no suelen ser extremos en los planteamientos. Sí aparece, en cambio, una voluntad de incomunicación.

¿Cómo surgen las megaidentidades? ¿Las desarrollan los propios ciudadanos o son generadas por los partidos?

Las crean, sin duda, los partidos, y el fenómeno se está intensificando hasta tal punto que hoy me comprometería con una tesis que está apuntada en el libro, pero que hace un año, cuando acabé de escribirlo, quizá no era tan evidente: la polarización es la principal estrategia de los partidos. Ahora que llegan las elecciones en el País Vasco, el PNV reconoce en círculos políticos que su objetivo es polarizar con Bildu y el PP busca hacer lo mismo, pero con lo que ellos denominan el sanchismo, para captar voto en el electorado conservador. Eso muestra que la polarización, que tiene consecuencias muy negativas, está perdiendo esas connotaciones más desfavorables y pronto se esgrimirá públicamente sin que suponga un coste político, algo que es coherente con la dinámica de los partidos, que llevan tiempo sentándose a una mesa para plantearse esta pregunta: ¿cómo voy a polarizar los próximos meses? Pedro Sánchez y el PSOE, por ejemplo, han sido muy hábiles a la hora de definir los ejes a partir de los que se debía desarrollar. Tuvieron muy claro que en un determinado momento el que les convenía era el eje izquierda-derecha; y ahora saben que han de incidir en una definición de su bloque negativa: todo lo que no es la derecha española.

Eso deja al margen a las redes sociales, que sin embargo son a menudo presentadas como agentes de polarización.

Las redes actúan como un acelerador, pero no considero que estén en el origen de lo que nos está ocurriendo. Si uno atiende a los años 30 del siglo XX, es fácil reconocer paralelismos con la actualidad, y entonces no había redes sociales; creo que es más sencillo: la movilización que hace 100 años se generaba vía sindicatos y grupúsculos políticos no necesariamente partidistas hoy se ha trasladado al ámbito virtual.

«Un error habitual es pensar que lo que define a la polarización es el extremismo»

¿Es la sociedad española una de las más polarizadas?

La política española, sí; pero trasladar ese juicio a la sociedad me parece más problemático, fundamentalmente porque no tenemos buenos datos para sacar conclusiones. Más allá de los del CIS y de los que recientemente ha elaborado el centro de investigación EsadeEcPol, nos falta mucha información respecto a cómo nos afecta que un familiar se case con alguien de otra ideología o que nuestro vecino muestre un símbolo partidista en la ventana, por citar dos indicadores que iluminarían este desconocimiento. No obstante, a la vista de cómo han evolucionado en los últimos 15 años las preferencias de los votantes de cada partido en cuestiones como la meritocracia o el pago de impuestos, podemos concluir de forma tentativa que socialmente nos estamos polarizando. En 2010, quienes votaban al PP no creían mucho más que los del PSOE en el valor del mérito para progresar. Hoy, sí. Y lo mismo pasa con los impuestos. Quienes votaban a los socialistas a menudo manifestaban que eran altos, al menos cuando gobernaba el PP. Hoy les resulta indiferente quien gobierne: apuestan por elevarlos en cualquier caso. Hay alineaciones de fondo que están operando; si no, no se explicarían esas variaciones porcentualmente tan grandes.

Pero, por más que la tendencia sea clara, ¿es equiparable la polarización social en España a la que se da en Estados Unidos o en Francia?

De entrada, no, porque en el caso español falta un elemento: la extrema derecha, al menos por ahora, no ha generado un nivel de violencia política y de odio político equiparable al de esos dos países. Lo que tenemos es un partido ultraconservador escindido del PP que conecta especialmente con el tardofranquismo, no con las organizaciones que promovieron el asalto al Capitolio de EE.UU. en 2021. Precisamente estos días, reflexionando sobre el porqué de que la mayoría de las manifestaciones contra la amnistía estén siendo pacíficas, la razón a la que llegaba una y otra vez era esta. Ahora bien, por más que parezca imposible que eso suceda aquí, si uno analiza lo que ha ocurrido estos últimos veinte años en EE.UU., la diferencia es solo de grado, y aquí ya hemos tenido agresiones a políticos y hostigamiento y ataques a inmuebles de partidos. Es cierto que de momento no ha habido enfrentamientos de grupos antagónicos en las calles; y menos aún que se hayan producido asaltos de neonazis a barrios de inmigrantes, como ocurrió el mes pasado en Francia, pero hemos asistido a un intento de rodear el Congreso [en 2012, acción emparentada con el 15M e inicialmente planteada como asalto a la Cámara], al momento Cataluña y, recientemente, al crecimiento de la extrema derecha española en las calles. Hasta ahora, estos brotes los ha frenado la mayoría social expresando su rechazo, pero si hay un incremento de la polarización en las actitudes y sentimientos, ¿por qué no iba a haberlo en el futuro en los comportamientos?

¿Marcó ese intento de rodear el Congreso el ingreso en la era de la polarización?

No lo plantearía así: si se pudo producir fue porque algo, previamente, había cambiado ya. Pero sí diría que fue la primera vez que asistimos a las consecuencias más negativas de la polarización. Es razonable que para hablar de polarización consideremos el bloqueo, la crispación política y la radicalización de la ciudadanía, y en esa acción este último elemento estuvo presente.

Desde la izquierda podrían replicar que también es posible retrotraer ese inicio a la presión de la derecha en las calles durante la primera legislatura de Zapatero o incluso al váyase, señor González de Aznar.

La diferencia es que en esas épocas los bloques políticos no estaban aún definidos. La crispación de la legislatura del dóberman o la que se dio durante los gobiernos de Zapatero también estuvo guiada por las élites políticas, pero aún no podía calar en la ciudadanía por lo comentado anteriormente: las opiniones que manifestaban los votantes de PP y PSOE sobre temas como la religión o la igualdad de oportunidades eran bastante semejantes. Por los datos de que disponemos sabemos que en fechas tan próximas como 2010 esto todavía era así, de ahí que la polarización tuviera que iniciarse necesariamente después.

Una de tus tesis principales es que en España, a diferencia de EE.UU., la polarización no ha tenido que ver con preferir unas medidas políticas sobre otras, sino con la adscripción incondicional a una opción política. ¿En qué te apoyas para afirmarlo?

En realidad, lo que digo es que los procesos se han desarrollado por caminos diferentes, no que ahora se opongan. En el caso de EE.UU., en los años 60 hay una petición explícita por parte de las élites culturales y académicas a los partidos políticos para que se polaricen. Los padres fundadores de la nación habían insistido tanto en evitar el faccionalismo que los partidos eran demasiado «atrápalo todo» e interpretaron que era necesario un cambio. Por eso señalo que primero se produjo una división en las políticas, algo que por otra parte no es necesariamente negativo. En el caso español, pese a las aparentes similitudes que ese momento tiene con el 15M, ocurrió al revés. Primero se produjo la, digamos, polarización cotidiana. Dicho eso, hay un punto claro en común, que es que en ambos países la polarización parece girar en torno a un único elemento: la cuestión racial en EE.UU. y la territorial en España.

«La extrema derecha no ha generado la misma violencia política en España que en EE.UU. o Francia»

En cualquier caso, ¿la polarización ha alcanzado ya su máxima expresión en España o aún puede aumentar?

Es probable que veamos cada vez más altercados porque está demostrado que la retórica de los líderes influye en los comportamientos de la ciudadanía. Sabemos que decisiones como el consumo de carne o la aceptación de limitaciones a la movilidad ante emergencias sanitarias son decisiones mediadas por la megaidentidad en liza y ya hay quien considera la ideología de un barrio a la hora de comprar una vivienda, por poner un par de ejemplos. Eso no va a parar de crecer y eso que nos beneficiamos de que por regla general los españoles no desean residir fuera de su provincia, lo que beneficia la continuidad de los entornos mixtos ideológicamente en los que vive la mayor parte de la sociedad.

Otro aspecto que subrayas es que la polarización que se da en España es más activa que reactiva. Es decir, consiste sobre todo en la identificación incondicional con una opción política, lo que dispone a mucha gente a aceptar medidas discutibles, incluso cierta corrupción, siempre y cuando no provengan del contrario. Sin embargo, hace no tanto, precisamente durante el 15M, era habitual que se criticaran indistintamente las malas prácticas de PP y PSOE. ¿Cómo se explica este giro?

En realidad, ahí me matizaría ligeramente. El análisis de que la polarización española es más positiva que negativa era válido hasta 2019. Las elecciones que se celebraron ese año, sobre todo las primeras, fueron en positivo. Pero las de este verano, como las que ganó Isabel Díaz Ayuso en 2021 [las del eslogan «Comunismo o libertad»] ya no lo han sido. Ahora predomina un paradigma negativo. En cualquier caso, sea de un tipo o de otro, resulta evidente que nos deja indefensos ante la corrupción y que el giro responde a la acción de las megaidentidades durante la última década. En decisiones como la de la reforma de la sedición y la malversación o, más recientemente, la amnistía se puede ver esta corriente de fondo. Con la amnistía, además, pasa algo curioso que refuerza mi tesis: hay votantes de izquierda que están en contra, pero volverían a votar al Gobierno.

Y eso, ¿qué indica?

Dos cosas: que la política española es uno de los ejemplos más extremos a la hora de aceptar medidas muy excepcionales para evitar que gobierne el adversario; y que eso no cambiará de la noche a la mañana porque la amnistía se suma a una larga lista de decisiones excepcionales normalizadas, entre las que se incluye el gobierno por decreto-ley, algo de lo que ya abusó Rajoy, o los decretos ómnibus, esos que llevan al Parlamento un montón de medidas que no tienen nada que ver, hurtando a la ciudadanía la capacidad de expresar posicionamientos contradictorios con su ideología.

«La amnistía promoverá la polarización pues simboliza la cristalización de los dos bloques»

La amnistía, ¿promoverá o reducirá la polarización?

En un sentido, la promoverá, pues simboliza la cristalización de los dos bloques, que es la tónica desde las elecciones de julio. Y conste que hablo desde una posición que no desdeñaba la posibilidad de que una mayoría absoluta holgada de la Cámara pudiera aprobar una amnistía y que constato que se ha producido tras otras acciones igualmente divisorias de ambos bloques.

Una de esas acciones a la que haces referencia en el libro es la no renovación del órgano de gobierno de los jueces. Si esta fuera la principal medida a la que podría acceder el PP para romper el bloqueo, ¿a qué tendría que renunciar el PSOE?

Yo lo plantearía de este modo: hemos de recuperar el Parlamento. Se debe producir ya una convocatoria del pleno para renovar el Poder Judicial por parte de la Mesa del Congreso. Y si no hay acuerdo, veremos qué hacer, pero eliminemos esos bloqueos que se establecen preventivamente hasta que el pacto esté atado y asumamos que la responsabilidad es del Congreso. Esta posición, como la de no renunciar a la posibilidad de conceder una amnistía consensuada, puede parecer ingenua, pero también expresa mi creencia de que si en un lugar puede resolverse la incomunicación, ese lugar es el Parlamento. Y con esto no estoy abogando por una Gran Coalición. Todo lo contrario: nunca he entendido muy bien por qué hurtar a los grupos minoritarios su lugar en la gobernabilidad. Por decirlo de una forma más provocadora: aunque al Gobierno actual no le interesen por su estrecho margen las mayorías móviles, como la que representaron los 10 diputados de Ciudadanos en 2019 —que permitían a Sanchez una baza alternativa a los nacionalistas—, habría que constituir una mesa de diálogo multilateral en el Parlamento.

Para acabar, ¿ves elementos que podrían rebajar la polarización?

Contestaré al revés. Creo que nos falta el principal: que alguien gane unas elecciones con cierto margen. Eso la reduciría. Mientras, solo queda apelar a que el Parlamento recupere su margen de maniobra. Pensemos lo que hoy parece impensable: creo que ni siquiera al PP le interesaría una maniobra así, pero ¿qué le quita de sentar al PNV y pedirle que le redacte la ley de vivienda promercado que quiera y luego presentarla como propia para sumar el apoyo de Vox? Eso son 176 escaños. A muchos no les gustaría esa norma, pero al margen de eso sería un roto a la cada vez mayor identificación del ejecutivo y el legislativo. La oposición no debería desarrollarse solamente en la calle: Zapatero tuvo 7 años una oposición que casi calificaría de histriónica y su Gobierno solo cayó por una crisis económica.

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