Opinión

Cuando la vanguardia acaba siendo retaguardia

No cabe duda de que una de las reformas más delicadas de llevar a cabo en cualquier democracia es la de su Constitución. Sin embargo, cuando la reforma del texto constitucional se somete al escrutinio social no siempre se obtiene el resultado esperado, como ha sucedido en Irlanda.

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21
marzo
2024

Como es lógico, no hay reforma más delicada de llevar a cabo que la constitucional. El texto magno, en cualquier país, es el que sostiene, en gran medida, la marcha del Estado y son delicadas sus modificaciones en lo que respecta a la pérdida de derechos.

Pues bien, de un tiempo a esta parte, estamos viendo cómo, cuando estas reformas se someten al escrutinio social (las votaciones populares de toda la vida), porque el dirigente de turno considera que ha convencido a la población, no siempre obtiene el resultado esperado. Lo vimos en Chile, que en 2022 no consiguió aprobar dicha reforma. En aquel caso, la inclusión de demasiadas diversidades y el uso de léxicos posmodernos se leyó como una reacción contra mucho postureo e indigenismo y falta de sensibilidad por los problemas reales de la sociedad. Algo parecido ha pasado en Irlanda.

El país europeo ha rechazado la reforma constitucional. Fue la Asamblea de Ciudadanos para la Igualdad de Género, cuyas recomendaciones han sido asumidas por el Gobierno, la que sugirió los cambios.

El cambio que se proponía hacía referencia a la Constitución de 1937 en la que, en el texto original, se leía en el Artículo 41.2.1º: «En concreto, el Estado reconoce que, al centrar su vida dentro de la casa, la mujer da al Estado un apoyo sin el cual no podría alcanzarse el bien común». Y en el Artículo 41.2.2º: «El Estado trabajará, de ese modo, para asegurar que las madres no se vean obligadas por necesidad económica a tener que trabajar, en detrimento de sus obligaciones en el hogar».

El nuevo texto propuesto hubiera quedado de la siguiente manera: «El Estado reconoce que la provisión de asistencia por parte de miembros de una familia hacia otros miembros de esa misma familia, por razón del vínculo que existe entre ellos, ofrece a la sociedad un apoyo sin el cual no podría alcanzarse el bien común. De tal modo, [el Estado] se esforzará en apoyar la prestación de esa asistencia». Es decir, al no querer adjudicar a la mujer el papel de atención del hogar, se le omitía y directamente se le negaba el trabajo que históricamente había soportado y el reconocimiento de las administraciones a ese trabajo.

Además, y aprovechando lo que el gobierno irlandés entendió como nuevas realidades familiares, se propuso construir una nueva definición legal de familia que no estuviera ceñida al matrimonio. Era lo que se llamó la «enmienda de familia». El texto legal original decía: «El Estado reconoce a la familia como la unidad grupal primaria y fundamental de la sociedad, y como una institución moral que posee derechos inalienables e imprescriptibles, superiores y previos a cualquier norma del derecho positivo».

[En Irlanda] el rechazo a las dos reformas ha sido aplastante: un 74% rechazó el de cuidados y un 67% votó ‘no’ al referéndum sobre la familia

Y la nueva propuesta quedaba así: «El Estado reconoce a la familia, ya esté basada en el matrimonio o en otra relación duradera, como la unidad grupal primaria y fundamental de la sociedad, y como una institución moral que posee derechos inalienables e imprescriptibles, superiores y previos a cualquier norma del derecho positivo».

Pues bien, el rechazo a las dos reformas ha sido aplastante: un 74% rechazó el de cuidados y un 67% votó «no» al referéndum sobre la familia.

Si se observa, ya en la redacción original no se obligaba a que hubiera matrimonio para considerar familia, era por tanto algo absurdo llamar familia a «una relación duradera». Cinco años compartiendo piso de estudiante es sin duda una duración duradera, ¿son una familia?

En un país donde las cifras evidencian que es la mujer –con 38 horas semanales, según las encuestas, dedicadas a las labores del hogar–, quien sostiene esas labores, no ha gustado, como es lógico que se la suprima «mujer», por «miembros de la familia». A este respecto, si se hace una búsqueda, en redes o en la prensa online, acerca del rechazo a la reforma, la mayoría de los argumentos en contra están relacionados con la eliminación de la palabra «madre» que da pie, como se ha visto en otras reformas legislativas de otros países, a la posterior eliminación de la palabra «mujer».

Sí, no invento, la proliferación de leyes en las que se habla de «personas menstruantes», o «personas gestantes» en países de la órbita irlandesa no solo no gusta, sino que preocupa en la isla. Quizás, los resultados, deberían hacer que los representantes políticos reflexionaran al respecto y no se limitaran a decir, como aseguró el primer ministro que el país «no entendió lo que estaba en juego».

Cuando por política entiendes solo elaborar disquisiciones sociales que no van a ningún lado, quizá la gente te dé la espalda. Eso sí parece que lo ha entendido el primer ministro Leo Varadkar, que ya ha anunciado que presentará su dimisión al frente del Gobierno de coalición.

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