Ciudades

Las ciudades ilustradas

Los principios de la Ilustración también tocaron el diseño de las ciudades, que querían ser más higiénicas y ordenadas. Edimburgo o Aranjuez son ejemplos vivos de cómo era una urbe ilustrada.

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22
febrero
2024
Palacio Real de Aranjuez, Madrid

Frente a las calles estrechas y las construcciones superpuestas de la Old Town de Edimburgo, la New Town ofrece calles ordenadas y amplias, edificios de apariencia similar y aires clásicos. Ahora, un museo –la Georgian House– permite descubrir cómo se vivía en una de esas residencias acomodadas burguesas del siglo XVIII, recorriendo las habitaciones de la familia que residía allí pero también bajando hasta la cocina, donde trabajaba el personal de servicio.

La casa es igualmente una puerta abierta al pasado y a una revolución: Edimburgo, con su ensanche planificado en 1767 y una de las ciudades más importantes del XVIII europeo, es uno de los grandes ejemplos de urbanismo ilustrado. Tanto, de hecho, que desde mediados de los 90 forma parte de la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.

La Ilustración –el Siglo de las Luces, como tantas veces se le llama– cambió muchas cosas. Es el período del triunfo de la razón, o eso prometían sus principales pensadores. Es, aunque también tiene sus críticos, el pilar del que ha bebido la modernidad de los últimos siglos. Y ha marcado también la cara de las ciudades. El siglo XVIII da el pistoletazo de salida para la ciudad moderna, esa que sigue teniendo tanto que ver con las urbes en las que vivimos hoy.

Las urbes ilustradas querían solucionar los problemas a los que se habían enfrentado los habitantes de la Europa urbana de los siglos y décadas previos, como cuenta el ejemplo escocés. Calles estrechas, mal ventiladas, hacinamiento, demasiado vulnerables a los incendios… La historia del ensanche ilustrado de Edimburgo arranca en paralelo, de hecho, al colapso de un edificio en una de las calles más prestigiosas de la Old Town y la muerte de sus habitantes. El nuevo proyecto quería «mejorar y ampliar la ciudad y adornarla con edificios públicos que serán para el beneficio nacional», como escribían sus responsables.

Sus urbanistas –los de la capital escocesa y los de las demás urbes ilustradas– aplicaban la razón a sus planos urbanos. Las ciudades ilustradas eran pensadas y planificadas, diseñadas con criterios de eficiencia. Era una mezcla de principios de vida, pero también estéticos, puesto que estas ciudades fueron levantadas en el estilo que estaba de moda en esos momentos. Este era también un momento de crecimiento urbano en Europa, por lo que las ciudades tenían cada vez más habitantes y más necesidades de espacio y alojamiento. Eso sí, estas urbes y sus planes no fueron la solución mágica a los problemas: los habitantes más acomodados se iban a esas zonas de nueva construcción y los menos se quedaban en las antiguas zonas, abarrotadas y precarias.

El urbanismo del Siglo de las Luces sigue marcando el callejero de unas cuantas ciudades, museos al aire libre

Aunque el siglo XVIII pueda parecer lejano, no lo es tanto. Tampoco lo es la ciudad ilustrada. Si se sigue hablando de la Ilustración y de su impacto, también se puede hacerlo con sus ciudades. En realidad, se puede seguir paseando por ellas, porque el urbanismo del Siglo de las Luces sigue marcando el callejero de unas cuantas ciudades, museos al aire libre –y, al final, accidentales– de sus principios de diseño urbano.

Ocurre con aquellas ciudades ilustradas que emergieron al hilo de las nuevas necesidades creadas, por una razón o por otra, y que se enraizaron firmemente en sus principios de diseño, de urbes organizadas. La ya mencionada parte nueva de Edimburgo es un ejemplo, pero también lo es el centro de Lisboa.

La capital portuguesa fue arrasada por un terremoto –y el posterior incendio– en 1755. Fue una de esas catástrofes que marcan época y tuvo un impacto muy importante en las ideas del siglo. También fue un trágico borrón y cuenta nueva en urbanismo: de las cenizas nació una nueva Lisboa diseñada con calles rectas y perpendiculares, la Baixa Pombalina (por el marqués de Pombal responsable de su diseño). Es a donde ahora peregrinan los turistas.

Ferrol es uno de los ejemplos de urbe ilustrada en España –que intenta, de hecho, convertirse en Patrimonio Mundial de la UNESCO– y que está conectada con esos usos del momento, cuando se convirtió en plaza clave militar y se diseñó como «puerto ideal». Además de la arquitectura naval y sus astilleros ilustrados, se hizo un plano urbano de 44 manzanas sobre una retícula octogonal. Una ciudad ordenada y diseñada de forma integral para dar respuestas a las necesidades de su población y que todavía se mantiene. Igualmente, es posible seguir el rastro del urbanismo ilustrado en las localidades de nueva planta, esas que nacieron al hilo de los planes poblacionales de la época, como La Carolina, en Jaén, una de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.

Aunque si hay que hablar de una capital ilustrada en España, quizás habría que hacerlo de Aranjuez, que –al estilo de Versalles– era la ciudad en la que vivía la Corte muy cerca de la capital. Aranjuez es el exponente de las ideas ilustradas de Carlos III y del ideal de urbe: pensada, higiénica y calculada, útil y al mismo tiempo bonita. Desde 2001 es Patrimonio Mundial.

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