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«Cada vez resulta más complicado ejercer de periodista, cada vez resulta más necesario»

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08
febrero
2024

Nacho Cardero (Guadalajara, 1974) aterrizó en la redacción de ‘El Confidencial’ en el año 2003 y desde 2011 sustituyó al veterano periodista Jesús Cacho en el liderazgo del nativo digital. En estos 13 años al frente de la redacción, Cardero ha logrado preservar con éxito el estilo fundacional de la exclusiva, sobre todo en el ámbito del periodismo económico. En 2023, publicó ‘Aquello que dábamos por bueno‘ (Espasa, 2023): sus páginas encierran la crónica de lo que supuso para él la pandemia y cómo marcó ciertos hitos de su vida privada y profesional. También incluyen una reflexión más amplia y sincera de su pasado y presente familiar, de sus raíces, y una mirada singular hacia ese futuro incierto que muchos contemplamos con preocupación.


El filósofo Jorge Úbeda me habló hace poco de que estamos afrontando un cambio epocal, y yo creo que tú plasmas bien en este libro ese cambio de época. De todos los capítulos que describen ese cambio, ¿cuál es el que más te ha gustado escribir?

En Aquello que dábamos por bueno escribo sobre dogmas de fe o teorías que teníamos establecidas, que dábamos por buenas y sobre las que sostenemos nuestras vidas, y que de repente se han derrumbado. ¿Es un cambio de época? Yo creo que no hay ninguna duda. En este sentido, de las columnas que se nos han derrumbado y de la nueva era en que nos ha tocado vivir, uno de los aspectos más complicados y determinantes es el de la verdad. Para mí, la verdad, la capacidad de discernir la verdad de la mentira, es uno de los elementos que más definen esta era. Sobre todo en una sociedad desarrollada, donde hablamos tanto de inteligencia artificial, de polarización, de falta de convivencia, la capacidad de distinguir la verdad de la mentira me parece fundamental y define mucho el momento en el que nos encontramos.

Y en ese capítulo de la verdad citas a Hannah Arendt, que es una pensadora fundamental en toda la teoría de la realidad. ¿Qué es para ti, como periodista, como director de un periódico, la verdad periodística?

Bueno, la verdad periodística es todo aquello que se puede sustentar en hechos. La verdad periodística, ya lo decía bastante mejor que yo el editor de The Guardian, Charles P. Scott: «Los hechos son sagrados y las opiniones son libres». Si los hechos son sagrados no son discutibles, no son relativos. Hay cosas en verdad que son indiscutibles y yo creo que lo factual es la verdad y todo lo demás es opinable, subjetivo. Lo que pasa es que vivimos ahora en la época del relativismo absoluto. Yo soy de los que más dudan. Yo tengo dudas de todo. Pero de ahí, de dudar a una especie de relativismo radical donde la verdad no existe y todo es cuestionable, pues me parece que no, porque la verdad sí existe y hay cosas que no son relativas y esos son los hechos, lo que es factual.

Entonces, ¿qué os diferencia de los fact-checkers? Yo creo que los periodistas hacéis mucho más que la descripción de unos hechos.

Sí, bueno, lógicamente, porque al final los periodistas, a la hora de distinguir la verdad, nos dedicamos a contar lo que otros no quieren que contemos. Básicamente esto es lo que decía George Orwell. Los periodistas estamos ahí como esa persona que sale a la calle, presta atención a las cosas, toma nota y después comprueba que esas notas son ciertas. Lógicamente de todo el proceso lo primero es buscar la noticia y después chequear que esa noticia es verdadera.

«Los periodistas nos dedicamos a contar lo que otros no quieren que contemos»

Pero sois contadores de historias también.

Bueno, es que al final, contar lo que otros no quieren que cuentes, es contar historias, el periodismo es una gran historia. El problema de la sociedad actual es que nos dejamos llevar por el carril y por la nota de prensa y por el mensaje que nos viene ya predeterminado por las fuentes oficiales. Y nos hemos olvidado de contar lo que no quieren que otros contemos y de contar historias. En este caso, uno de los últimos libros de Salman Rushdie defiende eso de que debemos contar historias. Es decir, todo el mundo tiene una gran historia que contar, pero muy pocos saben contarla. Bueno, pues, el periodista debe tener una gran historia que contar y debe saber contarla.

En ese sentido, los políticos también saben contar muy bien historias, hablas mucho del relato, incluyes en tu libro referencias constantes a Iván Redondo, ¿crees que el relato político, esa propaganda, es más efectiva hoy que nunca?

Bueno, es que ese relato, si bien ha existido durante toda la historia de la humanidad, ahora tiene el viento a favor. Primero, porque vivimos en una sociedad  polarizada. Cuando la sociedad está polarizada y dividida en trincheras, en bloques, lo que llamamos el «bibloquismo», los unos contra los otros, los buenos frente a los malos, los míos frente a los tuyos, es mucho más fácil que permee el relato oficial o el mensaje. ¿Por qué? Porque en esta escala de valores lo bueno es lo que me beneficia, y lo malo es lo que me perjudica, y en cuanto tu mensaje viene de alguna forma a confirmar lo que yo pienso tu mensaje es bueno. Entonces el relato político tiene muchos más ingredientes para calar y permear en la opinión pública… Y después tienen un conocimiento de su audiencia que es absolutamente brutal, los mecanismos para producir, distribuir y consumir el relato a través de las nuevas tecnologías. Por supuesto que antes el relato y el mensaje llegaba a una parte muy limitada de la sociedad y ahora con el internet y con las redes sociales llega a todo el mundo.

¿Y es ese relato la herramienta fundamental de un Pedro Sánchez que Maquiavelo no tuvo en su época?

Bueno, es que cuando hablamos de Iván Redondo o cuando hablamos de Pedro Sánchez, hablamos de Maquiavelo. Ya no es una opinión mía, pues tanto el presidente del Gobierno, como Iván Redondo, que era el gurú de la Moncloa, defendían el realismo político o el fin justifica a los medios a la hora de tomar determinadas decisiones, pues está claro que ese es el marco en el que se han desenvuelto muchas de las políticas del gobierno actual y del presidente del gobierno actual.

Y en ese desmorone que algunos acusamos del Estado de Derecho, ese deterioro institucional, esa concepción de que estamos entrando en una época de democracia iliberal, que creo que José Antonio Zarzalejos escribía algo en esa línea, y yo lo llevo pensando un tiempo, ¿cómo afecta todo esto a los periodistas?

El periodista tiene que informar en este contexto, en este contexto de derrumbe, prácticamente como si el territorio estuviera quemado, y tiene que contarlo en un momento en el que no hay principios y valores, en que la verdad ha muerto, etc. y esa labor es muy complicada por muchas razones. La prensa siempre, valga el juego de palabras, ha tenido muy mala prensa, pero actualmente más. Los medios de comunicación nos hemos dejado llevar, como bien sabes, por la dictadura de las redes sociales y hemos ejercido el periodismo de una forma que no es propia. Buscando más el clickbait, la audiencia, que la calidad. También en esta selva mediática en la que nos encontramos, donde hay tantas plataformas y donde hay tantos intereses, y donde no hay un plan de negocio definido para los medios de comunicación, para su supervivencia, cada vez hemos tenido más presiones externas y ha habido elementos externos que han querido influir determinadamente en los medios de comunicación, en su línea editorial. Digamos que los medios cada vez han estado más débiles porque su viabilidad económica cada vez está más entredicho y eso ha sido aprovechado de alguna forma por elementos exógenos para intentar influir en su línea editorial. El artículo del que está hablando todo el mundo de James Bennett en The Economist: James Bennett fue el antiguo jefe de opinión de The New York Times y dejó el trabajo básicamente por las críticas que recibió por publicar una columna de opinión que era contraria a la línea editorial de The New York Times. Eso es iliberalismo. Por eso lo denuncia The Economist, un poco la biblia del mundo liberal.

Cuando tú empiezas a recibir críticas y no te dejan presiones externas, internas, a publicar opiniones que son distintas a las tuyas, entonces entras en la dictadura de lo políticamente correcto y dejas de ser un periódico liberal, dejas de ser un periódico que fomenta el pensamiento crítico. Fíjate, un caso práctico que es real, que me ha surgido a mí como director de El Confidencial, a raíz de los datos del 23J, pues a mí me obliga a ver la realidad de una forma muy distinta, porque yo me doy cuenta de que hay una parte importante de la sociedad española, la mayoría parlamentaria, que está a favor de determinadas cosas. Entonces yo creo que mi periódico tiene que reflejar esa parte de la sociedad y lo que hago es equilibrar lo que es mi línea editorial para que tenga acceso a otras firmas de opinión, a otros análisis, que reflejen esa realidad para que nuestro lector tenga acceso a una pluralidad de opiniones y de informaciones y pueda decidir por sí mismo, que no sea El Confidencial ni sea The New York Times el que le dice qué es lo que tiene que pensar, sino que sea un pensamiento crítico, constructivo, después de leer muchas opiniones y de llegar a sus propias conclusiones. Esa es la decisión que tomo. Todos los días, o casi todos los días, tengo que responder correos de suscriptores que se quieren dar de baja porque esa opinión que leen, una de cinco, no se corresponde con lo que ellos piensan. Eso es terrible. Y yo tengo suerte de trabajar en un medio que presume de ser libre e independiente y de tener una salud financiera que está bien, pero claro, otros medios, cuando reciban estos correos, yo entiendo que se lo pensarán mucho a la hora de publicar determinadas informaciones y determinadas opiniones. Bueno, pues es verdad que vamos a una sociedad cada vez más iliberal por todo esto.

Y ahí, la Unión Europea está tomando medidas, acaban de aprobar la llamada Ley Europea de Libertad de Medios de Información, sobre todo por el proceso que tú acabas de describir de injerencia en las redacciones por parte de accionistas, propietarios, pero también de anunciantes, intereses corporativos, intereses políticos. Este Reglamento introduce la obligación de transparencia en las estructuras de la propiedad de los medios de información, que en el caso de los medios privados todavía es una asignatura pendiente. El Confidencial sí que ha dado aquí pasos, de hecho sois parte del Observatorio de Medios que estamos impulsando y tenéis ese compromiso. ¿Por qué crees que en España está costando tanto que los medios de información revelen cuáles son las estructuras de propiedad?

El tema de la transparencia en la propiedad de los medios me parece legítimo y necesario. Y si no se hace, es por dos razones. Una, porque al final hay unas dinámicas en las cuales hemos estado pendientes de otros elementos que para nosotros son más importantes que la transparencia del propio medio de comunicación. Y dos, porque hay algo que ocultar, que son los menos. Es verdad que El Confidencial ya tiene 20 años. Ahora sí somos un periódico que compite de tú a tú con El País, con El Mundo, y que obviamente está sometido a ese tipo de obligaciones. Y hemos dado pasos, estamos en el Observatorio, también lógicamente tenemos en la propia página web mucha información que obedece a quien está en el board, quien está en los beneficios, los resultados, poco a poco vamos incidiendo y vamos cultivando una transparencia que creo que es necesaria.

«Es verdad que vamos a una sociedad cada vez más iliberal»

Y volviendo al tema del desmorone del Estado de Derecho, ¿tú no estás viendo un resurgimiento o un fortalecimiento de la sociedad civil española con determinados actores que están alzándose contra ese deterioro institucional además de los medios?

Yo creo que la sociedad civil española siempre ha sido bastante deficiente y creo que no ha mejorado mucho. En el mundo anglosajón las empresas se pronuncian, y se pronuncian de una forma bastante explícita. Aquí, con determinados acontecimientos que han ocurrido en este país en los últimos meses, hemos escuchado algunas voces, pero muy pocas. Aquellos pocos empresarios que tienen nombres y apellidos se han pronunciado criticando algunas de las decisiones tomadas en este país en los últimos meses, pero para mí han sido muy pocos. Y organizaciones, instituciones, que tienen también una voz, hablan muy bajo por miedo a que se les regule, por miedo a que se intervengan, o por miedo a que se legitimen en su contra. No, no creo que sea muy valiente la sociedad civil aquí, la verdad. No he escuchado mucho a la banca, no he escuchado a los empresarios. Y de otras instituciones y de otros organismos más intelectuales y culturales tampoco, no se pronuncian.

Dentro de todos los temas asociados a Aquello que dábamos por bueno, metes el tema del liberalismo y además lo asocias a su vez a la capital. ¿Qué tiene Madrid de liberal?  

Madrid es una ciudad a la que yo amo porque me ha acogido con los brazos abiertos, pero también es muy dura porque aquí se encuentra el poder político con mayúsculas, y el poder económico también con mayúsculas. No es una ciudad hostil, es una ciudad acogedora, pero ejerce una presión brutal. Y al final lo ligo con el tema del liberalismo, porque para mí el liberalismo/neoliberalismo siempre estuvo ligado al tema inmobiliario. Y sobre todo al tema de los famosos rascacielos de Madrid, de la historia que esconden cada uno de esos rascacielos, empezando por el de Bankia.

Y justo hablábamos de nuestra amiga común Mar Cabra que huyó de ese Madrid para refugiarse en una provincia, en Almería, y a ella le dedicas gran parte de tu capítulo «La cultura del esfuerzo» como un ejemplo paradigmático de ganar un Pulitzer y luego tener un episodio de burnout. Ella ejemplifica muy bien toda esta corriente que estamos presenciando de salud mental que se ha agudizado a raíz de la pandemia. ¿Cómo lo manejas tú como periodista? ¿Cómo logras mantener esa salud mental en un trabajo tan incierto como es el periodismo?

Efectivamente Mar Cabra es ejemplo de la Gran Renuncia antes de que se produjera la Gran Renuncia, es una de las personas más brillantes. Aquí hemos firmado grandes exclusivas y muchas de ellas se deben a Mar Cabra. Tenía mucho que decir y de repente dio un paso atrás por temas de salud física y mental. Porque al final son muchos y cada vez más los jóvenes en general que se preguntan «¿para qué? ¿Para qué trabajar tanto? ¿Para qué hacer tantas exclusivas si después caigo enfermo? ¿O mi vida familiar se ve resentida? ¿O tengo problemas de salud mental?» Etcétera. O «¿por qué trabajar tanto, 80 horas a la semana, si después ni siquiera me puedo independizar de mis padres?» Muchos jóvenes se preguntan «para qué» y renuncian, y se van, que fue un poco el caso de Mar Cabra porque le dedicaba 150 horas a la semana y no le compensaba al final todo lo que hacía, que supuso un perjuicio para su salud.

«Al final son muchos y cada vez más los jóvenes en general que se preguntan: ¿para qué?, ¿para qué trabajar tanto?»

Pero, cuéntame tú, ¿cómo concilias, cómo encuentras ese equilibrio?

Un periódico es casi como una batalla constante… El periodismo, por fortuna, por desgracia, es casi como un sacerdocio. Llevo ya 12 años como director del periódico y tengo una coraza bastante grande, o sea, yo sé gestionar muchos temas de crisis y muchos temas personales que no son fáciles. Pero aún así, después de la semana de trabajo te entra casi como una especie de depresión de todo lo que has trabajado y vas somatizando, quieras o no, muchas de las cosas que te han ocurrido y a las cuales has dado poca importancia a lo largo de la semana. Y son cosas que van permeando, que van calando y que hacen que llegue un momento en que lo somatices todo y revientes. Y no nos damos cuenta.

¿Y qué es lo que te mantiene a ti después de tantos años en el oficio de periodista? ¿Qué es lo que te tiene enganchado a esto?

Yo amo este oficio y tengo la fortuna, que me dice mucha gente, de trabajar en lo que quiero, y a mí me gusta mucho ser periodista y ejercer de periodista. Al final lo decía Albert Camus, un país vale lo que vale su prensa, yo quiero que la prensa valga mucho para tener un buen país. Para mí eso es lo más importante, que dentro de X años la gente pueda decir El Confidencial y Nacho Cardero con esta línea editorial independiente, con estas exclusivas informaciones o análisis, ayudaron a muchos lectores a tener una idea más plural. Me gustaría que fuésemos recordados por eso. Es un tema de ayuda a la sociedad, de bien común, el tema de ayudar a los ciudadanos a tomar sus buenas decisiones me encanta. Yo lucho por las exclusivas, o sea, yo vivo por las exclusivas, nos peleamos por dar la información, darla bien, por contar lo que no quieren que contemos, por sacar todo aquello que está oculto.

Los dos somos nietos de abuelos periodistas, tu abuelo fue un periodista de provincias que luego, comentas en el libro, se hizo falangista y católico. ¿Cómo ha afectado en tu biografía personal ese abuelo periodista?

Este libro quiere ser de alguna forma también un homenaje a mi ciudad, que es Guadalajara, donde yo nací. Es un homenaje a mi ciudad y es un homenaje también a estos periodistas, como era mi abuelo, de provincias.  Yo me iba con mi abuelo a todos los pueblos de Guadalajara a hacer esas reseñas, a ver a la gente, y yo me acuerdo de que mi abuelo iba con libreta y tomaba nota con un bolígrafo. A mí eso me parecía apasionante, sobre todo porque tenías contacto con la calle, con la realidad, porque lo vivías, lo disfrutabas y porque se establecían unos lazos sentimentales, un pegamento sentimental con la gente.

¿No crees que en la pérdida de colectivismo está la pérdida de la familia como referencia?

Totalmente. Hemos ido matando la comunidad, hemos matado a Dios, hemos matado a la patria. Incluso a la familia la hemos ido matando poco a poco y yo lógicamente en la paternidad he encontrado un referente, una especie de salvavidas. Cuando estoy narrando estos hechos, cuando estoy narrando todas estas situaciones de repente aparece mi vida personal, y es como en esta especie de devastación de tierra quemada, pues una especie de flor, un humanismo casi encarnizado y sangrante, que se huele y que es la belleza, la belleza nos hará libres. Y aquí es donde aparece la familia. Es curioso que es una especie de viaje a Ítaca donde dejas un poco este mundo distópico, son pequeños destellos Polaroid que devuelves a tu infancia, a tus recuerdos, a la esencia, a tu punto de referencia, y es donde lo otro, ese mundo distópico, esa redacción de El Confidencial, empieza a cobrar sentido, ¿dónde estoy? y realmente no te das cuenta hasta que vuelves un poco a tus orígenes y a esa realidad tuya, que es la de tu infancia, tus amigos, tu familia y para mí eso es fundamental. Yo creo que es necesario mostrarnos tal como somos. Y todos somos vulnerables, frágiles.

«Hay que ser optimistas, pero no hay que ser buenistas»

Y ante esa fragilidad que tú pudiste experimentar en unas circunstancias muy duras, en el capítulo que hablas del nacimiento de vuestra hija Catalina en mitad de la pandemia, con Filomena, con una situación clínica muy complicada, ahí se acentúa enormemente cuando tenemos niños, el sentido de la fragilidad, pero luego también dedicas un capítulo al mejor mundo posible. Y yo te pregunto, como dicen tanto los intelectuales como Javier Gomá, ¿no tenemos todos obligación de, por nuestros hijos, a ser optimistas, no tanto escépticos constructivos? ¿Y qué papel podéis jugar desde El Confidencial y desde el periodismo en dibujar también una realidad bella, que acabas de describir también?

Hay que ser optimistas, pero no hay que ser buenistas. Porque si los medios de comunicación son buenistas, entonces incumplen su labor, que es la de ejercer de contrapeso con el resto de poderes y ejercer de puente entre la realidad y nuestros lectores. La labor del periodista es informar, no nos dedicamos a salvar países, ni a empresas, ni a educar, no, nosotros nos dedicamos a informar, si después la información ayuda a que el país sea mejor, ayuda a que las empresas tengan una viabilidad, y ayuda a los lectores a tener un pensamiento crítico desarrollado, mucho mejor. A nosotros que no nos pidan que estemos dando todo el rato noticias positivas, porque nuestra labor no es dar todo el rato noticias positivas. Nuestro lado, insisto, es contar lo que otros quieren que callemos. Eso es el periodismo, básicamente.

Dedicas un capítulo a la ética y lo dedicas al caso de Luceño y Medina, los dos comisionistas de la mascarilla y leyendo ese capítulo me venía un poco a la cabeza esta visión que cada uno de nosotros podemos tener de la condición humana. Ahí Rousseau y Aristóteles consideraban que había un potencial de bien en el ser humano y Maquiavelo, Nietzsche, pues no. ¿Dónde te sitúas tú?

Yo quiero creer que el ser humano nace con unos instintos morales. Que después esos instintos morales se desvirtúen, se perviertan…Cuando estamos en las tertulias o cuando tengo que escribir siempre nos enganchamos en discusiones bizantinas sobre la legalidad, que por supuesto que es importantísima, pero jamás entramos en el terreno de la moralidad y para mí lo más importante es la moralidad, la ética. O sea, creo que por muchas decisiones que se tomen y sean legales, si son inmorales o amorales, estamos entrando en un terreno resbaladizo. Yo creo que ese es el mayor riesgo al cual nos enfrentamos la sociedad en conjunto y la sociedad española en concreto.

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