ENTREVISTAS

«El periodismo es lo que los economistas llaman un bien público»

Quien durante 16 años fuera director de una de las grandes biblias financieras, The Wall Street Journal, adivina un futuro brillante para el sector o, al menos, para aquellos medios con capacidad de reinventarse.

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Alfonso Bauluz
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07
junio
2016

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Alfonso Bauluz

Haber tutelado las investigaciones periodísticas que lograron hasta 18 premios Pulitzer le otorga a Paul Steiger (Nueva York, 1942) una dosis de autoridad inapelable. Quien durante 16 años fuera director de una de las grandes biblias financieras, The Wall Street Journal, recibe a Ethic en Madrid, donde ha venido a presentar el proyecto ProPublica, una agencia sin ánimo de lucro al servicio del periodismo de investigación. Alejado de las visiones catastrofistas, Steiger adivina un futuro brillante para el sector o, al menos, para aquellos medios con capacidad de reinventarse.

Qué mejor modo de iniciar una conversación con Paul Steiger que mostrarle la portada de el Journal, como él dice, y fijar la atención en uno de los acontecimientos del año en Estados Unidos por excelencia: la Super Bowl. El titular nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre la industria mediática y el tránsito a la era digital: «Reinan los anuncios de televisión durante la Super Bowl, incluso en un mundo digital», reza la noticia. ¿Será que aún tenemos un pie en esa era analógica donde los canales de televisión decidían qué era lo siguiente que íbamos a ver?, preguntamos a modo de reto a nuestro veterano interlocutor.

Eso se acabó. Una de las pocas cosas que aún llama la atención del telespectador son las competiciones deportivas de máximo nivel. Pero internet lo ha transformado todo. Hemos entrado en un mundo en el que la única constante es el cambio. Buen ejemplo de ello es la deriva de los periódicos impresos. Están muriendo y morirán.

Lo dice alguien familiarizado con el rastro que deja la tinta en las yemas de los dedos. Steiger dirigió durante 16 años The Wall Street Journal, rotativo que dejó al cumplir los 65 años.

En mis 41 años en el periodismo impreso, este alcanzó un periodo de tremenda estabilidad en Estados Unidos; el modelo de negocio generaba altos beneficios. Pero hoy estamos inmersos en la era digital. Piensa en ello: hemos pasado del ordenador de mesa al portátil y al móvil, tú y yo tenemos nuestras tabletas en la mesilla de noche cuando nos acostamos, y esa es la alarma que nos despierta por la mañana y lo que permite a mi mujer responder instantáneamente correos electrónicos nada más abrir los ojos. Y todo eso son cambios vividos en menos de una década. Es increíble.

Nuestro interlocutor −que lleva una jornada maratoniana de coloquios sobre la ética periodística− desvía irremediablemente la mirada a la Coca-Cola que le sirven y no puede dejar de comentar las diferencias de presentación de esta bebida refrescante en el mercado estadounidense y el español, con sus distintos posicionamientos cromáticos de marca y producto. Steiger visita Madrid invitado por la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra dentro del ciclo ‘Conversaciones con…’ para ofrecer, con venerable delicadeza, un puñado de lecciones de periodismo.

Cuando digo que los periódicos impresos morirán, no digo que todas las empresas informativas lo hagan. De hecho, The New York Times, The Wall Street Journal y The Washington Post continuarán, pero que sigan produciendo ediciones impresas dentro de diez años… no lo creo. Tal vez el domingo, pero incluso eso lo dudo. Entre los cambios fundamentales está la eliminación de las barreras de entrada. Hace 41 años, eran enormes… Si querías competir con Los Angeles Times y The Wall Street Journal, tenías que gastar cientos de millones de dólares en la imprenta.

En 2007, Steiger abandonó la dirección de el Journal, pero, lejos de jubilarse, cofundó ProPublica, una agencia de investigación periodística sin ánimo de lucro que durante su dirección ha obtenido dos premios Pulitzer. La primera vez que un medio digital lo conseguía.

El movimiento sin ánimo de lucro es necesario, porque el periodismo de investigación es lo que los economistas llaman un bien público. Esto es, los beneficios del periodismo de investigación atañen a toda la sociedad, no solo a las personas que compran el diario o leen sus historias. En una ocasión elaboramos un reportaje en colaboración con Los Angeles Times que probaba que el comité de licencias de las enfermeras en California llevaba seis años sin suspender la licencia a una enfermera que había pegado a sus pacientes y les había robado medicamentos (algunos de ellos murieron). La enfermera, aunque fue despedida, cogía su licencia y, tras un recorrido en coche de 50 manzanas, entraba en otro hospital, mostraba la licencia y comenzaba el proceso de nuevo. Los Angeles Times publicó en portada la historia y el gobernador de California despidió y reemplazó a los miembros del comité. Y hoy, gracias a ese trabajo de investigación, cualquier ciudadano de California se beneficia cuando va a un hospital, compre o no el periódico. Es como los bomberos o la policía: todo el mundo se beneficia, no porque paguen por ello.

Vehemente en la defensa del periodismo de investigación como un imprescindible servicio público, destaca su papel de fiscalizador del poder y la imperiosa necesidad de buscar vías para costearlo.

Para financiar el periodismo de investigación, en un momento en el que todo el mundo está siendo despedido, hay que apelar a ciudadanos que puedan costearlo para que lo apoyen con sus donaciones. Sin embargo, el periodismo de investigación sin ánimo de lucro no va a ser la única alternativa, algunas empresas informativas encontrarán el modelo de negocio. También las corporaciones televisivas públicas como la BBC o la radio y la televisión públicas en Estados Unidos hacen reportajes de investigación.

¿Y qué hay de las presiones y de la integridad periodística? Se lo preguntamos a Steiger, que ha llegado a recibir llamadas del mismísimo Steve Jobs quejándose por la publicación de cierta información que le perjudicaba.

El editor de The Wall Street Journal [la única vez que lo nombra al completo en toda la conversación] es quien más les importa a los hombres de negocios, más que ningún otro poder individual. Era así en mis tiempos y supongo que lo sigue siendo. Si publicas una pieza que ellos perciben como negativa, van a quejarse, especialmente si consideran que es inexacta. Pero esto nunca me ha preocupado, porque el Journal tiene una fuerte tradición −de antes de que yo hubiese nacido− de no recular cuando recibes quejas de anunciantes o de personas poderosas. Les escuchas, siempre les escuchas; si descubres que hay un error, haces lo mejor para corregirlo; y si no lo has cometido, te mantienes firme.

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En el campo del periodismo de investigación norteamericano, la administración Obama es la que mayor número de casos de persecución legal de filtraciones ha alcanzado. Y muchos funcionarios tienen miedo de filtrar documentos.

El Señor nos lo da, el Señor nos lo quita. Por un lado, el auge de las nuevas tecnologías ha colocado herramientas en las manos de los reporteros, que son sencillamente extraordinarias para encontrar información con fuerza probatoria, mientras antes solo se coleccionaban anécdotas. Tenemos a nueve reporteros jóvenes en la redacción de ProPublica, de los 50 que hay en total. Son enormemente valiosos, porque pueden producir material y también obtenerlo. Es la tecnología, y no solo un gobierno o una empresa, la que permite hacer maniobras para tratar de localizar a quienes filtran documentos. No creo que el presidente Obama odie más a los periodistas que otros presidentes, pero él sí tiene las herramientas. Ahora se puede averiguar qué funcionario del Gobierno está hablando con los periodistas por teléfono. Hemos tenido éxito en la respuesta con las críticas al fiscal general por el manejo de los listados de las conversaciones telefónicas de un reportero de AP y otros más. Dijeron que no harían determinadas cosas para castigar a los periodistas que hacen su trabajo, pero quién sabe lo que hará el próximo presidente.

Algunos de los corresponsales de guerra de grandes medios estadounidenses ahora viajan acompañados de asesores de seguridad. ¿Necesitarán los periodistas también un experto informático a su lado?

Los tenemos en plantilla y, además de ser grandes reporteros, tienen la capacidad de acceder a la deep web [internet profunda] para determinado tipo de comunicaciones. Tienen la habilidad de invitar a determinadas personas que quieren proporcionarnos cierta información de modo confidencial, por vías de comunicación que no pueden ser monitorizadas con la tecnología actualmente disponible.

Al referirle las posibilidades que hoy tienen los estudiantes de periodismo con Twitter y Periscope TV para cubrir determinadas informaciones, Steiger aprovecha para advertir del peligro al que se enfrentan si lo que deciden cubrir es un conflicto armado. No sorprende que insista en ello teniendo en cuenta que entre 2005 y 2011 presidió el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, en sus siglas en inglés).

A los jóvenes periodistas hay que frenarles un poco. Tienen que saber que en Libia les pueden matar, aunque también los experimentados son asesinados y secuestrados. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) y nuestro staff están tratando de facilitar la información a la gente para que conozca dónde están los mayores peligros y los evite. Pero ya sabes cómo son los jóvenes con 21 años… Piensan que son inmortales.

No es preciso recordarle la trágica experiencia como director de el Journal cuando, en 2002, Daniel Pearl, corresponsal en Pakistán, fue secuestrado y brutalmente asesinado. En este sentido, Steiger comprende, por ejemplo, la decisión de algunos medios como The Wall Street Journal de no comprar material fotográfico a los periodistas freelance que se encuentran en Siria para evitar exponerles a ese riesgo añadido.

No queremos sangre en nuestras manos. Hay que tratar de encontrar maneras de informar lo más seguras posible, aunque ello suponga hacerles un favor a los grupos armados, y el CPJ está haciendo un gran esfuerzo para presentar protocolos que ayuden a los periodistas a mantenerse seguros, pues, como dices, cada vez hay más periodistas independientes, freelance, reporteros y fotógrafos que no tienen la cobertura de quien trabaja en El País o en The New York Times.

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