«Educar a la población en tener hábitos saludables es la gran estrategia para prevenir el alzhéimer»
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El cerebro humano es el campo de estudio del neurocientífico e investigador Javier S. Burgos (Port de Sagunt, 1971). A través de varios libros, como ‘El desafío de la locura’ o ‘Diseñando los fármacos’, ha optado por una interesante labor divulgativa en torno a los complejos universos de las neuronas y el desarrollo de medicamentos. Se ha especializado en la enfermedad del alzhéimer y en el desarrollo de nuevos fármacos contra la neurodegeneración. Ha trabajado tanto en la investigación dentro del mundo académico, como en la industria privada y en la gestión pública, por lo que integra distintas perspectivas involucradas en la búsqueda de unos principios activos que logren prolongar una vida cerebral provechosa.
¿Cuál es la frontera entre enfermedad neurológica y problema psiquiátrico?
Un problema psiquiátrico es un tema más conductual, más sintomático, mientras que la enfermedad requiere una alteración de las bases fisiológicas del funcionamiento del cerebro y como consecuencia de esa alteración concreta se produce una enfermedad, que luego puede cursar con un problema psiquiátrico. Creo que esa es la diferencia más sustancial.
Las dolencias psiquiátricas suelen vincularse con desequilibrios químicos en el cerebro o con factores hereditarios, pero no se habla tanto de los factores sociales, ambientales o las vivencias traumáticas que también las originan. ¿No sería importante hablar también de esta parte ahora que se está visibilizando más la importancia de cuidar la salud mental?
Sí, por supuesto. Los biólogos sabemos que cualquier fenotipo, cualquier presentación de un ser vivo o de su comportamiento, proviene de dos partes. Por una parte el genotipo, la herencia genética que hemos heredado y, por la otra, el efecto ambiental. En las enfermedades mentales o las neurodegenerativas, salvo ciertas excepciones, también es así. Para que se dé una enfermedad pueden ocurrir dos cosas; puede que tengas una mutación concreta que te causa esa enfermedad –en cuyo caso, todo el peso es de una causa genética–, pero lo más razonable o lo más habitual es que sea una combinación de factores de susceptibilidad genética que, en un entorno ambiental hostil, van a hacer que la enfermedad debute o se acelere. En mi campo, que es el del alzhéimer, está muy marcado, porque hay dos tipos de esta dolencia: una que es genética, donde sabes que la mitad de hijos o hijas de esas madres van a tener la enfermedad, y otra gran mayoría que es esporádica, multifactorial, y ahí influyen muchas cosas. Evidentemente, un entorno de estrés de cualquier tipo va a acelerar este tipo de patologías, pero también otras como las cardiovasculares. Por supuesto que el entorno es muy importante para que debuten o se desarrollen enfermedades.
«El entorno es muy importante para que debuten o se desarrollen enfermedades»
Existen colectivos como Orgullo Loco, compuesto por personas que atraviesan o han atravesado episodios de sufrimiento psíquico, que critican el trato denigrante que reciben en ocasiones en las unidades de salud mental y critican el modelo biomédico. Como profesional, ¿te parece que es necesario modificar procedimientos y formas de actuar en este sentido?
La respuesta es «Siempre». Siempre tenemos que tener una actitud de mejora. Con el tiempo hemos ido aprendiendo cómo tenemos que tratar. Desde que nace la psiquiatría en Europa hasta ahora, el campo sobre la concepción de la enfermedad y la humanidad de las personas enfermas ha cambiado radicalmente. Antes de 1800, se las trataba como personas poseídas, hasta que el grupo de psiquiatras del hospital de Sâlpetrière [en París] dijo que eran personas como todo el mundo. Ahí nace el tratamiento moral en Europa. Históricamente también ha habido otras formas de aplicar este tratamiento. En el libro Geografía de la locura hablo de un plan que se llevó a cabo en Estados Unidos, y fue un señor que decidió que, en lugar de tenerlas hacinadas, las personas con enfermedad mental estuvieran en lugares como centros residenciales, con sus habitaciones propias o compartidas, con permiso de salir al jardín… Lo que quiero decir es que poco a poco hemos ido mejorando el tratamiento de las personas que tienen una enfermedad mental. No es suficiente y tenemos que seguir mejorando. Y otra discusión es la de la farmacología, si está bien optar por ella o no, esto se está debatiendo. Pero cuando tú tienes un desbalance químico en tu cerebro, la única solución es suplementar esa falta con un fármaco.
Si el alzhéimer está vinculado al envejecimiento, en los próximos años la cifra de prevalencia de la enfermedad aumentará, porque cada vez tenemos más población anciana. ¿Qué consecuencias conllevará esta realidad a nivel médico y social?
Es una catástrofe muy grande y no sé hasta qué punto somos conscientes. En España tenemos diagnosticadas 800.000 personas, pero se estima que son bastantes más, porque hay bastante infradiagnóstico. CEAFA (Confederación española de alzhéimer y otras demencias) dice que son 1,2 millones. Eso es un desastre. Somos un país curioso, porque tenemos la mayor esperanza de vida, junto con Japón, por tanto hablamos de una población muy envejecida que lo estará mucho más. Pero el desastre lo es por varias razones. Primero, desde el punto de vista de tener una persona enferma, que es a largo plazo, que va a empeorar y que va a ser irreversible. En segundo lugar, por cuestiones económicas; nos cuesta unos 50.000 euros al año un paciente, si son un millón, el total es de 50.000 millones, las cuentas son claras. Pero el problema no es que tú tengas a una persona enferma en la familia, es que necesitas a alguien que la acompañe continuamente, acompañante que desgraciadamente casi siempre es una mujer y que también tiene una serie de problemas asociados. Como la población sigue envejeciendo, en 2050 tendremos el triple de personas con alzhéimer. Es un problema más grave cada día que pasa. Nos lo tenemos que tomar en serio.
«Como la población sigue envejeciendo, en 2050 tendremos el triple de personas con alzhéimer»
En ocasiones se confunden ambos términos. ¿Qué diferencias existen entre alzhéimer y demencia?
Una demencia es una pérdida de capacidad cognitiva, que puede deberse a distintos factores, como por ejemplo el alzhéimer. Pero también puede ser causada por otro tipo de cosas: está la demencia vascular, la frontotemporal… Hay muchas enfermedades que cursan con demencia, mientras que el alzhéimer tiene también otras cosas, y lo que sabemos hoy es que para que se dé tiene que haber demencia y, también, dos mecanismos alterados en el cerebro, que es una proteína y un péptido –TAU y beta amiloide–. Si vemos que una persona cursa con una enfermedad que es probable que sea alzhéimer, luego a su muerte se hace una neuropatología del cerebro para ver si existen esas dos marcas y determinar si el diagnóstico era alzhéimer. Por eso en vida se diagnostica como «enfermedad de alzhéimer probable».
Siempre se dice que la mejor herramienta en salud, también en salud mental, es la prevención, pero después parece quedarse a las puertas. ¿Qué se necesita para trabajar en ella y qué hay que priorizar?
Para empezar, educación. Cuando tienes alzhéimer avanzado, gran parte de las neuronas de tu cerebro o están atrofiadas o están muertas. Rescatar esas neuronas es prácticamente imposible, por lo que las estrategias tienen que ser previas. Las últimas estrategias farmacológicas pasan por empezar cuanto antes el tratamiento, cuando tu cerebro aún no está degenerado; lo ideal sería empezar en la fase presintomática de la enfermedad. Pero ahí tienes mayor nivel de incertidumbre y es más difícil hacer un ensayo clínico. La otra alternativa es educarnos en que los hábitos saludables de vida previenen las enfermedades, no solo neurodegenerativas. Los factores saludables de la enfermedad cardiovascular y del alzhéimer son prácticamente los mismos. Si fuéramos capaces de retrasar cinco años el inicio de la enfermedad tendríamos la mitad de personas enfermas, por tanto educar a la población en la necesidad de tener hábitos saludables es la gran estrategia. En el caso del alzhéimer, el ejercicio cognitivo es muy importante. Se sabe que la gente que tiene más estudios tiene menos riesgo de sufrirla, pero seguramente porque está acostumbrada a realizar actividades intelectuales, que llevan a tener mayor reserva cognitiva y esto deriva en una mayor protección ante la enfermedad. Pasa lo mismo con la gente que habla varios idiomas, o que toca varios instrumentos.
«Si fuéramos capaces de retrasar cinco años el inicio de la enfermedad tendríamos la mitad de personas enfermas»
¿Cuáles son los últimos descubrimientos en el funcionamiento del cerebro humano en relación con el alzhéimer?
Hace un año se aprobó en Estados Unidos un nuevo fármaco, el Lecanemab. Abre una nueva perspectiva a la enfermedad, aunque ahora tenemos que ver qué pasa, porque el alzhéimer tiene un curso lento, se prolonga durante muchos años. Estamos expectantes ante ese fármaco y queremos ver si da la respuesta que esperábamos. En ese caso tendríamos por fin una nueva estrategia terapéutica.
En Diseñando los fármacos haces un recorrido del trayecto de un medicamento, desde que se detecta la necesidad de producirlo hasta que llega a las manos de quien lo necesita. En algún momento también hablas de la lógica desconfianza ante una industria cuyo nicho de negocio es la enfermedad de las personas. Quizá esa confianza aumentaría si el Estado se hiciera cargo de más investigación y desarrollo de fármacos. ¿Lo consideras viable actualmente?
No lo veo viable. Desarrollar un fármaco de principio a fin cuesta 2.500 millones de euros de media; y el tiempo medio es de diez a doce años. ¿Quién hace una planificación temporal así y este gasto en una molécula? Eso no lo puede hacer un gobierno, lo tienen que hacer las empresas farmacéuticas grandes, que tienen esa capacidad económica y esos tiempos. Pero sí se podrían hacer las cosas diferentes, y abonar. La función de un gobierno es generar ideas, desarrollar en fases tempranas fármacos y establecer los mecanismos de licencias a las farmacéuticas. Desde lo público tenemos que investigar las causas de la enfermedad y, por otra parte, hacer desarrollos tempranos que luego licencies a las farmacéuticas cobrándoles lo que haya que cobrarles. Y en este punto, que ya sean las empresas mundiales las que terminen de hacer esos desarrollos.
«Desarrollar un fármaco de principio a fin cuesta 2.500 millones de euros de media y el tiempo medio es de diez a doce años»
¿Por qué no puede curar del mismo modo una enfermedad –al menos una leve– un medicamento de farmacia y una medicina natural, si estas últimas también se componen de principios activos?
Por muchas razones. Cuando tú haces una infusión, ahí tú tendrás el principio activo que cure o alivie tu enfermedad, pero también muchas moléculas que no sabrás ni lo que son. El principio activo te puede hacer un efecto beneficioso, pero con el resto no sabrás qué va a ocurrir, por tanto estás adquiriendo un riesgo. Y la toxicidad en el desarrollo farmacéutico es el enemigo número uno. El mundo desarrolla moléculas que sean seguras, esa es la gran obsesión de las agencias del medicamento, y así tiene que ser. Por otra parte, en una infusión tú no sabes la cantidad de principio activo que tienes. En el desarrollo farmacéutico están muy controladas las dosis para poder interpretar los efectos secundarios que pueden ocurrir. Y además, las moléculas desarrolladas, muchas de ellas a partir de plantas, cuando van a una fase clínica están perfectamente caracterizadas y, ante la mínima impureza –generalmente cuando sobrepasa el 5%–, el lote se descarta.
El consumo de ansiolíticos y sedantes en España se está incrementando exponencialmente en los últimos años y ya es el país del mundo que más benzodiacepinas –como diazepam– consume. ¿Qué está pasando a nivel social para llegar a esta situación?
Creo que hay mucho autodiagnóstico y mucha automedicación, que es un error gravísimo, y también cierta ligereza a la hora de considerar la salud mental. Y eso es un cóctel demoledor. Ya no solo en ansiolíticos, sino que en cualquier tipo de medicamento hay que respetar escrupulosamente la pauta de administración del personal médico. Hay que intentar acabar con las minifarmacias que tenemos en cajas de galletas en casa, porque son muy peligrosas, porque se tiene la tentación de automedicarse sin ningún conocimiento. También existe una sobremedicación. Es un problema muy complejo, porque los tiempos de los médicos para atender a alguien son ridículos, y tú necesitas conocer bien a tu paciente para saber lo que le está pasando. Puede existir la tentación de medicarlo y que se vaya. No parece muy hipocrático, pero la presión que tienen es muy alta y muchas veces se soluciona dando medicación, cuando la solución quizá no sea esa.
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