Sociedad

Mi superpoder es ser de pueblo

Pese a las más que conocidas dificultades y brechas –educativas, económicas, sanitarias– a las que se enfrenta la población rural, crecer siendo de pueblo en España ofrece numerosos beneficios psicológicos propiciados por un modelo educativo completamente único e inclusivo, el poder de la transmisión generacional y la cultura de la vecindad. Quien vuelve al pueblo en verano, lo sabe.

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19
julio
2022

Ser de pueblo es parte de tu identidad, una marca de nacimiento que te acompaña y que palpita con fuerza cuando el calendario marca el comienzo de las vacaciones. Es entonces cuando el verano divide a la población en dos: los que permanecen en la ciudad esquivando al abrasador asfalto, y los que hacen la maleta con esa sensación de pertenencia que solo proporciona saber que hay un lugar llamado pueblo que siempre recibe con los brazos abiertos.

No podemos idealizar la vida rural. Es innegable que muchas comarcas carecen de servicios básicos como la asistencia sanitaria o el transporte, especialmente en zonas de la España vaciada como Lugo, Cáceres o Zamora. Sin embargo, pertenecer a un pueblo tiene un impacto positivo desde el momento en el que naces allí, ya que tu familia pasa a estar formada por un gran número de vecinos que velarán por tu seguridad.

No importa si son 20 habitantes o 200, tampoco que pases diez meses al año en la ciudad; volver al pueblo ejerce un efecto transformador, como tu estancia allí no tuviese fecha de caducidad. Es un superpoder más psicológico que místico, y es que la ciudad puede ofrecer muchas cosas –un metro cada diez minutos, supermercados abiertos veinticuatro horas, un cine con diez salas gigantes o un hospital con urgencias cerca de casa–, pero la balanza siempre se vencerá hacia el lado de la vida rural. 

Una de las grandes ventajas la encontramos en el terreno educativo, un sector tremendamente castigado en las áreas rurales pese a su gran potencial. Son muchas las escuelas que cuentan con una ratio docente-estudiante bajo, lo que en numerosos casos obliga a juntar en una misma clase a alumnos de varias edades. Este tipo de enseñanza contrasta con el modelo educativo de las grandes ciudades que beneficia a los alumnos con habilidades y necesidades normativas, mientras que aquellos con dificultades de aprendizaje en alguna materia o que, por el contrario, presentan altas capacidades, se ven perjudicados.

Según las investigaciones, en los pueblos ese ‘cuantos más, mejor’ da pie a un mayor apoyo emocional, instrumental y financiero

En los centros educativos rurales, sin embargo, el ritmo de la enseñanza se adapta a todos los niveles, lo que posibilita un aprendizaje más completo sin necesidad de florituras pedagógicas. Sin embargo, pese a las grandes ventajas de las escuelas rurales y los aspectos a mejorar, lo cierto es que los estudios al respecto son prácticamente inexistentes, tal y como señala el análisis Investigación y escuela rural: ¿Irreconciliables?. Uno de los motivos es el desinterés académico que se materializa en la escasez de profesores en estos centros, pues la mayoría de docentes los conciben como un puesto provisional en su trayectoria profesional.

Siguiendo con el desarrollo psicológico de una persona de pueblo desde que nace hasta que es escolarizada, el siguiente paso natural es la socialización extrafamiliar, es decir, el proceso de adquisición de un grupo de apoyo de forma consciente o, coloquialmente hablando, hacer amigos. Este fenómeno tiene lugar incluso cuando la persona va a un colegio de Vallecas, de la Barceloneta o de Benimaclet y solo pisa el pueblo en verano, ya que allí se gesta un ambiente casi familiar en el que jóvenes de diferentes edades forman una piña que se mantiene casi inalterable con el paso de los años. A nivel social, es evidente que los pequeños maduran con rapidez al interactuar con personas de más edad. Por otro lado, los mayores aprenden a cuidar de los alevines en el grupo de amigos, convirtiéndose, casi sin pretenderlo, en mentores. 

La transferencia intergeneracional es común en los pueblos; de hecho, este tipo de relaciones proporcionan un sostén psicosocial básico y extrapolable a lo urbano

Esta transferencia intergeneracional tiene lugar tanto en el grupo de amigos como en la familia de sangre, ya que es habitual que los hogares rurales acojan a primos, tíos o cualquier rama dispersa del árbol genealógico. De hecho, el impacto de estas relaciones ha sido estudiado en culturas orientales, encontrando una elevada satisfacción psicológica y un mayor sentido de propósito, sobre todo cuando se fomenta el vínculo con los miembros más mayores de la familia. Según las investigaciones, aunque los núcleos familiares pequeños funcionan bien en las zonas urbanas, en los pueblos ese cuantos más, mejor da pie a un mayor apoyo emocional, instrumental y financiero. 

Como vemos, se trata de una microsociedad colectivista formada por relaciones interpersonales más cercanas. Y si bien estas pueden resultar abrumadoras para una persona que se ha criado en la ciudad, lo cierto es que proporcionan un sostén psicosocial básico y extrapolable a lo urbano. No solo podemos aprender de las comunidades rurales, sino que debemos hacerlo para asegurarnos una mejor calidad de vida. 

Si bien es tremendamente cómodo comprar a través de internet o utilizar la caja de pago rápido del supermercado, los ciudadanos de grandes urbes podemos comenzar a comprar la fruta, el pan o la carne en la misma tienda local, generando así un vínculo de cercanía con el tendero. Es un contacto trivial, pero permite experimentar una sensación de pertenencia en una sociedad que nos empuja hacia el individualismo. También es recomendable estrechar lazos con nuestros vecinos, algo que siempre nos pareció descabellado pero que se produjo de forma natural durante los meses de confinamiento por el coronavirus: el aislamiento forzado nos llevó a socializar con personas a las que habíamos visto decenas de veces en la escalera, pero cuyas caras ni recordábamos. 

Ahora ya podemos salir de casa, viajar sin restricciones e incluso bailar pegados en festivales, pero la epidemia de la soledad sigue asolando la sociedad occidental urbana. Plantémosle cara aprendiendo de aquellos afortunados que nacieron con el superpoder de ser de pueblo. 

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