Sociedad

El grito de la España profunda

Tanto ‘As bestas’ como ‘Alcarràs’, dos de las películas más comentadas este año, abordan los problemas del mundo rural de una manera cruda y poco romantizada. No es una casualidad: cabe preguntarse si son la muestra más visible de una nueva manera de contar qué ocurre en esa España profunda, vacía o despoblada desde un punto de vista más cercano a sus propias experiencias.

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21
julio
2023

Si Twitter sirve para hacer demografía low-cost, durante el estreno de As bestas, Galicia estaba dividida en dos. La película de Rodrigo Sorogoyen contaba con entusiastas defensores –para quienes primaba la calidad narrativa– y detractores ligeramente enfurecidos –que veían en su factura una nueva vuelta de tuerca a los estereotipos sobre los habitantes de la Galicia rural–. Entre las pasiones tuiteras, nadie parecía neutral. «En el caso de una historia en la que se muestra una periferia europea como la gallega, en la que existe una lengua minorizada, y en un contexto como el rural gallego, en riesgo de desaparición, el debate por la identidad y su representación visual es más poderoso que en el de narrativas de un carácter más globalizado», explica Marta Pérez Pereiro, profesora de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Santiago de Compostela. La «mirada ajena» detrás del filme, recuerda, también alentó el debate. «Con todo, cuando vemos una película también conviene entender otros elementos y la idea de que es difícil que pueda existir una representación “justa” de la realidad», suma.

El estreno de As bestas coincidió en el tiempo con el de Alcarràs, de Carla Simón. Y ambas convergen en una cuestión de fondo: el conflicto base de sus historias está en lo que ocurre en una España rural despoblada y en crisis durante un momento –el actual– de cambio de modelo económico. La transición energética, esa que las proyecciones a futuro insisten en tachar como fundamental para el futuro económico y medioambiental del planeta, choca con los usos tradicionales de la tierra, como ocurre igualmente en estas últimas semanas con el uso de los acuíferos.

Pero ¿son estas historias un acercamiento nuevo al mundo rural? Es decir, ¿realmente está apareciendo una nueva voz que habla desde la España profunda –signifique lo que signifique– y que evidencia los problemas de la España vacía? No son la única clase de obras culturales que se acercan a la cuestión. Novelas, ensayos, documentales, películas –serias o feel-good– y series se han aproximado de una manera u otra a la temática. Las gráficas españolas en Google Trends, que mide de qué se habla online, muestran desde 2015 una tendencia de suave y constante alza en la aparición de la palabra «despoblación», otra un poco más alta de «España vacía» y picos importantes –desde 2018– del concepto «España vaciada».

«Las dos películas son, con ‘Suro’, la tríada de filmes sobre las tensiones en la metáfora de la España vacía de Sergio del Molino»

«Se habla mucho más de la España rural y sus problemas. Supongo que es un tema que tiene características que dan para muchos reportajes y que, en muchas ocasiones, es pintoresco para quien vive en las ciudades», concede Lidia Díaz Terán, presidenta de la Asociación Española Contra la Despoblación (AECD). Aunque recuerda: «La vida en el medio rural no es una anécdota, es una forma de vida dura sea cual sea tu trabajo en ella». Por eso, explica, es importante visibilizar qué ocurre de verdad e innovar desde el propio campo.

Sus palabras también sirven de antídoto para contrarrestar el pico de bucólicas historias que, durante la pandemia, hablaban del retorno al campo como un paraíso idílico que solventaría todos los problemas. Al fin y al cabo, uno de los problemas siempre mentados cuando se habla de la España rural es, justamente, el de la despoblación. «¿Para quién es un problema?», pregunta al otro lado del teléfono Vicente Pinilla, catedrático en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza y responsable de la cátedra Despoblación y Creatividad. «Si nadie quiere vivir allí, ¿vamos a forzar a la gente?», señala. Es una reflexión «provocadora», pero que sirve para plantearse cómo se está enfocando esa cuestión.

Terán: «Se necesita un pacto nacional y europeo donde se ponga por delante el bien de las personas antes que otros intereses»

El problema no es que viva poca gente en el ámbito rural español –como señala Pinilla, nunca estuvo tan poblado como el de los países vecinos ni, por supuesto, lleno– sino otro: ¿qué ocurre con la gente que vive ahí? «El quid de la cuestión no es cuánta gente vive; la clave es si vive donde querría vivir», resume. El problema no es que los urbanitas no se vayan al campo, sino lo que pasa con la ciudadanía rural que se querría quedar allí pero no puede hacerlo. «La gente no se va de un sitio si no tiene un lugar mejor al que irse», recuerda el catedrático. En algunos casos, se pueden encontrar soluciones. Pinilla habla de la cuestión del trabajo, de la falta de servicios –y cómo se necesita una «cobertura razonable»–, de la movilidad o de la residencia –porque, aunque parezca paradójico, en el campo hay un serio problema de acceso a la vivienda–.

En cierto modo, se podría decir que hay que escuchar lo que la propia España rural dice sobre lo que está viviendo y hasta en cómo enfrentarse a sus problemas. «Siendo una solución tan compleja, se necesita un pacto nacional y europeo donde se ponga por delante el bien de las personas antes que los intereses económicos, geopolíticos y demás», apunta Terán. «Estos pactos deberían llevar el sello de la innovación, del trabajo cooperativo y colaborativo, y sobre todo de la escucha completa, ya no solo a los sectores de la agricultura y ganadería –que no se los escucha–, también a las personas que viven el mundo rural, sus necesidades y sus ilusiones», advierte. Por supuesto, no se puede meter a todo el medio rural español en el mismo saco. Puede parecer una obviedad, pero es importante para hablar del estado de las cosas: no es lo mismo el rural de una comunidad autónoma que el de otra –por ejemplo, la población dispersa de Galicia es muy distinta en distribución a la de Aragón o Castilla– e incluso el de una zona que otra. Hay rurales muy turísticos, otros muy periféricos. «Hay que asumir la diversidad del mundo rural», indica Pinilla.

Quizás es ahí donde entran las narrativas. ¿Son As bestas o Alcarràs un giro en cómo se cuentan estas realidades? Pérez Pereiro apunta que las dos historias son distintas desde en su producción hasta en la cercanía personal de sus creadores con la historia narrada. «Las dos películas son, con Suro, la tríada de filmes sobre las tensiones en la metáfora de la “España vacía”, de Sergio del Molino. Pero, sinceramente, no creo que se pueda aplicar por igual a la realidad gallega o catalana y a la castellana, en la que la existen condiciones de vida diferentes», apunta Pérez Pereiro. «Hay una cierta vitalidad de relatos sobre el rural, de muy diversa temática, también en la literatura», en la que, como en esas películas, «no hay una visión idílica ni melancólica de la vida rural», señala. Si ha estado o no sesgada la representación de esa España rural en el cine, la experta deja claro que es algo muy difícil de contestar. «Con todo, existe también una cierta tendencia a idealizar el rural que se percibe en las artes como la idea de un paraíso perdido y que también se une a otros relatos más complejos», sentencia.

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