¿Ha llegado el fin de la obsolescencia programada?

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Jorge Ratia

@JorgeRatia

Cada ser humano nace, metafóricamente hablando, con un reloj de arena integrado. Cada cual tiene el suyo particular, y a medida que la vida avanza, la arena va cayendo de forma constante, hasta que el último grano coincide con el último aliento. Este mismo reloj lo tienen el resto de los seres vivos, incluso lo tienen gran parte de los objetos con los que interactuamos en nuestro día a día: la televisión que nos acompaña en el desayuno, el sillón donde hacemos la siesta o el chándal del domingo. 

No obstante, alrededor de los años 20 del siglo pasado, se decidió que el reloj de arena vinculado a muchos de esos objetos corría demasiado lento, por lo que empezaron a hacer el cuello, o sea, la sección central que conecta las dos mitades del reloj, más ancho, acelerando así su proceso de agotamiento. A esta idea se la conoce como obsolescencia programada, y representa cómo algunos productos están diseñados a propósito para volverse inoperables en un período relativamente corto de tiempo, lo que fuerza a los consumidores a reemplazarlos constantemente. Si la intención inicial de esta práctica era  estimular la demanda de nuevos productos, que ya suena controvertido, las consecuencias del desperdicio innecesario y su impacto medioambiental lo son todavía más. Por ejemplo, los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos de la Unión Europea se reciclan menos del 40%, a pesar de ser uno de los flujos de residuos de crecimiento más rápido.

Afortunadamente, la obsolescencia programada está mostrando signos de desgaste. A medida que los consumidores se vuelven más conscientes de su impacto ambiental, buscan productos más duraderos (o al menos más respetuosos con el planeta), y por ello las empresas están reconsiderando sus prácticas. Cada vez hay más negocios que optan por utilizar materiales más resistentes o diseñan productos con ciclos de vida más largos. Además, tanto las regulaciones gubernamentales como las iniciativas sociales están presionando para una mayor transparencia en la calidad de los productos.

La Comisión Europea propone la promoción del uso de fibras recicladas en la industria textil y la prohibición del greenwashing en su plan de acción de Economía Circular.

La Comisión Europea ha propuesto, dentro de su plan de acción de Economía Circular, una estrategia para abordar el ciclo de vida de los productos de cara al 2030. Entre las medidas se encuentra la promoción del uso de fibras recicladas en la industria textil, la introducción de un pasaporte digital para productos textiles en la UE, y la prohibición del greenwashing para asegurar que las afirmaciones sobre la sostenibilidad de los productos sean respaldadas por pruebas verificables. Esta es la apuesta de Europa para acabar con algo concreto, la obsolescencia en la moda, el famoso fast fashion, pues es la segunda industria más contaminante del mundo, por detrás de la energética.

Ahora bien, este tipo de proyectos no surgen únicamente de las instituciones públicas: muchas empresas también se están sumando al cambio. Por ejemplo, CaixaBank ha puesto en marcha una iniciativa para promover la sostenibilidad de su parque de tarjetas, el más grande de España. Esta incluye la ampliación del período de validez de las tarjetas físicas de cinco a siete años, lo que reduce el consumo de plástico en su fabricación y proporciona mayor comodidad a los clientes. Además, en 2019, la entidad puso en marcha un nuevo circuito que permite que el cliente pueda entregar su tarjeta caducada o en desuso a cualquier oficina CaixaBank y después pueda reciclarse y dar una nueva vida al material. Desde 2022 se han reciclado más de 6,7 millones de tarjetas entregadas por los clientes en sus oficinas.

CaixaBank, en su objetivo de promover la transición sostenible de las empresas, amplía de cinco a siete años el plazo de validez de todas sus tarjetas para reducir el consumo de plástico.

CaixaBank también está impulsando el uso de tarjetas digitales a través del pago móvil para reducir la fabricación de tarjetas físicas. Actualmente, el 25% de las compras ya se realizan mediante el pago móvil, y la entidad tiene como objetivo duplicar esta cifra en los próximos tres años. Según la propia empresa, buscan liderar el impacto social positivo, promover la transición sostenible de las empresas y la sociedad, y fomentar una cultura responsable. La entidad tiene como objetivo movilizar 64.000 millones de euros en finanzas sostenibles desde el año pasado hasta el 2024, y se compromete a alcanzar 413.300 beneficiarios a través de MicroBank, su banco social.

Si bien es cierto que la obsolescencia programada no ha desaparecido y puede llevar –mucho– tiempo eliminarla por completo, es alentador ver cómo se están tomando medidas significativas en la dirección adecuada. El cambio existe, y no solo tiene beneficios ambientales al reducir el desperdicio de recursos, sino que también puede tener un impacto positivo en la vida de los consumidores. Además, puede ofrecer oportunidades económicas para empresas que abrazan la sostenibilidad en su actividad. En última instancia, el fin de la obsolescencia programada representa el regreso al reloj de arena original, el que deja caer los granos en su justa medida, algo que debería coincidir con un futuro más consciente, ético y sostenible para todos.