Sociedad

España imperial, ¿civilización o barbarie?

El imperio español sigue impresionando a los historiadores modernos. Su impronta cultural, manifiesta en Europa, África, Asia, Europa y Oceanía, y su legado aún vigente y presente ha configurado el mundo como lo conocemos. La discusión académica alrededor del signo de la huella hispánica es de absoluta actualidad.

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03
octubre
2023

El imperio español se esparció sobre la faz de la tierra durante alrededor de cuatrocientos años. En su momento de apogeo, durante la Unión Ibérica de los territorios españoles y portugueses bajo la monarquía unificada de la Casa de Austria entre 1580 y 1640, su extensión abarcó desde América hasta el subcontinente indio, China, Oceanía, el Golfo Pérsico, África y Europa, contando parte de Italia y Flandes como las regiones más destacables. Como se dijo, Dios parecía ser español, el flujo de materias primas y de comercio del país habían convertido a la Monarquía Hispánica en un Leviatán que había roto la baraja del frágil equilibrio de poderes europeo de la Edad Media.

Mestizaje, riqueza cultural, un primer esbozo de orden global, pero también sinónimo de dominio, sometimiento, Leyenda Negra, resiliencia e ingrato olvido, cuando no menosprecio. ¿Fue el imperio español fuente de civilización o de barbarie? ¿Cuánto le debe el mundo a España?

Como suele ocurrir con la forja de los acontecimientos históricos objetivos, son las circunstancias las que tejen su propio relato, y no la voluntad de los seres humanos. Los esponsales de los reyes Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos, habían comprometido a los monarcas a la evangelización de las nuevas tierras encontradas por las expediciones de Cristóbal Colón desde 1492. El reino nazarí de Granada se había rendido, quedando la Península Ibérica en manos cristianas. Por otra parte, en esa época convergieron figuras de enjundia: el propio rey Fernando, quien devolvió buena parte del esplendor del que había sido desahuciada la Corona de Aragón y estratega loado por eruditos y pensadores como Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe, o el célebre Gran Capitán, líder de indiscutible talento en Nápoles contra los franceses. Además, los reinos hispánicos habían aprendido de los portugueses, verdaderos pioneros ibéricos en la peligrosa osadía de navegar lejanas costas y desconocidos océanos.

Con estas gestas, la Edad Media terminó en Europa. Aún no lo sabían, pero los reinos españoles habían roto la baraja del equilibrio de fuerzas del viejo continente. Durante los siglos posteriores, los reinos de Castilla, Aragón, Navarra y Granada habían quedado unificados bajo una misma monarquía que, por distintos motivos y en diferentes fases, llegó a incluir a Portugal y la parte colonizada del actual territorio de Brasil, Flandes, áreas de Italia como el Milanesado e incluso algunos territorios en la actual Francia, sin contar las posesiones en América, India, Asia y Oceanía. El expansionismo español estuvo acompañado de una serie de mejoras militares, tanto en su organización como en la creación de nuevos cuerpos y funcionalidades, como es el caso de los famosos Tercios. Los países europeos pronto quedaron en inferioridad. Para contrarrestar el poder del imperio español, que no solo era militar, sino que también destacaba en el flujo constante de materias primas, las potencias occidentales de la Edad Moderna tuvieron que renovarse, no solo a nivel de organización estatal y castrense, sino también en el incentivo de la ciencia y de la filosofía y del pensamiento que dieron lugar más adelante a la Ilustración, entre otros factores clave.

Por su parte, los exitosos resultados de las expediciones de Colón a América iniciaron la que sería una constante en el imperio español: la búsqueda de un equilibrio entre el abuso y la unidad. La idea hispánica era prolongar en usos, fueros y costumbres el hacer peninsular, en concreto el de Castilla. Es decir, los territorios conquistados pasaron a ser regiones que con tiempo equivalieron en derechos a las de la propia península.

La civilización de lo que más adelante sería España diluyó catastróficamente, en muchas ocasiones, a sus equivalentes locales. Además, los primeros encomenderos en emigrantes que llegaron a los nuevos territorios perseguían una prosperidad que muy a menudo se conseguía en contra de los intereses de los nativos, especialmente de los más pobres desde época precolombina. Hay que recordar que no fueron pocos los aristócratas locales que unieron sus fuerzas a las españolas a cambio de mantener su estatus y aumentar sus privilegios. No obstante, no solo los españoles «colonizaron» las nuevas tierras. Los problemas en Manila, en Filipinas, tuvieron lugar por mercaderes asiáticos y chinos que se establecieron comercialmente para enriquecerse con el intercambio de mercancías de sus propias naciones de origen y Ciudad de México, puente entre Asia, América y Europa y que se mantuvo como el centro económico mundial durante más de un siglo.

En la Península Ibérica, los discursos de hombres de letras como Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca fueron los instigadores de las Leyes de Burgos y de Valladolid, en 1512 y 1513, que fueron asentando en la práctica jurídica el entonces insólito principio de igualdad por el hecho de ser seres humanos, más allá del credo, del color de la piel y de las costumbres. El imperio español fue además uno de los menos saqueadores de los territorios conquistados. Mediante un complejo sistema de financiación entre regiones, las propias regiones cobraban sus tributos a las otras y mantenían un deber de solidaridad, más allá de los envíos de metales preciados y de bienes a la metrópoli.

También destaca en el caso hispánico la voluntad de desarrollo de cada territorio, motivo también que animó en el siglo XIX a las revoluciones independentistas en América. Los actuales México, Argentina, Chile, Perú o Venezuela, entre otras áreas, fueron zonas con grandes riquezas bajo explotación, imponentes ciudades portuarias y prosperidad sin parangón, incluso comparadas con las zonas más ricas de España. Por poner un ejemplo, en el temprano 1524, Hernán Cortés funda el Hospital de Jesús en México, el primero de América, abierto a la atención por igual de nativos y de europeos. E idéntico destino sucedió con la creación de Universidades, órdenes religiosas, la educación, la arquitectura, el desarrollo de pueblos y ciudades y un extenso etcétera.

¿Civilización o barbarie?

En cualquier caso, la expansión española por el mundo fue producto de una época y una determinada mirada política sobre el mundo. Es decir, la monarquía hispánica conquistó, asesinó, abusó de la mano de obra nativa y permitió el acceso de ciertas familias a enriquecerse. Pero esto es lo que en mayor o menor grado debe señalársele a todo imperio que se precie como tal. Un imperio que no abusa ni somete puede ser otro tipo de modelo de estado, pero no ese. Por eso, además de evitar el presentismo, es necesario ser analíticos y prudentes con la verdad histórica, al menos, con la consensuada académicamente entre detractores y defensores del imperio español, en este caso.

El debate sobre si el imperio español fue ejemplo de civilización o barbarie sigue muy vivo

A diferencia de otros imperios, como el expansionismo portugués, el inglés, el francés, el holandés, el belga en África o el propio trato norteamericano hacia los pueblos indígenas, el español fue, junto con el romano, uno de los más respetuosos con las culturas y las creencias locales, fomentando el sincretismo y el mestizaje en vez de la preferencia racial, manteniéndose indiferente al uso de lenguas indígenas (muchas de ellas han llegado vivas hasta nuestros días) y ratificando una igualdad ante Dios y ante el rey de los nativos y peninsulares. Atendiendo la clasificación de los imperios del filósofo Gustavo Bueno, el español podría incluirse como un imperio «generador», que toma de los territorios subyugados, pero también desarrolla en ellos su cultura, que considera preferible; mientras que los modelos que emanaron de la idea de la «labor civilizatoria» a partir del siglo XIX pueden considerarse como «destructivos» por su agresividad hacia los habitantes, las costumbres y los bienes locales.

En consecuencia, el debate sobre si el imperio español fue ejemplo de civilización o barbarie sigue muy vivo según se valore más el legado, que es lingüístico, cultural, económico y social, o el abuso, que es el habitual en toda clase de expansión de una nación hacia otros territorios. Por encima de cualquier consideración a favor o en contra dicta la razón la justa y universal prudencia: el imperio español tuvo todo lo perverso que puede llegar a albergar un imperio, pero también importantes destellos de progreso ético y cultural raros de encontrar entre la común crueldad que refleja el relato de nuestra historia, la de toda la humanidad.

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