Cultura

«Un padre siempre es un desconocido, nunca acabas de conocerlo»

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10
octubre
2023

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‘Mi padre alemán‘ (Libros del Asteroide) reconstruye la historia de un hombre que abandonó su país natal, Prusia, que sobrevivió en campos de refugiados durante una década y que llegó a España con su religión distinta, la protestante, en la que entreveró un culto al catolicismo más próximo al kitsch que a la devoción. El padre de ese hombre había participado en las SS. Lo descubrió el nieto, autor de esta investigación genealógica, el periodista Ricardo Dudda (Madrid, 1992).


Cuando tienes el imaginario de tu familia asentado, ¿cómo influye descubrir el pasado sombrío de tu abuelo? ¿Hasta qué punto tu abuelo lo sigue siendo?

No conocí a mi abuelo, nació en 1912, así que lo del descubrimiento de su vida fue muy extraño. Mi abuelo era una persona de ficción de alguna manera, porque lo que sabía de él venía de anécdotas sueltas, de cosas que te cuentan de manera indirecta. Al descubrir su pasado, sentí una sensación de extrañamiento. Ten en cuenta que el descubrimiento está relacionado con la II Guerra Mundial, de la que todos tenemos un imaginario en la cabeza. Pero en el pasaporte de mi abuelo había una esvástica. Eso era real y, sin embargo, algo que era muy real me devolvía una imagen muy ficticia. Al contárselo a mi padre, que desconocía la historia, también hizo que la figura de su padre se volviera un tanto irreal, sobre todo porque lo que descubrí no era precisamente positivo. De cualquier manera, no ha cambiado mi idea de la familia, acaso me ha hecho más ajeno a mi abuelo. Por lo que se refiere a mi padre, gracias a la investigación hemos desarrollado una especie de amistad entre padre e hijo, quebrando esa jerarquía y desigualdad existente en las relaciones paterno-filiales. Hemos encontrado cierta complicidad, a través del sentido del humor, muy irónico y sarcástico. El proceso ha sido doloroso, pero también lo he disfrutado.

¿Cuándo conviene, si procede, dejar de pensar en el pasado, como hizo tu padre?

Eso es algo que tenía muy claro mi padre. Mirar hacia delante, aplicando una manera de ver la vida lógica, muy empresarial, de progreso, como si fuera un tiburón de los negocios, alguien que si hay un obstáculo lo supera. No le gusta mirar hacia atrás porque eso le hace sentir melancólico, y la nostalgia puede paralizarte. Su lógica es parecida a la que tuvo la Alemania de la inmediata posguerra, porque Alemania reflexiona sobre lo que ha ocurrido bastante tarde, a finales de los sesenta, y mi padre se fue de Alemania en 1963, antes de que los hijos de la guerra le preguntasen a sus padres qué hicieron durante ella, cuál fue su involucración. Él crece en una posguerra de silencio y se fue del país, por eso no termina de entender que los alemanes «sean siempre los malos en las películas», como él dice. Cuando le hice partícipe de mi descubrimiento, lo procesó bastante bien, no hubo ningún intento de blanquear la figura de mi abuelo. Nadie conocía su historia en mi familia.

¿Cómo se vence el pudor de contar una historia que no es tuya, que no te pertenece?

Analizándose uno mismo, antes que nada. He contado cosas muy privadas de mi padre, pero yo también me he expuesto, mostrando mis debilidades, por ejemplo. Me ha costado mucho hablar de la vida privada de mi padre porque él es muy reservado.

«No te despistes», dices que te respondía cuando trataban de ahondar en ella…

Exacto, hicimos una especie de pacto: yo cuento cosas mías y me acerco a las suyas para no explotar su vida privada. El libro de no ficción suele tener algo de ajuste de cuentas, o demasiado elogio. No quería ni una cosa ni otra. Sí quería que, en la imagen general, hubiera cariño, poder trascender la anécdota y que se viera la imagen completa de mi padre.

¿Qué define, a tu juicio, la relación padre e hijo?

Hay una cosa de mentor, una posición por defecto de hijo mirando al padre. Es muy distinta la manera en la que una mujer describe la relación con su madre, pienso, por ejemplo, en Annie Ernaux, de la que lo hace un hombre, por ejemplo, Philip Roth. Para los hombres, la figura del padre es un tanto providencial, ha de guiarte en tu vida. Existe un intento de emulación absoluta. Mi padre era incapaz de encarar sus miedos, sus demonios internos, y creo que he conseguido que lo hiciera, al menos con parte de ellos. Si él hubiera preguntado a su padre alguna de las cosas que yo le he preguntado, seguramente le hubiera dado un bofetón. Un padre siempre es un desconocido, nunca acabas de conocer a tu padre…

«Si mi padre le hubiera preguntado a mi abuelo alguna de las cosas que yo le he preguntado a él, seguramente le hubiera dado un bofetón»

… todos somos unos perfectos desconocidos…

Exacto, sí, no se conoce ni uno a sí mismo. Una parte de mí, la del periodista, quería saberlo todo. Y otra, la del hijo que madura, iba comprendiendo ciertas decisiones, aunque no las comparta.

¿Hay un cambio generacional respecto de la comunicación entre padres e hijos?

Creo que sí, aunque mi padre no es un ejemplo de los padres de mi generación, ya que es mucho más mayor, y ha tenido una vida más agitada (por ejemplo, divorciándose recién aprobada la ley que lo permitía). Él es incapaz de mostrar ciertas debilidades, la financiera, por ejemplo, no sentirse capaz de ser el sustento de la familia, y tenía ciertos prejuicios, como que un hombre sin trabajo no podría encontrar una mujer que lo quisiera. Dicho esto, creo que sí ha cambiado, que ahora con los padres hablamos de una manera diferentes y de cosas que antes eran tabú.

Hablas, en un momento determinado del libro, de «la inteligencia no aparente». ¿Se vive más tranquilo ejerciéndola?

A veces sí funciona, un poco de hipocresía es necesaria en ciertas ocasiones. Mi padre habla de los convencionalismos de los prusianos; esa idealización suya de la clase baja, esa cierta condescendencia cuando se les adjudica una resignación vital, siempre felices con lo que tenían. Pero la realidad es que tenía que afrontar una situación muy difícil, que implicaba, la mayor parte de las veces, emplear la picaresca para sobrevivir.

De todas las preguntas que te habrás hecho en este proceso, ¿cuál sería la más importante, aquella que le harías sin duda a tu abuelo?

No necesitaría tanto saber, sino enseñarle lo que tengo y que me dijera algo. Guardó silencio durante toda su vida. Enfrentarle a lo que ocultó, sabiendo que esto tiene una cierta parte vengativa: quiero que sienta vergüenza. Tal vez ya la sintió, o no. No lo sé, la verdad.

Tal vez se aplicó aquello de la banalidad del mal, cumplía órdenes…

Cumplía órdenes, sí, pero donde él estuvo había demasiada discrecionalidad, mucho margen de actuación. Mucha iniciativa propia. Ese autoengaño de que hizo lo justo, lo que tenía que hacer, es lo más siniestro de todo.

Santiago Carrillo, cuando fue entrevistado por Oriana Fallaci a propósito de su participación en la Guerra Civil, aseguró que no se sentía orgulloso de haber matado gente, pero que no se arrepentía. Tal vez algo de eso ocurrió con su abuelo…

Esa es una actitud que posiblemente muchos tenían, con la connivencia del Estado, porque el Estado los había blanqueado, permitiéndoles volver al servicio público, los dejó incorporarse a la policía de un estado democrático, y eso significaba aceptar «que no habían hecho nada mal». Adenauer hizo política de hechos consumados y, en 1951, permitió que muchos criminales de guerra se reincorporaran a la vida civil, lo que me resulta muy complicado de entender. Los hijos de la guerra, durante el 68 alemán, se quejaban de que había muchos hombres grises que habían participado en el nazismo y que volvían a sus trabajos como si nada hubiera ocurrido. Mi abuelo, por ejemplo, no solo volvió a la policía, sino que ascendió. ¿Cómo es posible que yo descubriera su pasado nazi y la Administración alemana no supiera nada? Miraron para otro lado, al igual que hicieron los rusos en la zona oriental. Si revisaban unos y otros el historial de todos los individuos, no habría quedado posiblemente ninguno y, en ese contexto, lo que urgía era levantar un país de las ruinas.

¿Se puede querer a alguien a quien no conoces? ¿Qué sientes hacia tu abuelo?

Es muy extraño. Durante un tiempo sentía rabia, no hacia él, sino hacia el hecho de que nadie le hubiera confrontado con lo que hizo. El hermano de mi padre, que controlaba el archivo familiar, creo que lo intuía, pero no pude hablar con él, falleció hace unos años. ¿Lo sabría mi abuela? Siento impotencia, más que odio o rabia. Ver su retrato en casa me provocaba cierta incomodidad. Tenía un pequeño recuerdo de él, del símbolo de la policía de tráfico motorizada que me gustaba mucho, pero ahora no queda a la vista.

«Solo una confluencia de factores explica que intelectuales, gente muy culta y obreros se afiliaran o simpatizaran con el partido nazi»

¿Es posible que vuelva a suceder algo tan horrible como la II Guerra Mundial?

En Europa occidental, lo dudo mucho. Hemos visto prácticas del ejército ruso en Ucrania equiparables a la del Ejército Rojo en la II Guerra Mundial, similar a la puesta en práctica por los nazis. El problema de Rusia es que nunca ha democratizado su ejército. Esta fue una decisión valiente que tomó Suárez en España y, hasta que no ocurra esto, Rusia no será un país democrático.

¿Lo que hicieron los alemanes lo pudieron haber hecho otros o hay algo en el carácter alemán que lo explique?

Es algo sobre lo que se ha reflexionado mucho, qué explica que ocurriera en Alemania, y hay que tener en cuenta una combinación de cosas, como el resentimiento o un imperio en decadencia (que siempre resulta muy peligroso, como se ve con Rusia). Solo una confluencia de factores explica que intelectuales, gente muy culta y obreros se afiliaran o simpatizaran con el partido nazi. Creo que ese miedo a lo distinto está presente en todas las sociedades, solo que en Alemania llegó a ser bestial, pero no creo que ese grado de violencia esté en la sociedad alemana.

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