Economía

El capitalismo en ‘El mercader de Venecia’

Shakespeare explora las complejidades del naciente capitalismo en esta obra. El choque entre las antiguas y nuevas formas de vida está en el eje del conflicto.

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02
agosto
2023
Un fotograma de la más reciente adaptación al cine de ‘El mercader de Venecia’

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Se cree que El mercader de Venecia fue escrito por William Shakespeare entre 1596 y 1598, época en que el capitalismo iniciaba su imparable trayectoria en el mundo occidental. Si atendemos al relato que este drama nos muestra podremos desentrañar muchos elementos que parecen remitir a dicha realidad emergente.

En sus páginas, el judío Shylock se ve obligado a bajar sus tipos de interés puesto que Antonio (quien le pide una cantidad en forma de préstamo), a menudo, presta dinero sin interés, algo que enfada al prestamista y que podemos interpretar como una manifestación de librecambismo económico naciente, entendido desde una perspectiva teórico-abstracta como la promovida por Adam Smith casi dos siglos después: cuando hay competición a la hora de ofrecer un servicio los precios de mercado se autorregularían, al bajar unos agentes económicos los precios, sus competidores se verían obligados a bajar los suyos también, algo que repercutiría en beneficio del consumidor (aunque, como sabemos, la realidad es más compleja y no siempre ocurre aquello que la teoría declara).

En este caso, si Antonio no es capaz de pagar su deuda con Shylock este exigiría del moroso que pague con una libra de su propia carne, lo que implicaría su muerte. En un principio, esto no tendría nada que ver con el capitalismo, vinculado a un sistema liberal-democrático en el que han de imperar los derechos humanos y donde los castigos dejan de ser físicos, particularmente, desde finales del siglo XVIII, cuando surgen las prisiones que han de albergar a infractores de la ley durante largos periodos de tiempo, usurpando del transgresor sus derechos ambulatorios (otra forma de tortura más sutil, como bien pone de manifiesto Michel Foucault en su clásico Vigilar y castigar).

No obstante, podríamos vincular al capitalismo tal bárbara práctica o demanda (la de exigir como pago una libra de carne) si la interpretásemos de modo simbólico: como un síntoma de deshumanización y crueldad, de falta de compasión y empatía. Hay quien podría entender que el capitalismo es un sistema implacable, que se desentiende de los males que pueda sufrir el perdedor en dicho juego, en el que unos empresarios o «tiburones de los negocios», se devorarían unos a otros. Se trataría, siguiendo el discurso de intelectuales como Chomsky, de un terreno financiero que sería un ámbito en el que la psicopatía puede llegar a imperar, donde opera un principio de aniquilación. Naturalmente, tal interpretación es solo plausible para aquellos que se declaran o tienden a ser socialistas o anticapitalistas.

Por otra parte, esta obra pone de relieve las tensiones étnicas y culturales entre cristianos y judíos, algo que también es contrario a los principios del capitalismo moderno, en el que domina la ganancia económica que ha de trascender siempre las diferencias entre pueblos. El capitalismo sería, en su universalismo, algo así como un nuevo catolicismo, catolicismo cuyo mismo nombre proviene del griego kata (sobre) y holos (todo), el sufijo ismo haría referencia al hecho de ser una doctrina, una doctrina que habría de abarcarlo todo.

Aunque se entiende desde hace más de un siglo que el «espíritu del capitalismo» moderno es fruto de «la ética protestante», como diría Max Weber, el globalismo de ese capitalismo se asemejaría más al principio universal del catolicismo. Es por ello, que ya en los sesenta y setenta surgen anuncios y campañas publicitarias como la célebre de Coca-Cola «I’d Like to Teach the World to Sing» (1971) en la que gentes de todos los pueblos y razas conviven en armonía, todos consumiendo un mismo producto (en este caso la Coca-Cola). Deberíamos afirmar que el capitalismo, al menos en su dimensión teórica, es antirracista por su propia naturaleza intrínseca; o al menos así debería ser. Quiere abarcar a todo y a todos, puesto que eso implica unos mayores beneficios económicos.

A su vez, cuando Antonio es incapaz de pagar su deuda y Bassanio (a quien Antonio había prestado el dinero para que pudiese casarse con Portia) ofrece a Shylock 6.000 ducados, que es el doble de la cantidad adeudada, para que perdone la vida a Antonio, el prestamista rechaza el pago, otro rasgo por completo anticapitalista, puesto que la venganza se sobrepone al principio de ganancia, que es el que rige el mercado librecambista. Dicho esto, también podría interpretarse la demanda de la libra de carne de Antonio –que supondría su fin– como un modo de deshacerse de un competidor incómodo, algo mucho más propio del capitalismo. Si entendemos este, de nuevo desde un punto de vista crítico, como una forma de dar rienda suelta a instintos humanos biológicos o cuasi-animales (atávicos y previos a un discurso moral propio de la modernidad), como la total dominación sobre el otro, sí podría encajar esta acción de acción en el ideal capitalista.

Finalmente, en la obra el duque de Venecia obliga a Shylock a convertirse al cristianismo, algo que podría remitir también al capitalismo en cuanto que este, a pesar de su discurso multicultural, establece unas mismas reglas del juego a la totalidad de las gentes del planeta; reglas de las que emana toda una cosmovisión o forma de entender el mundo y la propia realidad. Es decir, que, a pesar de parecer integrador en la superficie, impone su forma de interpretar el universo y sus dinámicas: las relaciones interpersonales y económicas que han de imperar en cada rincón del mundo.

No cabe duda que todas estas tensiones han sido analizadas por algunos críticos como manifestando la ansiedad cultural que provocó en su momento el surgimiento del capitalismo moderno; nacimiento que acontece en el mismo siglo en que El mercader de Venecia fue escrito. De algún modo, el desenlace de la obra pone de relieve la victoria de un nuevo sistema de relaciones, frente a los previos rituales más propios de un sistema feudal o precapitalista (el exigir una libra de carne de un moroso, por poner un ejemplo), encarnado por Shylock y sus formas anticuadas, no propias de un mundo moderno, más capitalista y liberal.

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