Opinión

Iberia vaciada

En ‘Iberia vaciada: despoblación, decrecimiento, colapso’ (Editorial Catarata), el escritor Carlos Taibo perfila qué es lo que hay que preservar, recuperar, introducir y rechazar en los espacios rurales afectados por la despoblación sin dejar de mirar hacia la neorruralidad, el papel de las mujeres y las biorregiones.

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03
septiembre
2021

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No hay terreno más cenagoso que el que aporta el debate sobre la población o sobre la despoblación. Y ello hasta el punto de que resulta difícil, por no decir imposible, fijar al respecto un criterio claro y firme. Si tengo que explicar pedagógicamente lo anterior, llamaré la atención sobre dos lecturas –legítimas ambas, pero enfrentadas– de la realidad correspondiente. La primera de esas lecturas enuncia una obviedad: si percibimos en la Iberia vaciada un problema que, con toda evidencia, guarda relación con la despoblación, una de las respuestas elementales ante ese problema consistirá en apostar por un activo incremento, en esa Iberia, de la población humana. Semejante aserción se antoja tanto más de cajón cuanto que por detrás opera una inferencia al parecer insorteable: la de que el mantenimiento de una población avejentada exige la presencia notable de inte­grantes de las generaciones jóvenes. En sentido contra­rio, la segunda lectura parte de la conciencia de que una repoblación acelerada bien puede contribuir a recrear muchos de los elementos nocivos que se han revelado en las ciudades y a arrinconar, de resultas, las virtudes y las ventajas comparativas que se manifiestan en la Iberia vaciada. Aclararé que hablo, ahora, de una repoblación registrada con anterioridad a un imaginable colapso.

«Las áreas deprimi­das son las que mejor lo llevarán en el escenario del colapso mencionado al ser las que menos dependen de tecnologías y energías»

A esas dos percepciones opuestas conviene agregar, con todo, el peso de otras discusiones llamadas a provocar que la confrontación sea aún más agria. La primera llama la atención sobre el horizonte de una repoblación que, reali­zada en condiciones muy delicadas, sea el resultado del colapso y, con él, de la llegada masiva de personas que huyen de los centros urbanos. No creo que haga falta men­cionar los problemas que generaría. La segunda nos invita a sopesar las muchas dudas que rodean a la identificación, demasiado rápida, entre población y desarrollo, por un lado, y despoblación y subdesarrollo, por el otro. Al respecto la perspectiva del decrecimiento sugiere que tomemos con muchas cautelas las simplificaciones consiguientes. La tercera, en fin, aconseja asumir de buen grado que el debate demográfico no presenta el mismo perfil en los distintos territorios. En el caso de la península ibérica, y de la mano de un argu­mento muy general, la despoblación no se revela conforme a patrones similares, sin ir más lejos, en las tierras más septentrionales y en las más meridionales.

Tal y como ya he avanzado, me resulta imposible salir razonablemente airoso de este atolladero. Supongo que lo único sensato que puede decirse es que hay que huir de una repoblación rápida y masiva, al tiempo que hay que esca­par, también, del tétrico panorama presente. En relación con esto último, parece prioritario evitar que las genera­ciones más jóvenes, y las que no lo son tanto, sigan aban­donando la Iberia vaciada. La autocontención es, en cual­quier caso, una buena guía en el ámbito que me ocupa, y lo es tanto más si queremos preparar el terreno a una actitud solidaria ante las desgracias derivadas del colapso.

Semejante objetivo, muy respetable, no debe hacerse valer, sin embargo, a costa de cancelar el vigor de una paradoja: las áreas que tradicionalmente describimos como deprimi­das son, al menos en una primera lectura, las que mejor lo llevarán en el escenario del colapso mencionado. ¿Por qué? Porque son las que menos dependen de tecnologías y energías que por definición tienen que llegar de lejos. Subrayo, aún con todo, lo de la primera lectura, por cuanto la llegada masiva de población procedente de las ciudades a buen seguro que cambiará, y abruptamente, el panorama.

Las mujeres

Es importante, importantísimo, abordar la situación de las mujeres en la Iberia vaciada. Y es importante hacerlo –permítaseme el tópico– por cuanto resulta inevitable subrayar que si en el caso de las mujeres se hacen valer con fuerza los problemas generales que afectan a esa Iberia, a ellos se suman, de manera específica, los derivados de la condición femenina. Las mujeres fueron comúnmente marginadas en las sociedades anteriores a la despoblación. Uno de los indi­cadores de esa circunstancia se revela de la mano de su débil acceso a la propiedad, tanto en España como en Portugal. Con niveles de alfabetización menores que los de los hombres, a comienzos del siglo XX el porcentaje de mujeres que sabían leer y escribir era, en España, un 20% inferior al de los hombres. Un siglo después las mujeres recibían salarios inferiores a los de los varo­nes y asumían trabajos peor remunerados y más preca­rios. Su vida laboral, embarazos de por medio, era por añadidura más corta, al tiempo que el trabajo doméstico resultaba a menudo agotador. En 2009, el porcentaje de mujeres portuguesas con 15 o más años de edad que no habían sido escolarizadas era de un 14%, frente al 7% que afectaba a los hom­bres. En 2008, el salario medio de los varones era en Portugal un 23% superior. Si los datos mencionados tienen –creo– un carácter general, parece razonable concluir que en el medio rural eran aún más lacerantes.

«Si el mundo rural se mantiene en pie ha sido en buena medida gracias a las mujeres, tan decisivas como olvidadas en el trabajo de cuidados»

En semejante escenario no puede sorprender que muchas mujeres del medio rural optasen por emigrar a las ciudades, donde se les prometían mejores empleos, hori­zontes más agradables y el alejamiento con respecto a formas de vida con frecuencia rígidas y represivas. Al final del capítulo tercero de su libro Tierra de mujeres, María Sánchez se pregunta si el problema de la despoblación no habrá surgido de la falta de atención y de la permanente discriminación padecidas por las mujeres en el mundo rural. Dejemos hablar a esta autora. «Porque es ésta la historia de nuestro país y de tantos: mujeres que quedaban a la sombra y sin voz, orbitando alrededor del astro de la casa, que callaban y dejaban hacer; fieles, pacientes, buenas madres, limpiando tumbas, aceras y fachadas, llenándose las manos de cal y lejía cada año, sabedoras de remedios, ceremonias y nanas; brujas, maestras, hermanas, hablando bajito entre ellas, convirtiéndose en cobijo y alimento; transformándose, con el paso de los años, en una habitación más que no se hace notar, en una arteria inherente a la casa».

Si el mundo rural, aún con todo, se mantiene en pie, ha sido en buena medida gracias a las mujeres, tan decisivas como olvidadas en lo que hace al trabajo de cuidados y, con él, al mantenimiento de la vida. Llamativo resulta que esto, aún hoy, no sea objeto de reconoci­miento franco, como si las mujeres no estuvieran ahí. El crecimiento, cuantitativo y cualitativo, del feminismo en el medio urbano ha resultado ser mucho más fácil que en un escenario de conocimientos personales y controles como es el propio, comúnmente, del mundo rural. Y en esas condiciones no hay motivos para augurar un progre­so rápido en lo que hace al reparto de los cuidados men­cionados, a la cancelación de las reglas de la sociedad patriarcal y al despliegue, en este ámbito, de grupos de apoyo mutuo. Tampoco resulta sencillo descartar que en el horizonte del colapso se vayan a registrar retrocesos en lo que atañe a los livianos avances que, en ámbitos varios, han afectado a la condición de las mujeres.


Este es un fragmento de ‘Iberia vaciada: despoblación, decrecimiento, colapso’ (Editorial Catarata), por Carlos Taibo.

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