Siglo XXI

El mercado de la felicidad

En ‘Tempestad en la pecera’ (Alianza Editorial), Bruno Patino analiza las opciones que tiene la sociedad para escapar del secuestro emocional de las pantallas y conseguir hacer frente al capitalismo digital que nos ha transformado.

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22
Jun
2023

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Antes de que la covid-19 controlara durante un tiempo el orden del mundo, la dependencia de las pantallas y el brain hacking de las notificaciones y del dark design –estas herramientas derivadas de las neurociencias presentes en las aplicaciones que nos hacen perder una parte del control, creando en nosotros el deseo compulsivo de echar un vistazo al móvil– estaban a la orden del día. Y como las aguas gélidas del cálculo egoísta nunca están lejos de la generosidad militante, el mercado y los movimientos ciudadanos habían empezado a ocupar el terreno.

La captología, la ciencia digital que aplica la neurociencia al diseño de aplicaciones para captar una parte creciente de nuestra atención, no es un complot manipulador, sino mero pragmatismo utilitario. Utiliza en el diseño de determinadas aplicaciones fenómenos conocidos hace tiempo y documentados por los estudios: se recurre a la recompensa aleatoria (puesta en evidencia por Burrhus Frederic Skinner y sus ratas) para convertir ciertas aplicaciones en instrumentos tan adictivos como una máquina tragaperras de casino, se utiliza la teoría de la experiencia óptima de Mihaly Csikszentmihayi para que el uso mecánico no sea ni demasiado sencillo ni demasiado complicado y, finalmente, el «efecto Zeigarnik», o efecto de completud, para empujarnos a encadenar las diferentes tareas, incluso cuando son insatisfactorias.

¿Es posible compensar los efectos buscados por estas aplicaciones desarrollando la autodisciplina?

¿Es posible compensar los efectos buscados por estas aplicaciones desarrollando la autodisciplina? En todo caso, la demanda ha seguido creciendo. No se trata de acabar con los instrumentos que utiliza la economía de la atención para «hackear el cerebro», sino de aprender a vivir con ellos.

El bienestar y la espiritualidad individual se van acentuando a medida que la sociedad que los promueve deja de lado las cuestiones colectivas. Trasladar la carga de la elección al individuo, hacerle el único responsable de su propia felicidad y desarrollo personal, hace que la acción política para corregir las disfunciones económicas, sociales y tecnológicas pase a un segundo plano. Y, además, exigirle a la gente que asuma sus responsabilidades es estructuralmente desigual: ninguna herramienta, sitio o proceso sale gratis. También la culpabiliza, ya que asocia las dificultades psicológicas al fracaso personal.

En el mercado se han multiplicado los seminarios de desconexión, en los que quedas privado durante unos días de pantallas y redes para poder reconectar con las personas que te rodean y con el sueño. Hoteles de lujo, refugios y a veces abadías recuperan un ritual social en la ocultación del dios de las pantallas. Los destinos turísticos se han adaptado a este fin, ya sea en California, Costa Rica (¡en el hotel de lujo Four Seasons!) o Islandia.

En el balneario de Vichy Celestins, la cura dura 4 días y 3 noches, lo que hace pensar en el título de una comedia romántica. «Adopte un nuevo estilo de vida digital para evitar la sobrecarga profesional», propone el folleto, que, como es lógico, anuncia que todas las herramientas digitales se quedarán en una caja fuerte a la llegada, a lo que sigue una entrevista con un coach «psicoconductual». El resto, hay que decirlo, se parece más a una estancia de reposo que a una desintoxicación. Château La Gravière, en Aquitania, en Audierne o en la isla de Arz, en Bretaña… La lista de destinos es interminable. Florecen cientos de centros de desintoxicación digital.

La oferta de seminarios no procede solo del mercado. A veces, el Estado se involucra. La paleta de soluciones propuestas puede variar, según los regímenes, del campamento paramilitar al centro de reeducación. El Centro de Tratamiento de Adicciones a Internet de Daxin, en Pekín, ofrece una versión extrema y es similar a un campamento militar con deportes, periodos de confinamiento, pruebas psiquiátricas, electrochoques y castigos físicos. Los «campamentos contra la adicción al teléfono» de Corea del Sur parecen colonias de vacaciones en las que las actividades físicas, artísticas y sociales construyen una forma de adoctrinamiento mientras que, en paralelo, se invita a los padres a asistir a cursos para ayudar a sus hijos a dejar de depender de los dispositivos.

La paleta de soluciones propuestas puede variar, según los regímenes, del campamento paramilitar al centro de reeducación

El número de campamentos ha aumentado de forma significativa tras la publicación de un estudio del Ministerio de Ciencias y Tecnología de la Información de Corea (MSIT). En este estudio se estima que el 30% de los niños surcoreanos de entre 10 y 19 años son muy dependientes de sus teléfonos, con «graves consecuencias» para su salud y su libre albedrío. Estas cifras se corresponden con la percepción de los jóvenes coreanos encuestados por encargo de una agencia gubernamental: el 43% de los jóvenes entre 10 y 19 años reconocen que no son capaces de controlar el tiempo que pasan con el móvil; el 22% no consigue estudiar correctamente con el teléfono cerca y el 17% experimenta problemas de salud que inciden sobre su vida diaria por las horas que pasan pendientes del móvil. Los 16 campamentos coreanos son gratuitos y están gestionados por el Ministerio de la Familia.

Si no logramos desconectarnos, la desconexión vendrá a nosotros. The New York Times publicaba el perfil de una de las estrellas del coaching del control de la vida conectada, Glorian Degaetano. Esta antigua profesora de secundaria de unos sesenta años, a la cabeza del Parent Coaching Institute y de su versión internacional Parent Coach International, de elocución precisa y rápida, envía a sus consultores a trabajar con familias superadas por la hiperconexión de sus hijos. Trastornos de atención, síndrome de oscurecimiento, atazagorafobia (miedo a ser olvidado en las redes), patología del centinela vigilante, abandono escolar, Degaetano ha transformado el acrónimo anglosajón CEO (Chief Executive Officer) en «jefe de la energía creativa» (creative energy orchestrator). El creador de la captología, el ingeniero de Stanford B. J. Fogg, combinó las ciencias de la computación y la neurociencia para crear herramientas destinadas a aumentar el tiempo que pasamos en las aplicaciones, aunque sea a expensas del libre albedrío de los usuarios. Gloria Degaetano se presenta como una imagen inversa: «Mi trabajo se sitúa en la intersección de la psicología positiva y la neurociencia». Su programa de Parent Coach Certification, que dura un año, incluye un centenar de horas de prácticas, además de cuatro seminarios, y tiene como objetivo «resolver todos los retos que se presentan ante los padres» por la presencia de dispositivos conectados. En una versión más cara del programa interviene uno de los 500 coaches de la empresa con una tarifa horaria que va de los 80 dólares para las zonas rurales a 250 dólares para las grandes ciudades. Un neoyorkino tendrá que calcular 3.000 dólares para hacer frente a la adicción digital de sus hijos. Los screentime consultants (consultores sobre el tiempo de uso de los dispositivos) se multiplican, pero, como subraya un analista entrevistado por The New York Times, «se limitan a explicar a los padres de hoy lo que hacían los padres de antes» (es decir, antes de la era digital).


Este es un fragmento de ‘Tempestad en la pecera‘ (Alianza Editorial), por Bruno Patino.

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