Siglo XXI

La inferioridad de la pantalla (o del papel)

Muchos estudios sugieren que lo que leemos a través de la pantalla se recuerda menos y se comprende peor que lo que leemos en papel. Sin embargo, esta afirmación está sujeta a numerosos matices.

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06
junio
2023

El periódico, el que fue ritual matutino de tantos, ha perdido dos tercios de sus lectores en los últimos diez años. Las bibliotecas ahora están en la nube, las cartas son emails y las instrucciones de la lavadora ya no vienen en la caja porque es más fácil descargártelas con el móvil. El paradigma de la lectura, en cualquier ámbito de nuestra vida, es irremediablemente distinto al que había antes de la llegada de internet. La gente se ha pasado del papel a la pantalla, y el ritmo de esta transición es tan acelerado que sus implicaciones pedagógicas están todavía por descubrir.

Desde que la lectura digital llegó a nuestros hogares, el sector académico y político comparten debate, con sus acuerdos y discrepancias, sobre las formas posibles de consumir contenido escrito. ¿Es mejor leer en pantalla o en papel? Múltiples estudios han intentado contestar a esta pregunta, pero los resultados no parecen concluyentes, entre otros motivos por la imprecisión de la cuestión. ¿Mejor para quién? ¿Mejor cuándo? Y así, tantísimos matices que haría falta incluir. A día de hoy, algunas investigaciones muestran que la lectura en papel es mejor para la comprensión general del texto, mientras que otras apuntan que la digital tiene elementos añadidos, como hipervínculos o animaciones, que facilitan la comprensión de una forma que la lectura tradicional no puede.

Los amantes de lo clásico estarían de acuerdo con los estudios que corroboran el «efecto de la inferioridad de la pantalla», que afirma que las personas recuerdan menos información de un texto cuando lo leen en pantalla que cuando lo leen en papel. Esta teoría se fundamenta en aspectos de la lectura como la carga cognitiva o la fatiga visual. Por ejemplo, un artículo periodístico online precisa de recursos cognitivos adicionales porque su consumo incluye distracciones como los banners publicitarios de alrededor. A su vez, las pantallas habituales de teléfono u ordenador tienen un brillo desmesurado (y la famosa luz azul) que cansan la vista e interrumpen el foco de atención.

Plantear una dicotomía papel-pantalla como si solo hubiera una forma de ambas sería engañoso

Por otro lado, la «inferioridad de la pantalla» está relacionada también con las señales contextuales, es decir, que la interacción con un libro en papel, la localización de cada página, su tacto y el poder ir adelante y atrás rápidamente contribuyen a una mejor comprensión del materia. Cualquiera podría preguntarse que «qué más dará saber dónde está la página 13 o la 428», pero, en defensa de los bibliófilos, varios análisis explican que cuando aprendemos algo creamos mapas mentales. Por ello, situar en el espacio una información puede ayudarnos a recordarla mejor.

Ahora bien, los resultados que favorecen al papel –o a la pantalla– no pueden generalizarse. Cada investigación está hecha bajo unas circunstancias específicas, y sus conclusiones deben acotarse a ellas. En algunos estudios, por ejemplo, se utilizan novelas, en otros manuales de instrucciones, ensayos, noticias…. Cada tipología textual responde a capacidades distintas, por lo que cabe esperar resultados diferentes. Asimismo, existen decenas de factores que influyen en lo que llamamos papel o pantalla: el tamaño de la letra, la tipografía, el tipo de papel… Y cada estudio utiliza los formatos que sus autores consideran adecuados.

Además, ya no existe solamente un tipo de pantalla, y hay una diferencia enorme entre las pantallas de ordenador de los años 90, las pantallas retina en la que se puede regular la temperatura de color a gusto del usuario y los ereaders con tinta electrónica para leer ebooks. De este modo, plantear una dicotomía papel-pantalla como si solo hubiera una forma de ambas sería engañoso. Finalmente, hay que estar alerta y no malinterpretar los titulares que dicen que «los niños que leen en papel sacan mejores notas», dado que, como cualquier hallazgo científico, correlación no implica causalidad.

En conclusión, preguntarse simplemente «¿qué es mejor?» no va a llevarnos a ningún lado. Para encontrar algún tipo de certeza, el primer paso es afinar la pregunta, por ejemplo definiendo bien las circunstancias de lectura: ¿qué es mejor bajo estas circunstancias? A rasgos generales, parece que si hemos de pasar ocho horas al día leyendo ininterrumpidamente, mejor hacerlo en papel. Sin embargo, para la lectura casual, como redes sociales o los artículos en medios, el formato no importa.

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