Cultura

La seducción de lo siniestro

La atracción hipnótica de los cuadros prerrafaelitas, los deshumanizados obreros de ‘Metrópolis’ o los cadáveres de los cuentos de Poe. Lo siniestro no solo ha estado muy presente, sino que además no somos capaces de dejar de mirarlo.

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Ilustración

Edward Robert Hughes/Wikimedia Commons
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05
junio
2023

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Edward Robert Hughes/Wikimedia Commons

La primera acepción del Real Diccionario de la Lengua define lo siniestro, en primera instancia, como «lo que está a mano izquierda». Después, algo «avieso, malintencionado», cualidad de «infeliz, funesto o aciago», para terminar acotándolo en un «suceso que produce daño o pérdida material considerables». Pero la palabra, aplicada a una experiencia vital, «me ocurrió algo siniestro», o empleada para calificar un hecho, «es siniestro», tiene implicaciones mucho más profundas.

Objetos que cobran vida, muñecas que despiertan a lo humano, humanos que se convierten en cadáveres, muertos que nos visitan, rostros que pierden aquellos rasgos que los caracterizan, las figuras de cera, los autómatas, cuerpos desmembrados, voces no distinguidas con precisión, aquella persona que acabamos de conocer y que, aunque resulta afable, nos inquieta instintivamente, pasos ajenos estando solos en una estancia, un enterramiento prematuro, la figura del doble…

El concepto se lo debemos a Freud, que lo acuñó en 1919, aunque el filósofo romántico Shelling ya habló de algo muy parecido que describió como «extrañeza inquietante». Freud lo inscribe con la palabra Unheimlich, lo siniestro, como antónimo de Heimlich, que designa a aquello que nos es familiar. Algo que nos fue familiar se transforma en algo extraño, inquietante, espantoso. Lo siniestro sería el recuerdo reprimido que regresa de manera tal que desestabiliza la identidad unitaria, las normas estéticas y el orden social. Es el despertar de una angustia infantil. El retorno de lo desterrado. Cuanto habíamos tenido por fantástico se nos presenta como real. «Lo espantable, angustiante, espeluznante», en el decir del psicoanalista austriaco. Una angustia de la que somos presos y víctimas. Como cuando nos enamoramos de una serpiente, como le sucede al estudiante Anselmo en el cuento La olla de oro, escrito por Hoffman.

Lo siniestro es «lo que debía de haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado»

Precisamente de E. T. A. Hoffmann, escritor y compositor romántico, toma Freud un ejemplo para explicar lo siniestro: su relato El hombre de arena, publicado en 1817. En este cuento, Nathanael vive aterrado por una historia que le contó su niñera sobre un sombrío hombre que arrojaba arena a los ojos de los niños traviesos para dejarlos ciegos y llevárselos en un saco para alimentar a sus hijos. Ya adulto, Nathanael cree reconocer en Coppelius al hombre de arena. Primer acontecimiento siniestro. Su prometida, Clara, consigue convencerle de lo irracional de su sospecha. Pasado el tiempo, vuelve a encontrarse con Coppelius, quien le muestra, a través de unos binoculares, a Olimpia, una mujer bellísima de la que Nathanael se enamora perdidamente. Cuando descubre que Olimpia es una autómata (segundo trance siniestro), enloquece.

En esta desasosegante narración se observa de forma explícita el concepto de lo siniestro. Algo familiar (esa historia de la infancia que escucha un niño) que se convierte en una amenaza (Coppelius, quien ha encarnado en real algo que era ficticio), junto con el descubrimiento de que aquello que creíamos vivo no era más que un objeto inanimado. Lo familiar adquiere su dimensión más horrible.

Lo siniestro es «lo que debía de haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado», como formuló Shelling. Ese regreso de lo reprimido genera una extrema ansiedad en quien lo experimenta, porque provoca una falta de distinción entre lo real y lo imaginario, una confusión entre lo animado e inanimado, y la usurpación de la realidad física por la psíquica.

Cuenta el filósofo Kierkegaard que su padre le relató una historia de un forajido muy violento, aunque generoso con los más necesitados. Tiempo después, al mirarse en el espejo, le sobrevino una crisis de angustia, porque vio, en el reflejo, al delincuente que todos somos, vio la posibilidad de que él mismo pudiera convertirse en aquel criminal.  Lo que llevamos dentro. «Produce, el sentimiento de lo siniestro, la realización de un deseo escondido, íntimo y prohibido. Siniestro es un deseo entretenido en la fantasía inconsciente que comparece en lo real; es la verificación de una fantasía formulada como deseo, si bien temida». Palabra de Eugenio Trías.

Lo siniestro nos coloca en aquel territorio de nuestro yo que debiera permanecer oculto, que no podemos ni debemos dejar que se asome. Surge de donde menos lo esperamos, y nos aterra. La querencia de Poe por los cadáveres femeninos. La atracción hipnótica de cuadros como Ofelia, del prerrafaelita John Everett Millais. Los procesos de deshumanización, como la que padece Neo, protagonista de Matrix, sometido a una reprogramación que altera su naturaleza para convertirlo en un híbrido de hombre y computadora. Cuando las personas se transforman en masa indiferenciada, como los obreros a la salida del trabajo en Metrópolis o de los estudiantes en el videoclip de Pink Floyd Another Brick in the Wall, rodado por Alan Parker. Lo siniestro. Unheimlich.

El propio Freud comparte su experiencia. Cuenta que, una vez, caminando por calles vacías, se percató de que se había adentrado en una zona dedicada a la prostitución; al querer abandonarla, regresó sin querer al mismo punto. Al volver a intentarlo, se encontró, una vez más, allí donde pretendía alejarse. Para el padre del psicoanálisis, había algún tipo de satisfacción inconsciente (reprimida) que se rebelaba contra ese querer apartarse. Lo que provoca extrañeza y desasosiego es desentenderse de ese deseo que emerge (quedarse en esa zona), como si ese deseo reprimido no fuera nuestro. Lo siniestro, al fin y al cabo, nos pertenece.

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