Ciudades

La ética del paisaje

El entorno que nos rodea dice mucho más de lo que pensamos acerca de quiénes somos: refleja la sociedad en que vivimos, así como sus estructuras de poder, sus ideas estéticas o su memoria colectiva.

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05
julio
2023
‘Amplia perspectiva paisajística con un edificio fortificado en una colina al fondo’, por Antoine Chintreuil.

La ética está presente en todos los aspectos de la vida. Por supuesto, también para la tierra que nos rodea: la llamada «ética del paisaje» concibe lo que observamos a nuestro alrededor como una interrelación y unidad entre naturaleza y cultura que determina la relación del individuo con la naturaleza entera y con la totalidad del territorio, incluida la ciudad.

«La nueva ética del paisaje no debe reflejar únicamente situaciones individuales de decisión, sino que ha de ser una ética de la praxis colectiva, ya que la nueva dimensión de la actividad humana únicamente se puede dominar en la forma de las decisiones sociales. La singularidad de esta ética del paisaje, ligada al concepto de responsabilidad respecto a otras relaciones éticas, es que se basa en un reconocimiento no recíproco y unilateral que nos exige reconocer los derechos de la naturaleza y de las generaciones futuras. Derechos de los cuales, a su vez, no se puede derivar ningún deber hacia nosotros», explica Albert Cortina, profesor e investigador sobre la ética aplicada al urbanismo y ordenación del territorio en la Universidad Internacional de Cataluña.

En este sentido, el abogado, urbanista y ensayista señala que los principios básicos de la ética de la responsabilidad propuesta por Hans Jonas «se adecúan perfectamente a la idea emergente de la ética del paisaje, ya que consisten en evitar, con la intervención y gestión del territorio, cualquier acción –cuyas consecuencias sean imprevisibles, y por tanto, probablemente indomables– que sea negativa en el futuro». 

Cortina: «Con la ética del paisaje estamos ahondando en la idea de que el paisaje es el carácter del territorio»

El profesor resume: «Si entendemos que «ética» viene de ethos, y que esta antigua palabra griega significa carácter, cuando nos referimos a la ética del paisaje estamos ahondando en la idea de que el paisaje es el carácter del territorio, y que este rasgo que lo define ha de fundamentarse en unos valores éticos aplicables a la construcción social de los paisajes [ya sean estos de extraordinario interés por su singularidad o bien formen parte de los paisajes comunes], así como en unos principios morales que rijan la intervención y gestión responsable del paisaje por parte de los poderes públicos, los agentes sociales y económicos y los ciudadanos con el objetivo de garantizar y mejorar la calidad de vida y el bienestar individual y colectivo; en definitiva, con el objetivo de garantizar y mejorar su felicidad, así como la calidad de los propios territorios transformados y de los paisajes en constante evolución».

El paisaje, reflejo de nuestra sociedad

Tal y como determina el Consejo Europeo a través del Convenio Europeo del Paisaje firmado el año 2000 en Florencia por los Estados miembros, los valores del paisaje son perfectamente objetivables y van más allá de los naturales. En tanto que reflejo de una identidad socio-territorial y urbana, el paisaje está impregnado de valores sociales, culturales, históricos, espirituales y estéticos, entre otros. Por tanto, es en el contexto de la construcción social y de la gestión de las transformaciones que el paisaje territorial y urbano alcanza su dimensión ética.

Cortina considera que «la actual banalización del paisaje, la uniformización y la falta de calidad y originalidad de los tipos de construcciones mayoritarias en nuestros pueblos y ciudades ha generado en muchos lugares un paisaje insensible, falto de autenticidad y de belleza. Hemos asistido en los últimos años a la emergencia de territorios sin discurso y de paisajes urbanos sin relato ni imaginario». No obstante, el urbanista señala que, en contraposición a estos procesos de degradación de los paisajes, la existencia o la construcción de un sentimiento identitario basado en el lugar cada vez toma más fuerza entre los agentes más dinámicos del territorio y de las ciudades.

En contraposición a estos procesos de degradación del paisaje, la construcción de un sentimiento identitario basado en el lugar cada vez toma más fuerza

«La construcción de la identidad paisajística de la ciudad se realiza, entre otros factores, a partir de materiales de la historia, la geografía, la biología, la arquitectura, las instituciones productivas, la memoria colectiva, los aparatos de poder y las creencias religiosas. En este sentido, efectivamente, podemos decir que el paisaje de las ciudades es un reflejo de la sociedad», concluye al respecto el investigador.

«Las ciudades son el semblante de la sociedad que las construye», señalan a dos voces los arquitectos Felipe Pich Aguilera y Teresa Batlle. «Representan bien el espacio civilizado y las ansias que tiene el ser humano de asegurar su vida y prosperar. Urbanidad y ruralidad fueron términos contrapuestos. En este sentido, el recinto amurallado urbano siempre protegía un núcleo civilizado de lo que se suponía un exterior salvaje. Pero toda Europa es hoy una gran ciudad, y esa dicotomía apenas tiene sentido. La gran conurbación europea utiliza instrumentos técnicos y de gestión muy avanzados para poder realizarse, pero sobre todo descansa sobre unos mismos principios éticos con la intención de poder reunir en un mismo recinto lo mejor de ambos mundos», destacan los especialistas del estudio de arquitectura sostenible Pich Architects.

«Nuestras ciudades están cambiando para dejar de ser las antiguas plataformas para la eficacia de las máquinas, transformándose en infraestructuras para la vida», apuntan los arquitectos.

Hacia ciudades más sostenibles y éticas

Pero ¿qué debe variar para que caminemos hacia urbes más sostenibles y éticas? «Las ciudades solo cambiarán si antes cambian sus ciudadanos y su código de valores. Nuestro paradigma sigue siendo básicamente el de la Revolución Industrial, y por ello seguimos valorando sus infraestructuras urbanas. Algunas corrientes del pensamiento urbano de mediados del siglo XX –como, por ejemplo, los metabolistas–, tenían mayor ambición y compromiso hacia el futuro que nuestro desconfiado urbanismo contemporáneo», añaden.

En este sentido, los especialistas de Pich Architects prefieren «mirar hacia atrás, cuando los retos que nos toca afrontar son de tal calibre que difícilmente podremos hacerlo simplemente mejorando lo que ya sabemos hacer. A pesar del riesgo, hemos de empezar a hacer las cosas de un modo diferente». Y concluyen: «Hoy en día, nos envolvemos en un tupido mosaico de normas y procesos, pero eso nunca puede sustituir la ética del urbanista y las normas separadas del criterio que las impulsa».

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