Sociedad

Luis ‘Lobo Negro’: entre Talavera y Malasaña

El músico, integrante de la banda ‘rockabilly’ Lobos Negros, muestra la crónica no solo de su vida, sino de la España y el Madrid callejero durante los turbulentos años ochenta.

Fotografías

Juan de Marcos
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24
mayo
2023

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Juan de Marcos

Son las doce y pico de la mañana de un viernes. Yo apenas he dormido –si es que he dormido–, y me encuentro en la Corredera Alta de San Pablo, en el barrio de Malasaña, junto con Jeosm (fotógrafo y grafitero al que conozco de oídas desde finales de los años noventa), esperando al músico Luis Martín, miembro de los Lobos Negros (grupo ochentero rockabilly) y nativo de Talavera; es decir, «bolo» de pura cepa. Queremos hacerle una entrevista y unas fotos. El punto en el que nos encontramos no es el más adecuado. No para de pasar gente y camiones que tratan de meterse en San Vicente Ferrer con dudosa eficiencia. Nosotros estamos en todo el medio, estorbando tanto a transeúntes como a vehículos (una vieja llega, incluso, a golpearme suave, aunque hostilmente, con su bastón). En un momento dado vislumbro a Luis, que me saluda con la mano desde la lejanía. Nada más acercarse nos abrazamos y comenzamos a hablar.  

Entre otras cosas, Luis fue pinchadiscos de varios locales rockabillies del centro. Y así lo relata: «En esa época, a eso lo llamaba “montador de discos”, y así aparecía en los contratos que yo firmaba para poder pinchar en el King Creole y otros locales. En esos años había muchísima bronca en las calles. Pero no solo en Madrid. He venido en el Bla Bla Car con un chaval que fue policía nacional en Salamanca, y es cierto que en los ochenta en toda España había bronca. De hecho, me ha dicho el tío: “¡Coño! En Salamanca en los ochenta había una peña que llamaban los Panther. Una pandilla de tíos que iban con cazadoras de cuero, y eran delincuentes. En Talavera, por ejemplo, estaban los Chatos, la Banda del Moco, el Oso, Juanjo el Cabezón… Estos eran simples macarrillas». 

No es lo único que recuerda. Luis continúa hablando. «Nosotros nos pegábamos un poco con los heavies de Talavera. Pero luego aparecieron pandillas que salieron hasta en el telediario, como unos que los llamaron la Banda de Al Capone (también conocida como los Chatos). Intentaron pegar al hijo de un militar y se armó la de Dios. Porque en Talavera tenemos el Cerro Negro, que es todavía un polvorín para militares que viven ahí. Luego estaba la zona de los pubs de Talavera, llamada informalmente la zona de los Elefantes (porque ahí es donde coges la trompa). Los de los bares contrataron a unos tíos de Madrid que llamaban los Dober, de Dóberman. ¿Para qué? Para pegar a la banda de Al Capone o los Chatos, que estaba extorsionando a los locales del barrio de los Elefantes. Tú imagínate que te digo: “Yo te voy a proteger el bar, pero tienes que pagar el impuesto revolucionario”. Hacían eso en los pubs de Talavera, y serían seis o siete. Eran macarras medio gitanos, medio quinquis chungos. Los bares, entonces, contrataron a una empresa de macarruzos –los Dóberman– que, según entraban los Chatos con vasos de cristal, ¡pumba!, se los estallaban en la cabeza. Eran gente un poco más profesional, como estos de Desokupa que hay hoy en día. Luego, a estos de los Chatos se unieron Juanjo el Cabezón, el Oso, el Búfalo… Y entonces, en un pub que se llamaba el Go, el camarero no quiso pagar el impuesto revolucionario, y Juanjo el Cabezón le agarró del pelo, le mordió y le arrancó un trozo de oreja».  

lobos negros

«¿Qué fue de ellos?», le pregunto. Y Luis, por supuesto, ahonda. «¿Sabes lo que pasa? Que toda esa gente acaba fatal con temas de drogas, o van a los puticlubs y no quieren pagar… a uno, un portero le disparó con una escopeta, por ejemplo. Y con la pandilla de Los Franceses pasa igual. Los Franceses eran una famosa banda de rockers de Malasaña. A esos acabaron quemándoles las motos, pegándoles… Tú piensa que a mí me han pegado cien mil veces los Franceses… Si voy con cinco amigos y me encuentro a uno de los Franceses borracho, imagínate. La gente se los encontraba y les pegaban palizas. Quien a hierro mata, a hierro muere. Al final, lo han pagado. Todo eso que hicieron, al final, tiene un precio». Y Luis continúa hablando de sus recuerdos callejeros: «En Talavera, a los Chatos les pasó igual. Vivían en un barrio que lo llamábamos la Ciudad sin Ley, que oficialmente se llamaba Patrocinio. Y estaba lleno de macarruzos. Yo recuerdo quedar con Nacho Solinis en Madrid, que fue el anterior pinchadiscos que había en el King Creole, y fuimos al Salero, un bar que estaba en una calle perpendicular a Ballesta. Estaba en el Salero y, de repente, aparece una mano sobre mi hombro que me quita la cerveza y se la bebe de medio trago. Yo me iba a levantar para decir: “Pero tío, ¿de qué vas?” Y Nacho Solinis me dijo: “¡Cállate! Que ese es uno de los macarras que están pegando a medio Madrid”. Y el que me quitó la cerveza era el Fransuá, también conocido como el Francés. A partir de ahí, cuando los veía me callaba porque, además, estos eran unos sinvergüenzas. Nunca daban la cara uno a uno».

Luis Martín: «Tuvimos mucho éxito al principio: éramos una novedad y, además, éramos mucho más abiertos que otros grupos ‘rockabillies’, ya que tocábamos a bandas como The Cramps»

Mientras tanto, continúa relatando su vida (y, en cierta medida, la crónica de la España que fue): «Yo vine a estudiar sociología a Madrid a principios de los ochenta, y viví en el colegio mayor Santa María de Europa, en la calle Cean Bermúdez. Estuve seis años. Ya era rocker cuando llegué a Madrid. Mi primer grupo se llamaba Tony Piernecillas y los ávidos gatos. Luego montamos los Lobos Negros. Me compré un piso pequeño en Chamberí gracias al dinero de los ochenta. Entonces había mucho dinero. Nosotros, además, teníamos una manager muy buena que se llamaba Toña. Íbamos en un autobús cinco grupos, y el marido de Toña tenía una empresa que se llamaba Panoja Records. Tocábamos casi todos los fines de semana del año para la DGA [Diputación General de Aragón]. Todos los fines de semana me soltaban pasta, y los grupos que íbamos en el autobús éramos los Lobos Negros, los Más Birras y los Combays, entre otros. Estos últimos eran unos gitanos que hacían rock and roll, pero a su manera. Y vendían costo en el autobús y en los pueblos. Los Lobos Negros tuvimos mucho éxito al principio, porque éramos una novedad y, además, éramos mucho más abiertos que otros grupos rockabillies. Tocábamos a The Cramps, The Meteors… Entre 1985 y parte de la década de 1990 estuvimos a tope: estábamos en Nuevos Medios, una discográfica muy conocida, pero que no nos promocionaban». 

«Yo estuve pinchando también en el Mala Fama, que estaba en la calle Barco. Era muy pequeñito e iban muchos motoristas y algún que otro camello. Y con esos los Franceses no se metían. Los respetaban. Los motoristas no se cortaban. También solían ir mucho Edi Clavo [batería de Gabinete Caligari], Javier Benavente, Ana Curra… Luego estaba el Agapo, que tenía a dos hermanos de porteros –ahora en la Sala Sol– que tenían una tienda de ropa rocker en Argüelles. Una noche, iba con Alex de la Iglesia –que es muy amigo mío– y con su pandilla, y no nos dejaron entrar en el Agapo porque estaba a punto de cerrar, pero al lado había un contenedor donde había un colchón mugriento, hecho una mierda: lo cogimos, lo pusimos en la puerta y nos fuimos. Al año, entré en una tienda de discos y vi la portada de un disco que era la puerta del Agapo con el colchón ahí puesto. Qué coincidencia más rara, ¿no?». 

Hemos abandonado la Corredera Alta y ahora estamos sentados en una terraza de la Plaza del Dos de Mayo. Mientras bebemos cerveza, me señala un local: «¿Ves eso? Antes era una panadería. Y ahí “cortaban la coca”. Cuando un cliente les pedía coca, los camellos rascaban en la pared, que se caía a cachos, y vendían un trozo de pared como si fuese coca. “¡Estás más pelao que la pared de la panadería de Malasaña!”, solía decirse». Curiosamente, ese fenómeno lo he visto yo con mis propios ojos, ya a finales de los noventa, cuando un amigo quiso pillar coca a un camello africano.

Luis continúa: «También estaba la banda del Rocky, que robaban chupas de cuero en el King Creole de estrangis, sin que la gente se diese cuenta: tú ibas al servicio y dejabas la cerveza; para cuando subías, ya te la habían quitado. Se lo comenté al encargado: que el Rocky estaba robando las cervezas. Y entonces cogimos una, la llenamos de pis y la pusimos en una esquina. Y el tío la cogió y le dio un trago. Imagínate la cara que puso cuando se la llevó a la boca. Entre macarrillas se respetaban»

Curiosamente, los rockers también estuvieron presentes en los grupos ultras de fútbol. «La gente del Frente Atlético han contado con muchos rockers en sus filas. En una ocasión, vinieron corriendo unos rockabillies y se metieron en un bar en el que estábamos. Y dijeron: “Nos persigue la policía. Venimos de un partido del Atlético Madrid y hemos pegado una paliza a no sé cuántos del Madrid”. Y dijeron: “¡Guárdanos aquí todo!” Eran puños americanos, navajas, etc». 

Luis vive hoy de los royalties que cobra por los temas que compuso para los Lobos Negros. Hoy, como antaño, se mueve siempre entre Talavera y Madrid. Sigue estando siempre activo en el mundo de la cultura, haciendo de relaciones públicas, liando a alguien de la industria musical, y sin perder nunca la esperanza. Como él mismo no se cansa de repetir de rato en rato: «Lobos Negros estamos a puntito de pegar el pelotazo». Haciendo un gesto con los dedos, dice: «Solo nos queda este poquito». Su simpatía me invita a creer que no se equivoca en absoluto. 

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