Sociedad

La trampa de la admiración

Se suele afirmar que tenemos que admirar a nuestras parejas y que ellas nos tienen que admirar. Sin embargo, la lógica del mercado se oculta también en estas elecciones: para muchas personas esas cualidades y atributos ‘valorables’ resultan inalcanzables.

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08
mayo
2023

La complejidad para movernos en el universo de los sentimientos, sobre todo cuando se ven involucradas otras personas, es más que evidente, aunque en los últimos años la inteligencia y la comunicación emocional han comenzado a allanar el camino. Si nos adentramos en el terreno del amor, esta complejidad aumenta: entran en juego necesidades propias y ajenas, límites, tipos de apego, deseos o expectativas.

Y es que hay terrenos en los que las arenas se vuelven movedizas. Siempre nos han dicho que para que exista amor tiene que existir admiración por la otra persona, aunque eso no quiere decir que la admiración siempre implique amor erótico. Lo cierto es que confundir ambos sentimientos resulta muy sencillo. Cuando nos enamoramos e idealizamos a la persona, ¿podemos decir que la estamos admirando? Parece que en esta primera fase, frecuentemente, coinciden lo uno y lo otro, pero cuando la atravesamos nos despojamos de ese velo que la química nos inyecta y nos enfrentamos a la realidad que nos muestra la otra persona. ¿Qué ocurre entonces? Que normalmente el incendio se estabiliza y queda una llama menos aparatosa, pero más pura. 

A veces parece que cuando desaparece ese fuego primigenio desaparece también ese sentimiento tan especial. Es entonces cuando nos dicen que si existe admiración hacia la pareja es más fácil que la relación perdure. Pero la ecuación no es tan sencilla: las personas con problemas de autoestima tienden a querer a quienes les parecen más «valorables» que la media, pero no lo hacen por admiración, sino como vía para recuperar ese amor propio a través de alguien a quien le otorgan ese poder. «Si X, que tiene este estatus, me ama, es que tengo cierto valor». El amor propio, así, se ve resentido.

Vivimos en un momento en que se romantizan los bienes de consumo y se mercantiliza el amor

Aquí, además, surge una pregunta: ¿qué cualidades resultan admirables en nuestra sociedad? Prácticamente, serían las mismas que se ajustan al prototipo comercial, es decir, personas bellas, con un físico atlético, con una capacidad de consumo considerable (esto es, económicamente solventes) y con cierto estatus social. La persona perfecta para el mercado, en definitiva. Este molde conlleva que se confundan esas características idóneas para el mercado con nuestras propias necesidades y nuestros deseos: quiero una relación con este perfil porque es lo más valorado. Buscamos a alguien en quien volcar nuestros afectos, pero muchas veces no dejamos que nos guíe nuestra brújula interna, sino ese perfil mercadotécnico. Las probabilidades de rechazo al acercarse a estas figuras, además, seguramente sean elevadas.

Por otra parte, la mayoría de la población no se ajusta a ese prototipo: si para que nos admiren y, por tanto, que nos quieran, hay que gozar de múltiples cualidades, características y habilidades, hay que convertirse en superhombres o supermujeres. ¿Cómo lograr tener algo que, por fisionomía o por desigualdad estructural, no llegaremos a tener nunca? Frustración, desesperanza o impotencia son otras emociones que se pueden desencadenar en estos casos.

La trampa de la admiración radica en que se da un cruce de caminos entre el amor y el mercado: vivimos en un momento en que se romantizan los bienes de consumo y se mercantiliza el amor. Determinados productos o servicios adoptan un aire romántico y se popularizan, mientras las dinámicas amorosas se acercan al consumo y su lógica. Y es que la pareja y, por extensión, el matrimonio, es una de las instituciones más rentables para la economía, como ya exponía hace casi medio siglo el Premio Nobel de Economía de 1992, Gary Becker, quien afirmaba que la gente se casa principalmente para mejorar su situación económica. Becker exponía que las personas deciden casarse por los incentivos dinerarios que el matrimonio ofrece, dejando a un lado el sesgo romántico. 

Y es que desde que surge una atracción hasta que esa relación termina en boda existe toda una serie de obstáculos, pruebas y valoraciones. Lo que parece claro es que el binomio resulta más rentable que la soltería: la sociedad actual no está configurada para singles. La verdadera combinación ideal parece ser la que logran el amor y el sistema económico.

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