Sociedad

¿Hay alguien lo suficientemente bueno para usted?

Las relaciones abiertas y múltiples, como ocurre en el caso del poliamor, presuponen unirse a varios individuos. No obstante, y aunque aseguran ser más «libres», se ha llegado a señalar cómo estas pueden ser un fiel reflejo del capitalismo. ¿Qué relación tienen esta clase de prácticas con el consumismo y el narcisismo?

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21
abril
2023

Lo sabemos desde el comienzo: el joven Werther no podrá aguantar la desazón de su último rechazo romántico. Y aunque es sabida la tragedia, es imposible dejar de leer línea tras línea, como si su propio dolor revelara algo sobre nosotros. Ni siquiera los desgarradores gritos –«¡Mi pasión por ella lo devora todo! Y sin ella, ¡todo se reduce a nada!», exclama en una de las páginas– plasmados por Johann Wolfgang Goethe le salvarán. Charlotte, la mujer de la que se enamora, está comprometida. No hay vuelta de hoja: no podrá vivir con ella, pero tampoco sin ella. 

La obra alemana, icono central del mito del amor romántico, es ya poco más que un souvenir histórico. El acto de amar, en efecto, ha cambiado: ya no parece resultarnos trascendente. La positiva victoria de la libertad sexual dejó atrás la represión y las profundas y dañinas ataduras morales. No obstante, según numerosos autores, también ha traído algunas consecuencias inesperadas (y, en algunos casos, poco deseables). Los lazos con que nos uníamos se han aflojado: son fluidos, cambiantes y, en cierto modo, más mundanos. Lazos que, en algunos casos, son incluso abiertos y múltiples. ¿Ha llegado el fin del amor, como sostiene la filósofa Eva Illouz en su obra homónima?

«La ruptura forma parte integral de una cultura que rápidamente deja obsoletas a las personas para reemplazarlas por la realidad o la posibilidad de una pareja más afín», explica la autora franco-israelí, que sostiene que estamos ante un reflejo del sistema económico. Y así lo demuestra en sus términos: «La veloz rotación de parejas entraña una capacidad y un deseo de invertir a corto plazo, de cambiar la línea de producción». Un estado de las cosas que, explica, dificulta el desarrollo de la confianza. 

A este respecto, Illouz señala que esta situación muestra una suerte de reflejo capitalista relacionado con el deseo y el consumo masivo, lo que se observa especialmente en el poliamor y la repetición a perpetuidad –como si se tratara de un bucle– del sexo sin compromisos: puede que conlleven una acumulación de placer que confiera cierto estatus, pero difícilmente da lugar a una generación de vínculos longevos, lo que puede crear grandes dosis de incertidumbre. Es decir: nos relacionamos con más personas, si bien de una forma relativamente vacía (y habitualmente insatisfactoria).

Eva Illouz: «La veloz rotación de parejas entraña una capacidad y un deseo de invertir a corto plazo, de cambiar la línea de producción»

En esta misma dirección apuntaba, aunque de modo más general, el filósofo Zygmunt Bauman al hablar del homo eligens (en castellano, «hombre elector») en Vida líquida (Paidós), una de las figuras que representan el momento actual: la persona que elige por el mero hecho de elegir, que aboga por el cambio, lo que crea a alguien «completamente incompleto» o «auténticamente inauténtico». Al fin y al cabo, el deseo se caracteriza, afirma, por la insatisfacción permanente (y, en parte, irresoluble). «El arte del marketing está dedicado a impedir que se cierren las opciones y se realicen los deseos», escribía Bauman hace dos décadas. Por tanto, estaríamos ante un hombre que elige pero no, como puntualiza, ante un hombre que realmente ha elegido. Y así es la sociedad que dibuja el filósofo: una vida no de inicios constantes, sino de «finales sucesivos» en la que uno corre constantemente no para avanzar, sino para poder permanecer en el mismo lugar y no ser desechado, en cierto modo, al basurero social. 

La misma relación entre capitalismo y poliamor señala el psicoanalista Massimo Recalcati en Ya no es como antes (Anagrama), donde hace hincapié en que «la irritación ante cualquier forma de vínculo que implique responsabilidad ha dado vida a un nuevo amo: la excitación de un goce siempre nuevo». Tanto el cambio constante de pareja como la práctica del poliamor se antojan, aquí, esclavas del deseo consumista. Y es que, tal como señala Jacques Lacan, el hecho de gozar no solamente satisface una necesidad natural sino que completa, junto a dicha satisfacción, el deseo: se puede comer para satisfacerse o, en cambio, hacerlo por puro placer, un comportamiento que es estrictamente humano. Para Recalcati, el poliamor es un ejemplo evidente, siendo una práctica «sustentada en el hechizo de lo nuevo» donde las personas se verían reducidas a mercancías, desesperadas por la última novedad en el «mercado del deseo». Al fin y al cabo, tal como se explica en Vida líquida respecto al funcionamiento sistémico, «el énfasis [del mercado] recae no sobre la generación de nuevos deseos, sino sobre la extinción de los antiguos». 

Massimo Recalcati: «La irritación ante cualquier forma de vínculo que implique responsabilidad ha dado vida a un nuevo amo: la excitación de un goce siempre nuevo»

Lo que supone, en cierto modo, sucumbir el truco del palo y la zanahoria: perseguir algo con lo que satisfacernos por todos los medios para no poder alcanzarlo nunca. «El poliamor puede ser una forma de frivolidad de nuestros tiempos, sí: hay una cierta emoción de gozar el momento. Me gustas, te gusto, ¿por qué no? Frivolidad en el sentido de que no tiene importancia», explicaba también el filósofo Gilles Lipovetsky a la revista Vice.

En El fin del amor (Katz), Illouz explica algo similar: «Los senderos románticos y sexuales modernos […] se han convertido en una serie de “proyectos”, de experiencias tentativas». Lo que es lo mismo: en episodios de marcada fragilidad. Sirviéndose de una analogía corporativa, Illouz señala que precisamente la práctica del poliamor conllevaría actuar como lo hacen las empresas al externalizar –es decir, subcontratar– algunas funciones productivas; en el caso de esta práctica, la externalización está presente de igual manera, sostiene, si bien respecto «a las distintas necesidades y partes del yo». Distintos individuos, así, satisfarían las distintas demandas. 

Surge, entonces, una pregunta evidente. ¿Termina la satisfacción de esas necesidades mediante la acumulación de individuos? En cierto modo, si se siguen los paralelismos, el poliamor parece funcionar como la acumulación de capital: debe estar en constante movimiento y en múltiples y distintas inversiones (ya que, al igual que el deseo, este nunca permanece estático). La realidad, sin embargo, parece indicar que la idea de satisfacer el deseo mediante esta forma acumulativa o compulsiva es ilusoria: el placer suele ser efímero (y, por tanto, doloroso cuando se desvanece). Así lo explicaba Lipovetsky en una de sus obras: «Cuanto más se desatan los apetitos de compras, más aumentan las insatisfacciones individuales».

Al no dejar todos los huevos en la misma cesta –esto es, a no tener un solo amante–, el poliamor ofrece la aparente ventaja de no sufrir un final doloroso: no hay luto en esta muerte simbólica. En él tampoco hay resquicios para la soledad, lo que lleva a sospechar, como ya dijera Baudelaire, si acaso no se tratará de individuos «refugiados en el gentío» porque, en secreto, son «incapaces de soportarse a sí mismos». No es la única sospecha: cabe preguntarse si, acaso, habitualmente no legitima esta práctica –a modo de coartada– unos impulsos que de otro modo constituirían una infidelidad.

Sobre la propia idea del poliamor también parece sobrevolar una sombra narcisista: ¿cuántos individuos se necesitan poseer para satisfacer las necesidades emocionales y románticas de uno mismo? El límite no es difuso ni borroso: ni siquiera existe. Atrapados en una profunda paradoja, la insatisfacción vuelve a aparecer con lo que parece la naturaleza propia de esta clase de relaciones: si la intimidad supone rasgar las máscaras propias y ajenas –en definitiva, revelarse al otro por completo–, ¿no es esta particularmente única? Así parece sugerirlo, al menos, la enorme cantidad de tiempo y atención necesarias para abrir la puerta de ese estado. ¿Cabe creer en la profundidad de cuatro relaciones íntimas simultáneas? La frivolidad, en este caso, ya no parece sexual, sino emocional (y, por tanto, especialmente dolorosa). De este modo, cabe sospechar que, efectivamente, cuantos más vínculos íntimos se poseen, menos profundos parecen. ¿O no es una cadena, al fin y al cabo, más débil cuanto más larga es?

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