Sociedad

Elogio del erotismo

En una sociedad que solo aprecia el rendimiento y la productividad, así como lo evidente, lo erótico puede llegar a ser revolucionario: es la belleza de la insinuación frente a lo rudo de lo obsceno.

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25
agosto
2022
‘Reclining Nude’ (c. finales del siglo XVIII), por John Trumbull.

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«Sin darse cuenta, encuentra su abrigo desabotonado. Ella percibe cómo la niebla se cuela por debajo de la falda y empieza a operar en sus piernas. Respira entrecortadamente, suspendiendo la respiración, como si quisiera evitar el menor ruido, ofrecer la menor resistencia a esta labor. Millones de dedos fríos le bajan las medias de lana, millones de ojos son testigos de la enorme lengua de niebla que sube y baja por el cuello y la nuca, de la sangre blanca que se agolpa en los labios, de la lividez de un deseo diferente», escribía Menchu Gutiérrez en Latente. Lo hacía con profundo erotismo, esa sutil frontera entre la sugerencia y lo explícito. La belleza de la insinuación frente a lo rudo de lo obsceno. Lo que convoca la imaginación para cobrar sentido ante lo que nos viene dado sin aliciente de misterio. Una boca, un gesto, una caricia, una blusa ligeramente desabrochada pueden impregnarse de erotismo; incluso lo prohibido (piénsese en GoyaLa maja desnuda, sí, pero también Los caprichos– o en Sade), el sufrimiento y aun la muerte (recordemos pinturas como María Magdalena desvanecida, de Cagnacci, o Cristo yacente, de Charles le Brun).

Del texto inicial destaca esa cualidad del erotismo: su invención, su incesante vaivén. El deseo mueve. Erotismo, palabra hecha de dos vocablos griegos: «eros» (amor, deseo sexual, «dulce y amargo» en el decir de Safo) y el sufijo «–ismo» (actividad). Eros es un verbo, un placer que nos otorga la metáfora. Un placer de aquello que nos falta y que necesitamos. «Me derrito como cera de sagradas abejas por el calor mordidas», escribe Píndaro ante la visión de lo amado. El erotismo nos imanta, nos electrifica de manera que tocamos sin tocar aquello que nos resulta erótico. Es, en definitiva, aquello que media entre sujeto y objeto de deseo, siempre como una disolución de las reglas asentadas. El sexo es idéntico, animal; el erotismo –«exuberancia de la vida», como lo definió Bataille– es humano, intangible, íntimo, activo.

Son numerosos los autores (el propio Bataille, Octavio Paz, Byung-Chul, Camille Paglia, Ignacio Castro, Eva Illouz…) que nos recuerdan que vivimos abocados a un sexo indiferente: uno que es mera pulsión de muerte, en el que no hay una unidad discursiva. Un sexo rápido, limpio, fantasmagórico. Sin afectos. A toda prisa ayuntamos, follamos, copulamos, chingamos, jodemos… cualquier cosa menos dejar que el amor nos haga. Como animales de distinta especie: uno vuela en el aire, otro nada en el agua: no ven lo mismo, jamás se encontrarán; solo pueden ignorarse. Pero no se tiene en cuenta que la velocidad genera una desarticulación y, tarde o temprano, un caos. «Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío», cantaba Lorca en el Romance de la casada infiel.

El sexo es idéntico y animal, pero el erotismo, la «exuberancia de la vida», según Bataille, es humano, intangible e íntimo

A nuestra sexualidad le falta pasión y vértigo: el erotismo, que no deja de ser un juego cuyas normas son la antítesis de lo universal, requiere de paciencia, improvisación y espontaneidad. Surge de forma repentina, sin organizarse, decidirse o planificarse. El erotismo rezuma en determinadas expresiones faciales que pareciera que viéramos por vez primera (una sonrisa, un ademán), en movimientos corporales ajenos a sí mismos (un caminar cimbreante), en expresiones verbales (el estratega Alcibíades cuenta cómo, al escuchar a Sócrates, le palpitaba el corazón con más furor que ante la danza de los coribantes) o ciertos sonidos (una cremallera que se sube o se baja), algunos olores (el de la higuera, el que aspiramos de una prenda).

Bajo la actual presión por producir, sin embargo, todo se exhibe, se visibiliza y se expone; todo queda a la inapelable luz de la transparencia, volviéndose obsceno (o, si se quiere, pornográfico). El cuerpo pornográfico, privado de todo simbolismo, carece de todo elemento escénico y trascendente: solo le importa funcionar. «La pornografía destruye la sexualidad y el erotismo con mayor eficacia que la moral y la represión», nos advierte Bataille. El imperativo neoliberal de rendimiento, atractivo y buen físico, acaba reduciendo el cuerpo a un objeto funcional que hay que optimizar, como los sistemas operativos de los móviles. Echar un polvo es eso mismo: arrasar el acto, una pura necesidad fisiológica. No así el erotismo, que mantiene rescoldos dispuestos a prender de nuevo. 

El erotismo es al sexo lo que la poesía al lenguaje: una expansión de seducciones y apariencias

Imaginación, fantasía y estimulación sensorial: el arte de lo erótico puede vincularse al sexo (como comunión conjunta) o al amor (que exige tiempo, escucha y paciencia); el erotismo es al sexo lo que la poesía al lenguaje: una expansión de seducciones y apariencias. «Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida, bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma, cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro, bo-ca-del-hor-no-don-de-se-ha-cen-las-hos-tias…», escribía el poeta Octavio Paz.

Se renuevan así los modos del placer que exceden lo reproductivo y constituyen un fin en sí mismo. Es lo inútil, lo que no puede convertirse en mercancía ni en valor de cambio. No obstante, así como no todo acto sexual es erótico, tampoco todo encuentro sexual con fines procreativos deja de serlo. Eros siempre es escurridizo. Sus leyes no son inmutables, aunque sí rotundas. Bataille distingue tres clases de erotismo: el de los cuerpos (con hechuras de vínculos magnéticos); el de los corazones (el mero pacto de convivencia agradable entre dos personas: la experiencial radical, la maravilla de la continuidad, incluidos dolor y delirio) y el sagrado (donde el arrebato místico se funde con la muerte).

«Eros se manifiesta como aspiración revolucionaria a una forma de vida y sociedad completamente diferente […], mantiene en pie la fidelidad a lo que está por venir», sentencia Byung-Chul. El erotismo, pues, es esencialmente uno de los aspectos de nuestra vida interior. Donde hay un cuerpo que no habla se oculta un corazón que no siente. Por algo Eros, según nos cuenta Parménides, es el más antiguo de los dioses. 

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