Cultura

«Solo concibo la literatura como el acto de contar la vida»

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04
mayo
2023

Hablando con Arantza Portabales (San Sebastián, 1973) de su obra surge el concepto de «géneros populares». «Comerciales», interrumpe. «Puedes decirlo: soy una escritora tremendamente comercial. La palabra comercial no tiene que estar denostada en absoluto», añadió. Portabales acaba de publicar ‘El hombre que mató a Antía Morgade’ (en gallego en la editorial Galaxia y en castellano en Lumen), la última de sus novelas negras. Es una de las autoras a las que se suele meter en ese contenedor del ‘Galician noir’, literatura de crímenes en Galicia. Las novelas de Portabales están protagonizadas por un dúo de policías de complicada relación en la comisaría de Santiago de Compostela. Es en esa ciudad donde hablamos en un día muy ventoso. Casi digno de una novela negra.


Publicas tanto en castellano y en gallego, pero no son exactamente traducciones. ¿Escribes en paralelo las novelas? 

Los procesos han ido cambiando. No es lo mismo Deixe a súa mensaxe despois do sinal, que cuando lo publicó Lumen ya estaba publicado y no puedes cambiar ni media coma, que el proceso de crear una novela. Suelo escribir en gallego, pero luego en función de las notas de edición voy y vengo en los manuscritos. 

«Creo que la lengua gallega tiene que ocupar su espacio y no ceder ni un milímetro, pero desde el respeto»

Si es verdad que, quien está leyendo el libro en castellano y quien lo está haciendo en gallego, están leyendo el mismo libro…

Están leyendo el mismo libro, pero no es una traducción. Quiero decir, yo me tomo todas las licencias si me suena mejor de una manera o de otra. Si el gato Milán en Deixe a súa mensaxe come xurelos en gallego, en castellano no come jureles. Come sardinas. ¿Eso es una traducción? No. ¿Me tengo que preocupar de que le moleste al autor? No. Si lo que digo en un determinado idioma no funciona bien en el otro, puedo tomarme cualquier tipo de licencia. 

Trabajando en paralelo, no sé si te preguntarás en qué literatura te encuadras.  

A la gallega. La narrativa la empecé a hacer en gallego. Pero tengo una relación pacífica con ambas lenguas, porque ambas son mías. Nací en el País Vasco y, a diferencia de otros escritores gallegos, mi lengua materna es el castellano. Nací y me crié fuera. Es más, mi madre no me hablaba en gallego, y cuando llegué a vivir en Galicia no lo hablaba. 

Y has acabado siendo una escritora en esa lengua. ¿Cómo fue el proceso de conectar con el idioma?

Uno vive, respira, camina y crece en un sitio. Yo llevo 26 años trabajando en lengua gallega. Uno aprende a amar la lengua; sobre todo, aprende a entender la riqueza que es ser bilingüe y que tus hijos hablen en dos idiomas y la necesidad de mantener esa lengua. Me gusta esta relación de no confrontación. Creo que nuestra lengua –me refiero a la gallega– tiene que ocupar su espacio y no ceder ni un milímetro, pero desde el respeto. Tenemos que superar la etapa del victimismo y aprender que nuestra lengua no es mejor ni peor; es nuestra.  Solo por eso necesita ese primer lugar en nuestras vidas. Pero esto es una actitud mía: no soporto el victimismo en general. 

El hombre que mató a Antía Morgade es novela negra, un género que interesa muchísimo. En las mesas de novedades siempre está presente. ¿Por qué, como escritora, piensas que nos fascina tanto?

Los escritores de novela negra tenemos esa tendencia a intentar justificar la comercialidad de nuestro género intentando darle un pulso de justificación, diciendo que somos quienes más retratamos a la sociedad y los bajos fondos. Yo creo que no, que simplemente somos muy divertidos. Es más divertido descubrir un misterio. Es un género que nos reconcilia con nuestra propia soberbia ética, moral e intelectual, y con respecto a los demás. Lo acabamos de ver. Salió lo de Ana Obregón [y la gestación subrogada] y la han lapidado en la plaza pública. Sin entrar en la cuestión de fondo, a mí me produce verdadero estupor ver cómo la gente casi disfruta lapidando a los demás. En la novela negra pasa un poco eso: el «efecto mirilla», el «yo estoy aquí en mi casa y si miro hacia atrás igual me deprimo, pero si miro hacia adelante veo a los demás y pienso “tampoco estoy tan mal”». Tienes ese momento de reconciliarte con tu propia normalidad. Por tanto, ¿retratamos la sociedad? Por supuesto, pero como toda la literatura. Yo siempre lo digo: solo concibo la literatura como el acto de contar la vida. En ese sentido, la novela negra refleja lo que está sucediendo en estos momentos en el mundo, pero Madame Bovary reflejaba lo que estaba sucediendo en Francia en el siglo XIX. 

«Me produce verdadero estupor ver cómo la gente casi disfruta lapidando a los demás»

A lo mejor deberíamos dejar de justificar que exista la novela comercial. 

En mi cabeza no hay novelas comerciales y no comerciales. Hay novelas buenas y novelas malas. Cuando las buenas son comerciales me alegro infinito; cuando lo son las malas, no me las leo.

En los agradecimientos de El hombre que mató a Antía Morgade hay uno a los lectores de la saga, por pedir más libros. En esta era de internet, ¿tienen los lectores un papel mucho más activo en el mundo literario? ¿O en realidad es esto algo muy viejo? Porque a Dickens ya le escribían pidiendo que no matara a la pequeña Nell en Almacén de antigüedades

Igual no tanto para nosotros como para nuestros editores, que perciben la acogida del libro. La van a ver igual cuando reciben las liquidaciones y cómo late el pulso de las librerías, pero cuando un libro es visible en redes un poco sí da lugar a la percepción de lo que el público siente por ese libro. Es el boca a boca con altavoz. 

¿Y también impacta? Tu primer libro en castellano funcionó muy bien, pero empezó lentamente y fue justamente el boca a boca de los lectores el que lo impulsó. 

Hay que tener en cuenta que ese libro salió con dos grandes en ventas, como Reina roja –que además se llamaban casi igual [apunta entre risas]– y La novia gitana. También es verdad que siempre he considerado que los corredores de fondo están más preparados para lo que se le viene encima. En este sentido, no me gustan tanto los bestsellers como los longsellers. 

No eres escritora a tiempo completo. ¿Crees que en este momento es imposible dedicarse a las letras a jornada completa?

Creo que, si me pusiera, podría. También es verdad que, para deshacer mi vida, tendría que tomar muchas decisiones que no me apetecen y mientras me sea posible… Mi trabajo me gusta. Pienso que funciono muy bien bajo presión. No escribo mucho tiempo, pero pienso mucho lo que escribo. Además, soy capaz de aprovechar mucho mis espacios de escritura. No creo que esté perjudicando mi escritura; otra cosa es que me cueste más o suponga un coste personal importante, sobre todo en la parte de promoción. Pero a nivel de escritura no ganaría. A mí la escritura me llegó muy tarde, cuando ya tenía una vida hecha. No es lo mismo que te suceda con 28 años que con una vida montada. 

«Empecé tarde a escribir, pero si quieres contar la vida, el poso que te dan los 45 o los 50 alos no es el que te dan los 18»

Sobre eso, siempre destacamos mucho cuando la gente es una «joven promesa que empieza a escribir», pero que hayas comenzado tarde también ayuda a entender que la literatura es algo a lo que puedes llegar en cualquier momento. 

Sí, el otro día me cayó la del pulpo cuando dije que empecé a escribir mayor, con 40, de gente que me dijo que a los 40 no se es mayor. Por supuesto, pero si dijese que empecé a hacer gimnasia rítmica muy mayor con 20 años, todo el mundo lo entendería. Comencé a escribir mi primer libro a los 40 y lo publiqué con 43. Nunca había escrito. Me parece que empecé tarde, pero también digo que si quieres contar la vida, el poso que te dan los 45-50 no es el que te dan los 18. También es verdad que hay gente con un talento extraordinario y lo va a tener con 18, con 42 y con 55. Y luego la casuística está ahí. Hay gente que con 25 ha vivido más que otra con 72. Pero, si establecemos un estándar generalizado, es verdad que escribir tarde te da una serenidad ante la vida y aleja la presión si estás en una situación estabilizada de la vida –no quiero pensar lo que debe ser estar escribiendo para pagar la hipoteca, de qué manera puede afectar a tus decisiones–. Yo sé ahora de la vida lo que no sabía con 25 años. Mis valores han evolucionado y he pasado por esa etapa, soy capaz de hacer retrospección y de analizar otras generaciones. Todo eso yo creo que es riqueza. 

¿Y qué te dio el empujón? Porque sí es un cambio notable. 

Lo mismo que todo el mundo. Hay quien se va a por tabaco, hay quien se compra un Porsche, quien se divorcia o quien se echa un amante o dos. A mí me dio por escribir. 

Una de las cosas más interesantes de la novela es que aborda el acoso sexual. Ha conseguido captar cómo ha cambiado nuestra visión sobre la cuestión desde finales de los 90. 

Fíjate que la gente no hace más que decirme que he centrado la novela en el abuso, y yo creo que no la he centrado en eso. Habla de la actitud ante la denuncia del abuso; de qué pasa si se denuncia, quién lo hace y cómo se enfrenta a eso. Al final, todo lo que ocurre en esta novela viene mediatizado sobre quién es capaz de hablar y quién no. Y por qué callaron y por qué hablaron. Se nombra el caso Nevenka, cuando deberíamos estar hablando del caso Ismael Fernández, porque caemos en poner el ojo en la víctima y no en el culpable, pero seguimos hablando de ella, que vive fuera de este país porque no pudo soportar la atención mediática. 

Algo en lo que no pensamos hasta que salió el documental…

Y, sin embargo, sigue pasando. Tenemos una sentencia a un medio que publicó la identidad de la menor de La Manada. Tenemos ahora el caso de la chica violada presuntamente por Dani Alves, en el que ella necesita demostrar a la sociedad que es inocente y renuncia a una indemnización, un ejercicio terrorífico. 

Pero ya hubo voces críticas justo sobre eso. Quizás en el año 2000 no habría habido tantas. 

En el año 2000 no hubiese denunciado, quizás se hubiera ido a su casa. Y luego está ese sentimiento de impunidad de quien comete el delito. Porque si un alcalde o un político no hace la declaración de la renta todos le vamos a la chepa, pero todos vemos desfilar deportistas con sus abogados. Ellos defraudan, pero no pasa nada porque son mediáticos. La capacidad que tenemos de no juzgar los hechos, sino las personas, en función de datos que no conocemos, es brutal. 

Es algo que también exploras en la novela. 

Exploro que las víctimas no sean perfectas. Tenemos a una que denuncia ahora porque le conviene, pero eso no hace retroceder ni un milímetro el hecho de que haya sido abusada. Por eso decidí que no fueran víctimas ejemplares. Basta ya de exigírselo a las víctimas. No se lo exigimos a los abusadores, a los violadores o a los maltratadores: ¿por qué las víctimas tienen que ser ejemplares para que las creamos? En este punto de salida estamos. No tienen que ser santas. Para mí este libro no habla del abuso, habla de cómo denunciar el abuso. En este libro hay mucha gente que habla y mucha que calla. 

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