Sociedad

La rutina, ¿mecanismo de defensa?

Adoptar hábitos cumple una función protectora para nuestra salud mental: previene la ansiedad que nace de la incertidumbre. Desgraciadamente, ni podemos huir eternamente de lo desconocido ni debemos convertir la rutina en un mecanismo de defensa.

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28
abril
2023

Cada mañana, las manecillas del reloj anuncian el inicio de una coreografía casi perfecta. Las cápsulas de café, siempre de la misma marca, son acompañadas de la cantidad justa de azúcar. Ni más ni menos. Después, tras ducharse con el gel habitual y escoger un conjunto de ropa similar al de ayer, un podcast ameniza el camino hacia el trabajo, lugar en el que la rutina cumple una labor encomiable: reducir la incertidumbre. Y al llegar a casa, comienza la guerra sempiterna de decidir qué película ver, una lucha a la que uno pone fin dándole al play a esa serie que ya ha sido vista como mínimo diez veces. Aunque eso no es una desventaja: saber lo que va a pasar permite apagar el cerebro durante unos minutos, reduciendo la sensación de culpa por mirar el móvil mientras las escenas se suceden y los diálogos resuenan en tu cabeza. Sienta bien, ¿verdad?

«Dicen que el hombre es un animal de costumbres, más bien de costumbre el hombre es un animal», ironizaba el entrañable personaje de Mafalda. La rutina es una brújula que guía nuestra conducta y mejora nuestra calidad de vida, de eso no cabe duda, pero llevada al extremo corre el riesgo de convertirse en un antifaz frente a la realidad que nos desagrada.

Entre los beneficios de la rutina, nos encontramos con la organización o, lo que es lo mismo, una mayor productividad durante la jornada laboral y una mayor eficiencia del tiempo libre. También destaca la reducción de la ansiedad, emoción muy ligada a la incertidumbre: si anotas lo que va a suceder en tu agenda mental, es más fácil abordarlo sin desbordarte durante el proceso. La rutina incluso produce una mejoría en ciertos patrones psicobiológicos como la calidad del sueño, las pautas de alimentación o la actividad física. Pero no es una varita mágica. Si queremos que la rutina sea una aliada, ésta debe ser realista y flexible. 

Necesitamos aprender a ser flexibles para lidiar con la incertidumbre intrínseca a nuestra existencia

Para entender la doble cara de la rutina, necesitamos abordar primero un concepto: el locus de control interno, definido en 1966 por el psicólogo social Julian Rotter como la percepción subjetiva de que un suceso es dependiente de nuestro comportamiento. 

Con moderación, el locus de control interno es básico para nuestra salud mental. De lo contrario, heriríamos los sentimientos de nuestros seres queridos, menospreciaríamos cualquier forma de autocuidado o desatenderíamos nuestras obligaciones, motivados en los tres casos por la falsa creencia de que «nada depende de nuestro esfuerzo». Sin embargo, un absoluto locus de control interno también es pernicioso: creer que toda tu realidad está subordinada a tus intenciones es una calle de sentido único hacia la culpabilidad. Culpabilidad que nace de errores realistas como haber olvidado meter una lata de cerveza en la nevera para disfrutarla durante el fin de semana o no haber pagado el ticket cuando aparcaste en pleno centro, pero también de traspiés vitales que no dependen exclusivamente de ti, como suspender una oposición, que tu empresa se vaya a pique o sufrir un trastorno psicológico. Ante realidades tan complejas, el mantra que reza que «todo es cuestión de actitud» se convierte en algo vacío y destructivo. 

En esta guerra eterna por controlar cada parcela de nuestra vida, la rutina juega un papel esencial, pues se sustenta sobre un locus de control interno. En otras palabras, construimos hábitos para dejar menos espacio al azar o a las decisiones de los demás, y si bien no es malo esforzarnos por tomar el mando de nuestra propia vida, no debemos olvidar que siempre habrá factores externos que la condicionen.

Necesitamos aprender a ser flexibles para lidiar con la incertidumbre intrínseca a nuestra existencia. En cambio, huimos de la novedad convirtiendo la rutina en un escudo mágico como quien de pequeño entonaba la regla del «caballito blanco» cuando jugaba al pilla-pilla y no quería ser atrapado. El problema es que este mecanismo de defensa funciona en contadas ocasiones. 

Puedes seguir un plan de acción idéntico al que ha funcionado en el pasado en tu trabajo, pero un buen día te enfrentarás a la crítica de un cliente insatisfecho o de un jefe exigente. De igual modo, puedes controlar todo lo que comes o el ejercicio que haces, pero, presa de la ansiedad, sufrir un atracón en el momento menos pensado, engordar porque tu metabolismo cambia con la edad o enfrentarte a un confinamiento por un virus mundial que te impide acudir con regularidad al gimnasio. Por otro lado, puedes crear una rutina repleta de afecto y límites con tus hijos para que crezcan sanos y felices, pero en algún alto en el camino se rebelarán, dudarán o sufrirán sus propios dramas. 

A fin de cuentas, la rutina es una herramienta para vivir la vida de forma saludable, pero es imposible montar un mueble sólo con un martillo. Necesitamos actualizarnos, disfrutar de lo desconocido en moderadas dosis y, sobre todo, apagar el interruptor del locus de control interno de vez en cuando. 

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