«Cuando queremos, nos vinculamos a los demás»
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En su primera novela, ‘Los nombres propios’ (Sexto Piso), Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990) tenía un objetivo ambicioso: arrojar luz sobre la forma en que llegamos a convertirnos en quienes somos y sobre esas relaciones que, queramos o no, nos definen por completo. Su ambición, sin embargo, no ha desaparecido. ‘No todo el mundo’ (Sexto Piso), su última novela, es un conjunto de relatos sutil y profundo. Juntos, forman un tapiz literario con el que acercarse a uno de los fenómenos más escurridizos de la vida diaria: el amor moderno.
En el primer relato del libro somos testigos de una comparación: que las relaciones son como castillos de naipes. ¿Es el amor inherentemente frágil?
Creo que el amor es frágil, pero sobre todo me interesaba la comparación del castillo de naipes porque, al ser un relato narrado desde la ruptura, me gustaba la metáfora de cómo uno lo construye para derribarlo. Uno lo hace y luego lo tira, ¿no? Al final, cuando uno lo deja con alguien, muchas veces se dice que parece que todo el sentido de la relación ha sido para llegar hasta ese punto y dejarlo.
En las relaciones hay habitualmente una primera etapa más pasional que, luego, se apaga para dar paso a otra más serena, por así decir. ¿Puede durar el amor para siempre, tal como asegura el mito romántico?
Sí, pero creo que el amor tiene que ir cambiando. Cambiar de pareja es una forma muy obvia de cambiar de fase amorosa, pero creo que con la misma pareja también se puede ir reconduciendo una historia en común. El relato de la mujer a cuyo marido le da un infarto, por ejemplo, refleja una relación bastante larga. Por tanto, no creo que sea incompatible, lo que ocurre es que tiene que haber otras cosas dentro de una relación. En ese relato, precisamente, se cuenta que ya han hecho de todo: han ido un cumpleaños, han ido a un hospital, han viajado. Lo que pasaba antes es que se sabía qué hacer después, que era casarse y tener hijos, lo que seguía ocupando muchos años de vida. Ahora, muchas parejas tienen que decidir lo que quieren hacer: algunas quieren hijos, otras no… pero si no hay un proyecto después de esas primeras veces creo que es muy difícil sostener el amor.
¿Hay un cierto vértigo a la libertad?
La cuestión que se plantea, sobre todo, es que el amor no es una magia. Hablabas de una fase de pasión que luego se desvanece, pero detrás de esta tiene que haber también un proyecto común; incluso un cultivo de esta pasión. En el primer relato, se cuenta cómo Marcelo, uno de los personajes, se sube a la relación como quien se sube a un tren: ya somos novios, así que ya no hay que hacer nada. Creo que sí que hay que luchar contra eso. El amor no es mágico, las relaciones se van construyendo cada día.
«Después de esas primeras veces, sin un proyecto es muy difícil sostener el amor»
Lo que ocurre es que estamos en una fase de mucha instantaneidad. ¿Va esto en contra de la construcción de relaciones?
No sé si va en contra, pero también creo que influye en las propias relaciones. Veo parejas que tienen que hacer cosas todo el rato: planes cada fin de semana, viajes constantes… Meten en la relación esa velocidad. Yo creo que ayuda también dar espacios en los que no haces nada, que son días que se tienen, como ese domingo en el que de repente no haces nada. Está bien seguir preservando eso.
Annie Ernaux, relatando una de sus historias de pasión, sostenía que, a pesar de todo el daño recibido, la relación sentimental con otra persona la ataba más al mundo. ¿Es querer un elemento central de la convivencia colectiva?
Cuando queremos nos vinculamos a los demás, claro. El hecho de que alguien nos vea nos hace sentir vivos. Lo que pasa es que habría que diferenciar muchas cosas, ya que a veces hay vinculaciones tóxicas en las que el otro no te está viendo: no sé si eso te da la vida o te anula. Hemos idealizado la intensidad en las relaciones y, a veces, no creo que esta sea beneficiosa para nada.
En cierto momento sostiene también que el amor es «descubrirse a uno mismo ante la compañía ajena, que te miren fijamente como si supieran algo de ti que tú no sabes». Algunas autoras feministas, como Vivian Gornick en El fin del amor, rechazan en cierto modo que el amor suponga esta suerte de «realización personal». ¿Cree que el amor dice algo sobre nosotros mismos?
Habría que matizar ambas cosas: el amor en una relación honesta y saludable claro que te enseña cosas sobre ti, te hace conectar contigo misma y te hace vivir la vida de otra manera. Lo que no quiere decir, que creo que es lo que dice Gornick y estoy de acuerdo con ella, es que el amor sea un objetivo en la vida de nadie. Antes parecía que una mujer sin un marido no era nada y que el objetivo de la vida de ella era encontrar el amor romántico. Y estoy de acuerdo con ella: no creo en eso, creo que se tienen que resituar las cosas y los afectos. No creo que la crítica del amor romántico pase por cargarnos el amor completamente. Creo que pasa por tomárnoslo de otra manera, no por el cinismo total.
¿Debemos desmitificar la idea del amor o debemos idealizar el amor en cierto modo para que nos resulte una idea atractiva?
Debemos entender que todo tiene cosas negativas y positivas. Estamos criticando la idealización del amor y, entonces, parece que este es una mierda, pero no: ni una cosa ni la otra. El amor no es como en las películas de Disney, sino que es mucho más complicado, pero en esta complejidad también se vuelve más rico. Las cosas son más complejas de lo que parecen. Y es lo que he intentado en el libro, poner una gran lupa sobre la intimidad.
La mayoría de relatos de No todo el mundo son más de desamor que de amor. ¿Es un libro pesimista?
Yo diría que no. Quise que el libro terminara con una relación que comienza para dar también esa visión. Más que pesimista, lo vivo como un libro realista. Esto de te querré siempre, no digo que no pueda ocurrir, pero bueno: lo veremos cuando ocurra, ¿no? Antes era un drama absoluto si una relación terminaba y creo que eso ha cambiado, lo cual también es saludable. Además, es gracioso: hablando con lectores ha surgido un debate casi existencialista, porque en un club de lectura me comentaban que hay historias que acababan bien aunque la pareja no acabara junta. Y esto también es interesante. Quizás el final feliz pueda surgir porque cada uno pueda irse por su lado en paz, resolviendo lo que había que resolver. Siempre hablamos de las experiencias sentimentales como un lastre, pero estas pueden ser un gran aprendizaje.
«Cuando lo dejas con alguien también estás dejándolo con una parte de ti mismo»
El odio a la ex pareja es una transformación inversa del propio sentimiento del amor, ¿no?
Claro, cuando ese castillo de naipes se cae y uno ya no le ve sentido, creo que esos sentimientos negativos surgen en cuanto reflejo de los sentimientos negativos hacia uno mismo. Es decir, cómo cedí, cómo me presté a esto, cómo hice aquello… Es complejo, porque cuando lo dejas con alguien, al final estás dejándolo con una parte de ti mismo.
¿Hay un luto?
Claro, y si ha habido un vínculo importante también puede surgir una pequeña crisis de identidad.
Hablas de cómo se pudo ceder, cómo se pudo hacer tal cosa… ¿Hay una suerte de anulación de la voluntad o del yo en una relación?
Hablar de relaciones de forma categórica es muy difícil, pero una de las cosas que pasa muchas veces es que se pierde el yo y te metes en una fusión. Es lo que quise reflejar con ese relato en el que los apodos de los protagonistas son iguales: parecen la misma persona.
Tirando del hilo, y respecto a la emancipación feminista, ¿es el rechazo del amor –y por tanto, la absoluta falta dependencia emocional– la frontera última para que una mujer se empodere?
El feminismo que yo entiendo no estaría desechando ese tipo de amor. De hecho, estaría reivindicando mucho los cuidados, que son otra vía de amor, de empatía y de tener presente al otro. Lo que sí creo que rechaza al feminismo, y que tiene que ver con mucho de lo que se habla en este libro, es el reparto de roles de género tradicional, que más allá de la casa y el trabajo tiene en la pareja una serie de implicaciones.
Mencionas en varios de tus relatos, muchas veces con cierta burla irónica, algunos aspectos de la imagen del supuesto adulto abierto y moderno. ¿Crees que seguimos siendo primitivos?
No creo que sigamos siendo primitivos, pero me interesaba mucho la distancia que hay entre lo que queremos ser y lo que somos. Creo que ahora mismo hablamos muchas veces desde la teoría y a lo mejor aspiramos a una apertura mental que todavía no tenemos. Y no pasa nada por no tenerla, pero también se han condenado toda una serie de emociones en las relaciones, como los celos o la culpa, y lo cierto es que no pasa nada por sentirlas. Otra cosa es lo que se haga con eso: el modo tradicional de volverse controlador, por ejemplo, no tiene ningún sentido. La ironía iba un poco en esa dirección: estamos muy pendientes de cómo deberían ser las cosas según un ideal, pero yo creo que es mejor ver cómo son en realidad y lidiar con eso.
¿Es el deseo de deconstruirse, no?
Sí, y este me parece muy necesario e importante. Los anhelos creo que son esenciales: cuando uno desea estar deconstruido, a lo mejor no lo está del todo pero ya se acerca y hay un esfuerzo y una voluntad. De hecho, en el libro vemos a muchos hombres relacionarse con las mujeres desde otro lado.
El psicoanalista Massimo Recaltati sostiene, respecto a las relaciones sociales, que la irritación ante cualquier vínculo responde siempre al deseo de lo nuevo, a un cierto consumismo de cuerpos, algo que ejemplifica con el poliamor. Tú, en un relato, mencionas precisamente que en el deseo también hay voluntad y que el deseo sin ser voluntad es como ser un niño. ¿Ha matado el capitalismo, con su individualismo y consumismo, al amor?
Yo creo que no. De hecho, y no digo que el sistema en el que vivimos sea idóneo, creo que era más difícil amarse en otras épocas. El amor, tal como lo conocemos hoy, tan democratizado, es muy reciente. Antes, el matrimonio se daba por necesidad patrimonial o porque había que procrear. Lo que sí creo es que el capitalismo juega con nuestro deseo y nuestro capricho, y ahí es donde tiene que entrar el ser humano para poner una parte de humanidad y responsabilidad. El deseo sin responsabilidad no tiene ningún sentido.
«No creo que la crítica del amor romántico pase por cargarnos el amor completamente»
¿Por qué no se observan en los relatos ninguna de esas nuevas «formas de reorganizar los afectos», como el poliamor o las relaciones abiertas?
Lo cierto es que he intentado no usar esas palabras. Creo que hablamos muchas veces de las relaciones desde el punto de vista teórico, lo cual me parece muy bien y es muy útil, pero a mí me interesaba poner a estos personajes en la práctica. Y en la práctica hay parejas que sí, pero también hay muchas otras que no hablan en esos términos aunque se hablen cuestiones parecidas. Me interesan las zonas grises más que mostrar con las palabras de la academia lo que puede ser una relación poliamorosa. Vamos muy rápido, pero creo que de las relaciones que tuvieron nuestros abuelos o nuestros padres a las que tenemos ahora ya ha habido mucho cambio.
¿Son formas utópicas o difíciles de realizar?
Creo que es muy saludable que cada vez haya más modelos de relación y que cada uno pueda acogerse al que más le convenga y le satisfaga. Lo más difícil es ser honesto con uno mismo y entender lo que uno quiere y lo que necesita y saber dónde podemos encajar. Pero creo que es muy positivo que haya muchos modelos posibles y no uno solo.
En No todo el mundo hay un hilo conductor que, creo, es invisible, y es la vulnerabilidad. ¿Debemos aceptar nuestra fragilidad para vincularnos a otra persona?
Desde luego. En el libro hay amor, pero también hay mucho miedo al amor. Hay muchos personajes con miedo a vincularse, y yo creo que sí, este vínculo pasa por mostrar la vulnerabilidad. Lo que ocurre es que a veces la mostramos y no la cuidan. Nuestros abuelos no tenían ex novios, pero nosotros sí, y esto se cuenta en uno de los relatos: los golpes que se lleva la autoestima con los fracasos amorosos pasan factura, y eso hay que recogerlo y colocarlo.
Hace pocos días, el CIS revelaba que casi 7 de cada 10 españoles afirman que el amor «lo puede todo»…
Mi opinión es que no. Es uno de los tópicos románticos que he intentado revertir en el libro, especialmente con La virgen de la Macarena y Pupila dos relatos en los que se ven diferencias de clase y de edad. La literatura nos ha vendido que si hay amor se pueden vencer todos los obstáculos, y no digo que no se pueda nunca pero, desde luego, a veces no.
Carver, Cheever, Chejov: todos son los grandes maestros del cuento en cuanto formato literario y, en cierto modo, cronistas de una forma de vida, de una existencia. ¿Elegiste el relato para realizar una crónica sobre el amor moderno?
Sí, elegí el relato porque me interesaba mucho reflejar el amor no desde la épica, sino desde lo íntimo y lo cotidiano. En ese sentido, me parecía mucho más interesante poder contar con distintas historias, distintos personajes, distintos puntos de vista y distintas conclusiones. Creo que el libro se enriquece con esa variedad.
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