Sociedad

«Ahora, la libertad es un término pueril que básicamente consiste en hacer lo que nos da la gana»

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19
abril
2023

Un redactor que llega a los 40 años marcado por la precariedad –reflejo de esa última generación del siglo XX que vio su futuro arrasado por la crisis del 2008–, una trama que pretende alterar los resultados de las próximas elecciones en España y una relación sentimental: esas son algunas de las bases con las que el periodista y escritor Daniel Bernabé (Madrid, 1980) ha desarrollado su primera novela, ‘Todo empieza en septiembre’ (Planeta). Es un trabajo distinto de sus obras anteriores, ‘La distancia del presente’ y ‘La trampa de la diversidad’, que le catapultó al centro del debate sobre la fragmentación identitaria de la clase trabajadora. El autor, que también es colaborador de ‘El País’, ‘Infolibre’, y se asoma a los micrófonos de ‘Hora25’, en la Cadena SER, ha creado este artefacto literario atendiendo al momento social y político actual, invitando a los lectores a una reflexión: ¿podría la ultraderecha imponerse a la democracia?


El protagonista, Jaime Peña, trabaja en mil cosas para sobrevivir, apenas tiene dinero y ve que el mundo que le interesaba ha cambiado a peor. ¿Has querido reflejar un cambio de época?  

Sobre todo un cambio de valores. Hay una serie de maneras de enfrentarse a la realidad que tienen que ver con la política, pero también con la estética, con la música o con el amor, que han sido arrasadas por lo neoliberal. Jaime es consciente de que el mundo que él consideraba digno y elegante ha sido arrasado y solo quedan rescoldos del pasado. Lo que peor lleva no es que se haya acabado, sino que le llamen antiguo cuando lo recuerda. Hay una gran diferencia entre lo contemporáneo y lo moderno, porque él es muy moderno, pero la época actual no. También me apetecía contar una historia de la generación que no pudo asentarse cuando llegó a los 30, en la primera adultez, esa generación a la que le ha tocado vivir entre dos grandes crisis, la recesión del 2008 en su juventud y la pandemia en su adultez. Me interesaba hablar de toda esa gente que no ha podido formar una familia, ni comprarse un piso, ni estructurar bien su vida y llega a los cuarenta desencantada. En lugar de vivir, se han dedicado a sobrevivir, como Jaime.

«Hay una serie de maneras de enfrentarse a la realidad que tienen que ver con la política, con la estética, con la música o con el amor, que han sido arrasadas por lo neoliberal»

Hay un tono de frustración que recorre toda la novela, como si el protagonista se comparase con sus padres y sintiera que no ha cumplido con lo que se esperaba de él. ¿Dirías que la insatisfacción vital es un síntoma generacional? 

Me consta que hay muchos lectores que se han sentido identificados con él porque, al final, representa problemas compartidos por mucha gente. Jaime es consciente de que no ha podido ser como sus padres, que sus circunstancias son otras, y eso le provoca tristeza. Hay temas que me atravesaban y por eso los expongo, como el de la paternidad. Es cierto que vive con una sensación de haber fallado, aunque tampoco sabe bien si se ha fallado a sí mismo o más bien ha fracasado en las expectativas que otros depositan en él. Al inicio de la novela, Jaime está a la deriva porque se está dejando arrastrar, y poco a poco se va transformando. Me gustaba esa idea de borrón y cuenta nueva, de plasmar la historia de alguien que está parado y de pronto decide coger impulso e implicarse en la vida. En ese sentido, creo que he escrito un libro esperanzador, porque aunque el protagonista esté desencantado con el Madrid que añora o con los valores que imperan, sigue caminando y sigue defendiendo las cosas en las que cree. 

En la novela se nota que el protagonista se siente solo y agradece tener un apoyo como Irene, que la necesita. Es destacable ver cómo reflejas la soledad y los efectos colaterales de la pandemia.

Sí, porque Jaime es un tipo que tiene familia y amigos, pero se siente mal. A mí la pandemia me afectó mucho, nunca había estado dos meses completamente solo. Ese año cumplí 40 y me enfrenté a la finitud de la vida. Tenía miedo sin paliativos y empecé a sufrir la soledad. Además, después de la pandemia comprobé que algo se había roto y que las cosas que antes me podían valer para entretenerme me habían dejado de gustar. También me di cuenta de que, aunque se mantenían las conexiones digitales con las personas, cada vez me costaba más quedar con ellas. He querido reflejar todo eso en la novela, y también la desubicación de alguien que está a la deriva, que está acabando una etapa de su vida e intenta empezar otra sin tener un rumbo fijo.

La soledad también conecta con la precariedad. Ahora los jóvenes, como varios de tus personajes, tienen más normalizado compartir piso o tener contratos inestables. ¿Buscabas centrar el debate en las brechas generacionales, tanto en lo laboral como lo sentimental? 

Claro que conecta con la precariedad, van de la mano. Entre Irene y Jaime hay diez años de diferencia, y ella se ha adaptado mucho mejor a la indeterminación vital, sabe moverse mejor. Eso tiene su parte positiva, ya que encaras mejor la realidad, pero para mí es trágico porque supone normalizar no tener un contrato y vivir en pisos compartidos con alquileres desorbitados, como si fuera el único mundo que ha existido. De algún modo, Jaime se resiste al nuevo contrato social, lo que les hace gestionar de forma diferente toda la situación. En el libro también planteo que lo neoliberal ha calado en todos los ámbitos, incluido el amor. Ahora todos buscamos la rentabilidad y somos más egoístas porque, además, todo va tan rápido que tampoco tenemos tiempo que perder.

En el libro rompes con esa idea tradicional que aún sigue asentada acerca de los roles femeninos que buscan comprometerse. ¿Irene es una figura para criticar lo que imperaba socialmente?

Es verdad que, tradicionalmente, la mujer quería asentarse y el hombre seguía su estela, mientras que en la novela lo planteo al revés. Irene conoce la vida y los valores de Jaime, por eso le atrae, pero quiere una relación a su manera. Y Jaime busca algo más estable, porque necesita de alguien que le sirva de apoyo. Querer a alguien no es igual que necesitarle: mi protagonista necesita a Irene, pero eso es algo diferente a quererla. El amor, tal y como se había entendido en la segunda mitad del siglo XX, era algo que aportaba estabilidad socialmente, pero también un elemento injusto para la mujer, porque le atribuía una serie de papeles relacionados con el sostén familiar y los cuidados. Todo eso es indispensable para el capitalismo, pero le resta capacidad de elección, le impide dirigir su vida como ella quiera o tener una vida profesional. Afortunadamente, el siglo XXI ha cambiado esto, pero ahora creo que hemos confundido la libertad con el individualismo. Además, la precariedad impacta inevitablemente en la forma de relacionarnos y comprometernos.

«Tenemos una forma de relacionarnos que se parece cada vez más a la de los jefes con sus empleados: cuando no sacamos beneficio o se nos exige demasiado sacrificio, decidimos dejarlo»

¿Lo material repercute inevitablemente a las relaciones sentimentales actuales? 

La situación económica y laboral siempre tiene que ver con las relaciones personales. Ahora tenemos una forma de relacionarnos que se parece cada vez más a la de los jefes de personal con sus empleados. Cuando no sacamos beneficio de alguien o nos exige demasiado sacrificio, decidimos dejarlo. Lo de antes no era ideal, pero no lo hemos sustituido por una liberación real, sino por una forma de explotarnos unos a otros, que es un reflejo de la sociedad en general. Estamos cada vez más conectados, pero también más cansados y más solos. Hace cinco años me dio por usar Tinder y lo tuve que dejar, porque no respondía al uso de la aplicación. Ahora, más que ligar, lo que hacemos es buscar un rédito empresarial. 

Un problema que sobrevuela la novela es cómo las condiciones materiales afectan a la salud mental. ¿Le estamos dando el protagonismo que se merece? 

La salud mental es la gran olvidada del sistema público de salud porque la atención queda en manos privadas, lo que hace que solo una parte de la población pueda acceder a ella. Yo hace dos años que voy a terapia: siempre digo que mi psicóloga es una de las dos mujeres de mi vida. Creo que es importante dar con un buen profesional, pero también entender que gran parte de las dolencias relacionadas con la salud mental tienen que ver con el estrés, la explotación, la falta de estabilidad… Personalmente, he arrastrado grandes tristezas por rupturas, por el impacto de las redes sociales y otros problemas, y acudir a una terapia me sirve para que todo se vaya colocando. Es como ir al fisioterapeuta, pero mental. De repente sientes que las piezas encajan y encuentras un espacio de tranquilidad contigo mismo. Ahí también hay una brecha generacional, ahora se habla más de ello en el debate público. 

El periodismo es uno de los sectores que más cambios ha vivido. ¿Jaime representa un oficio que está muriendo?

El periodismo tiene unas hipotecas enormes por haberlo hecho mal con el poder, especialmente con el económico. Hay gente que necesita que no se sepa la verdad, la ultraderecha busca atentar contra la democracia y los medios son un canal perfecto para lograrlo. Jaime es un firme defensor del periodismo, sabe que es clave que haya profesionales que cuenten la realidad para luchar contra los que buscan lo contrario, pero comienza a preguntarse si contar la verdad es suficiente para defender la democracia. Esa pregunta sobrevuela toda la novela, porque ahora los que salen a la calle no lo hacen para denunciar que la televisión y los medios manipulan la información, sino que son precisamente los que cargan contra los periodistas y los consideran mentirosos. 

«El periodismo tiene unas hipotecas enormes por haberlo hecho mal con el poder, especialmente con el económico»

Otra cuestión que destacas es el acoso que reciben los periodistas. ¿Realmente hay una voluntad por hermetizar a la audiencia? 

Yo creo que sí, pero no solo por parte de la ultraderecha, que amenaza para moldear la información a su gusto. El acoso también viene por parte de partidos políticos como Podemos, que sitúa en la picota a periodistas con nombre y apellido. Hay una voluntad por hermetizar a la audiencia y que apenas haya debate, que simplemente se transmita la verdad que tú quieres imponer. Es una pena, porque el periodismo es una profesión que necesitamos más que nunca, pero hay profesionales que están siendo señalados y las redes amplifican todos estos discursos. Estamos en una época donde todo se vuelve un espectáculo televisivo y hay masas digitales que se dedican a insultar y amenazar sin límites. 

El personaje de Blas Estera es un claro homenaje al sindicalismo. ¿Se está perdiendo la idea de organización social frente al individualismo?

El periodismo y –en general– las profesiones comunicativas son las peores sindicadas, y así nos va. A mí esto me preocupa, porque el periodismo te da un nombre y un cierto prestigio, pero ya no existen las condiciones del pasado. Parece que se está asumiendo que la precariedad y la inestabilidad sean cosas normales. En estos últimos años, Comisiones Obreras ha tenido un papel definitorio en muchos temas de importancia en España y, sin embargo, hay una opinión extendida de que los sindicatos no hacen nada. Me parece algo que tiene bastante que ver con la modulación de las opiniones de la gente a través de los poderes televisivos. Los sindicatos tienen un papel muy positivo en la sociedad, por muchos errores que puedan cometer. Son estructuras necesarias que permiten luchar colectivamente. Cuando hay trabajadores que rehúyen de los sindicatos, en realidad están rehuyendo de su capacidad de organizarse para mejorar sus condiciones.

La política es un eje central de tu historia, y también sobresale una feroz crítica a las nuevas formas de entenderla. Actualmente, ¿importa más la forma que el fondo?

Quería hacer mención a la pasada década y al hecho de que la política interesa mucho más a la sociedad. El mundo se está derrumbando, la gente necesita explicaciones, y ahí hay cadenas de televisión, especialmente La Sexta, que transforman la política en entretenimiento. Pasamos al mismo formato de los programas del corazón, como si la política fuera una serie de Netflix con enredos y finales sorprendentes. Y la política no es eso: es organización, son ideas, es la capacidad de encontrar una forma para gestionar mejor los problemas sociales. El problema es que quien mejor entiende la comunicación es quien tiene más capacidad para imponer sus ideas, incluso cuando son falsas. Hay actores que saben comunicar bien y utilizan los medios para que sus mentiras calen.

«La política no es entretenimiento: es organización, son ideas, es la capacidad de encontrar una forma para gestionar mejor los problemas sociales»

El personaje de Claudia de la Hoz es bastante representativo. De hecho, afirmas que la democracia está en peligro cuando hay personas con poder mediático que naturalizan a la extrema derecho.  

En la novela digo que Claudia de la Hoz es la encargada de transformar la política del susurro en sentido común. La política del susurro es la que se practica alejada de los focos, fuera del Congreso, en los reservados de los círculos de poder. En España hay gente que cree que su opinión está por encima de la democracia y acuerdan cosas importantes que luego impacta directamente en la opinión pública. Claudia de la Hoz tiene un programa de entretenimiento y logra trasladar a la ciudadanía las ideas que le interesan. ¿De qué sirven los datos objetivos cuando hay personas que normalizan en prime time que exista un partido ultraderechista? Otra cosa que me preocupa es cómo pueden calar mentiras solo por repetirlas muchas veces, como cuando, por ejemplo, se califica al actual gobierno de ilegítimo: se lanza un mensaje de que es válido echarle a cualquier precio.

Todo esto que mencionas conecta con el tema de las conspiraciones. ¿Dirías que la digitalización ha creado más conspiranoicos?

El problema de base es que se ha perdido el criterio de autoridad. Antes, la gente se fiaba de determinadas personas que ofrecían una garantía de conocimientos sobre los temas que nos atañen como sociedad, ahora ya no. Existen conspiraciones ciertas, es evidente que hay una serie de grupos de poder que se creen con la capacidad de actuar al margen de los controles democráticos. Pero lo preocupante es que también surgen creencias de amenazas inexistentes que tienen gran aceptación por parte de de adultos funcionales, como el pánico absurdo por las vacunas en la pandemia. Una de las claves de esta novela es justo esa, la de plantear cómo hemos vuelto a creer en fantasmas y creencias demenciales. Creo que ahora se lanzan cortinas de humo para que la gente se entretenga mientras suceden otras conspiraciones reales.

Las redes sociales también pueden verse como herramientas que fomentan la cultura de la cancelación. ¿Qué opinas de ello? 

La cancelación es una cuestión más estadounidense, mientras que en España lo que tenemos son más bien campañas de desprestigio. Al final, por méritos propios o de los detractores, se te acaba construyendo un personaje. Lo que sucede con las redes sociales es que la gente se hace una imagen sobre ti y es muy difícil variarla si no te conocen en persona. Modulando un mensaje respecto a una persona e insistiendo en él reiteradamente, se lograban campañas de descrédito individual muy efectivas.

¿Todo este contexto nos resta libertad a la hora de expresarnos y de vivir en general? 

En otra época hablaríamos de la libertad con un tono muy diferente, porque la entenderíamos como una manera de obtener derechos democráticos, civiles y políticos. 40 años después, la libertad es un término pueril que básicamente consiste en hacer lo que nos da la gana. Lo que ocurre es que casi nadie puede hacer lo que le da la gana, porque la gran mayoría tiene unos límites económicos por su clase social que le impide vivir realmente libre. Por eso terminamos hablando de una libertad que consiste básicamente en dejar a los ricos que hagan lo que quieran, y esa es la libertad de políticos como Ayuso. La libertad es necesaria, pero es también es necesario el orden, que es algo que a la izquierda parece darle mucho miedo. Yo creo que necesitamos unos procesos democráticos que nos permitan a los que pintamos muy poquito en esta sociedad imponer con la fuerza de la ley nuestras fuerzas, nuestros deseos y nuestras necesidades. Eso es tener libertad.

Bajo el paraguas de la libertad, el personaje consume drogas y naturaliza una adicción. De hecho, tratas lo normalizadas que pueden estar en determinados ambientes en Madrid. 

Hay temas que me resultan fáciles de tratar en la novela, pero se me haría difícil hablar de ellos en un artículo, y este es uno de ellos. Es un asunto que no se trata habitualmente, porque creo que se ha naturalizado. Yo he salido mucho por la noche y he visto el mundo de las drogas muy de cerca. He visto cómo hubo una explosión en Madrid a final de los 2000, donde el consumo de cocaína, sobre todo, pasó a convertirse en algo muy natural. Y sigue siéndolo. No pretendo escribir algo moralizante, cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero sí quería dejar claro que no es ningún juego y que tiene consecuencias sociales y personales que pueden destruirte la vida. No quería plantearlo como un elemento lúdico, sino que saliera como un problema que al personaje le hace mella porque está enganchado y sabe que en algún momento va a tener que cambiar algo para no terminar mal. 

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