Sociedad
Los presidentes españoles
¿Son nuestros políticos visionarios o gestores? ¿Cuál es su estilo de toma de decisiones? ¿Cuáles son las claves de su liderazgo? El docente e investigador José Luis Álvarez explica el auge y la trayectoria de los diferentes presidentes españoles en su libro ‘Los presidentes españoles’ (Almuzara, 2024).
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Una primera medida de desempeño presidencial, la más sencilla, podría ser el éxito electoral: un dirigente político sería líder si así lo reconocen los ciudadanos con derecho a voto, otorgándole su confianza en una o más citas electorales. Sin embargo, esta es una evaluación insuficiente de liderazgo, ya que la ocupación del papel formal de presidente, derivada de ganar elecciones, no implica necesariamente un impacto real, sustancial, en la mejora de la vida de los ciudadanos. Ganar elecciones es una obvia condición necesaria, pero no suficiente, del liderazgo presidencial. Sin embargo, cuantas más elecciones gane un presidente, más oportunidades tendrá para poder implementar sus prioridades, o más eventos pueden suceder —por ejemplo, crisis—, que le permitan tomar decisiones y realizar actuaciones en las que demuestre liderazgo.
En España la primera etapa de la cadena que lleva al éxito electoral, como condición de posibilidad de liderazgo presidencial, es el nombramiento o la elección de un dirigente político como secretario general o presidente de un partido con probabilidades de ganar las elecciones y formar Gobierno, partidos de los que en España solo hay dos, PP y PSOE. Un segundo requisito es ganar las elecciones generales de manera que pueda acceder mediante votación en Cortes a la presidencia del Gobierno. Para ello, es suficiente con tener mayoría simple y obtener la presidencia a través de coaliciones parlamentarias estables, como la del PP con CiU en la primera presidencia de Aznar, sellada muy públicamente en el Hotel Majestic de Barcelona, o la de Pedro Sánchez con grupos a su izquierda y nacionalistas e independentistas o a través de acuerdos puntuales para complementar sus minorías mayoritarias, la llamada geometría variable utilizada, por ejemplo, por Rodríguez Zapatero y, en otro ámbito, por Pere Aragonés en la legislatura catalana.
Ganar elecciones es una obvia condición necesaria, pero no suficiente, del liderazgo presidencial
Ganar unas primeras elecciones a Cortes Generales habilita al secretario general o presidente del partido vencedor para dar el salto definitivo de miembro de la oligarquía del partido a jefe individual máximo, indiscutido, del mismo, permitiéndole desplazar a la antigua oligarquía, con cuyos miembros compitió para el liderazgo de su agrupación y, por tanto, de lealtad dudosa, y sustituirla por un equipo propio, de obediencia asegurada. Así, en un excelente ejemplo de esta dinámica, Rajoy reemplazó a los altos cuadros aznaristas, como Ángel Acebes, Eduardo Zaplana y Francisco Álvarez-Cascos, por los suyos propios, como María Dolores de Cospedal, Soraya Sáez de Santamaría, Carlos Floriano, etc. Lo mismo ha sucedido para el PSOE, como ya he afirmado, tras la llegada de Pedro Sánchez a la secretaría general.
El poder de los presidentes del Gobierno españoles sobre sus partidos nunca ha sido contestado internamente de forma significativa, salvo el caso de la UCD de Adolfo Suárez y las últimas semanas del presidente Zapatero, cuando Pérez Rubalcaba afirmó, literalmente, que él era el líder del PSOE, cuando todavía el presidente del Gobierno era secretario general del partido y aún no había tenido lugar el congreso de Sevilla, en el que Alfredo Pérez Rubalcaba ganó la secretaría general a Carme Chacón.
En un sugerente artículo, Winter (1987) argumenta, con estimable apoyo empírico, que existe una notable diferencia entre aquellas características de los candidatos a presidentes que los hacen atractivos para vencer en una elección concreta y aquellas otras características conducentes a impactar sustancialmente, a largo plazo, la vida de sus conciudadanos y así poder merecer ya como presidentes el juicio de liderazgo o, incluso, de grandeza histórica. Estas evaluaciones de grandeza histórica presidencial se realizan por politólogos e historiadores en base a indicadores de impacto, como el activismo presidencial reflejado en el número de legislaciones promulgadas y los logros tangibles de sus gobiernos (Simonton, 1994). Winter sostiene que lo que lleva al éxito electoral en una elección concreta es la congruencia o similitud entre, por un lado, el perfil psicológico, y sociológico de un candidato y, por otro, el perfil dominante en los electores. Dicho académicamente: el isomorfismo (que significa misma forma) psicológico, social y político entre candidato y votantes.
Winter utiliza, como indicadores de esta alineación entre candidato y votantes, las tres orientaciones psicológicas básicas de los líderes propuestas por McClelland (1975), en su influyente texto Power: The Inner Experience, orientación al logro, orientación a la afiliación e intimidad y orientación al poder.
Este texto es un fragmento de ‘Los presidentes españoles’ (Almuzara, 2024), de José Luis Álvarez.
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