Los diez mejores discursos de la historia
En batallas, en defensas ante tribunales o en libros que quieren cambiar el curso de la historia. Estas son algunas de las piezas claves de la oratoria, esas que son capaces de impactar más allá de su momento.
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Algunos fueron políticos consagrados. Otros se vieron envueltos en la circunstancia de tener que improvisar –o preparar para la ocasión– palabras de aliento, que despertasen el fervor popular o aplacasen la ira de la turba. Unos pocos, en cambio, dirigieron sus esfuerzos en la oratoria por accidente para defender la causa que creyeron noble, justa o provechosa.
La historia guarda cientos de miles de discursos solemnes. De entre ellos, son numerosos los que han sembrado un antes y un después. He aquí diez de ellos que –desde la Antigüedad hasta nuestros días– han forjado nuestro presente.
Sócrates se defiende durante su juicio público
Una denuncia por asebeia (impiedad) y por corrupción de la juventud bastó para que Sócrates pasase definitivamente a la historia de la filosofía universal. Según reflejaron en sus obras autores como Platón y Jenofonte, que fueron discípulos del pensador ateniense, Sócrates se enfrentó a un juicio público en el 399 a.C. Tuvo que defenderse de los cargos ante quinientos miembros del jurado ante los que debió aplicar su conocida mayéutica. No tuvo grandes efectos: terminó condenado y, en virtud de sus acusadores, a muerte por cicuta. El filósofo se negó a huir de la ciudad por coherencia con sus propios principios éticos. Su ejecución es ampliamente conocida, como también lo es el legado de aquel suceso supuso una inspiración para miles de autores posteriores.
Alejandro Magno antes de cruzar el Hidaspes
«Macedonios y aliados griegos: al ver que ya no me seguís en designios arriesgados con una determinación semejante a la que antes os impulsaba os he reunido a todos en un mismo lugar para comprobar si os puedo persuadir de continuar adelante conmigo o, en cambio, si vosotros sois quienes me convencéis a mí de regresar al hogar».
Arriano de Nicomedia recogió en su obra Anábasis de Alejandro Magno una versión ficticia de lo que debió de ser el discurso que el rey macedonio dirigió a sus tropas ante sus deseos de atravesar el río Hidaspes (en el actual Pakistán) y avanzar hacia la India, tierra de mitos, sabiduría y riqueza sin parangón en el 326 a.C. Sus hombres, de muy diversa procedencia (macedonios de las primeras campañas, persas, egipcios, mercenarios de las estepas y un largo etcétera), estaban fatigados por el inagotable deseo de Alejandro por seguir batallando contra nuevos y temibles enemigos. Aquel discurso memorable conllevó la pírrica victoria helénica en la Batalla del Hidaspes, el fin de la campaña india de Alejandro y la creciente toma de conciencia en los rasgos comunes de identidad de los griegos.
En su histórico discurso, Cicerón defendió la integridad institucional de la República frente a cualquier otra forma de poder
Cicerón se dirige al Senado tras el asesinato de Julio César
El famoso político, orador, jurista y filósofo, Marco Tulio Cicerón, no solo pasó a la Historia por sus dotes con la palabra y su cargo como cónsul (y como homo novus, además, es decir, el primero de su estirpe en lograr alcanzar un cargo de tal relevancia) de la República Romana. La toma del poder de Julio César provocó que Cicerón se retirase de los asuntos de Estado al sur de Italia, tiempo en el que escribió su obra y se casó con una joven.
Hasta que llegaron las noticias del asesinato de Julio César en el año 44 a.C. y de la huida de los conjurados, que temían represalias inmediatas. Cuando Cicerón llegó a Roma se encontró con un Senado incapaz de tomar el control y unos adeptos a la figura de César tan ausentes como sus detractores. Los senadores que quedaban, al ver a Cicerón, le pidieron que tomase él el poder, pero el romano se negó en un discurso en el que defendió la integridad institucional de la República frente a cualquier otra forma de ejercicio del poder. El final es conocido: Cicerón acabó asesinado tiempo después por orden de Marco Antonio. ¿Qué hubiera sido de Roma si el jurista hubiese aceptado el encargo del Senado?
Juana de Arco en Orleans
Mil cuatrocientos veintiocho. Francia estaba contra las cuerdas. Los ingleses tenían sitiada la ciudad de Orleans. La joven Juana de Arco llegaba con las tropas confiadas por el rey francés a la ciudad. En su periplo había reunido refuerzos y miembros del clero que admiraban la intensidad de una doncella que, supuestamente guiada por Dios, cosechaba victorias y guiaba a los hombres a la batalla.
Juana de Arco había dirigido un escrito a los ingleses avisando de la ruina que se les avecinaba si no se retiraban a sus islas. Finalmente, la joven exhortó a sus hombres a luchar bajo la guía de Dios por la liberación de Francia, siguiendo su propio plan de guerra hasta conseguir que los invasores levantasen el sitio. El final de la heroína de la Guerra de los Cien Años fue cruel (quemada en la hoguera con diecinueve años por los ingleses acusada, entre otros cargos, de travestismo), pero su memoria y su determinación conllevaron a la victoria francesa en la guerra y determinaron el papel que jugaría Francia en el futuro tablero político europeo.
Étienne de la Boétie revoluciona Francia
Siendo un adolescente, el filósofo y magistrado francés Étienne de la Boétie pronunció el Discurso sobre la servidumbre voluntaria en 1574. Con una erudición que impactó por la juventud del autor y la fuerza de sus palabras, De la Boétie se adelantó a la Ilustración atacando frontalmente al absolutismo y el feudalismo, poniendo en duda la legitimidad de las autoridades y analizando el origen de la sumisión humana. El trabajo, publicado más adelante en latín y en francés, influyó sobremanera en autores como su contemporáneo, Michel de Montaigne, o los archiconocidos Voltaire, Diderot o Jean-Jacques Rousseau, pilares del movimiento que transformaría Europa poco más de un siglo después.
Uno tras otro, los militares fueron sumándose a las filas de Napoleón, persuadidos por el discurso del carismático líder
Napoleón Bonaparte regresa de su destierro en Elba
Son numerosos los discursos que hicieron célebre a Napoleón Bonaparte, y no solo ante batallas decisivas como Austerlitz o Borodinó, sino también en momentos cumbre, como cuando se despidió de su ejército cuando fue conducido a su primer destierro en la mediterránea isla de Elba. Pero la más convincente puesta en escena del emperador de los franceses ocurrió a su regreso al continente. Napoleón fue avanzando con el pequeño contingente militar con el que había regresado de Elba en dirección a París, mientras que el títere rey de las potencias adversarias de Francia, Luis XVIII, fue enviando contingentes para detenerle.
El emperador instó a los soldados a reconocerle y a dispararle impunemente si querían de verdad hacerlo. Uno tras otro, los militares fueron sumándose a las filas de Napoleón, persuadidos por la creciente suma de adeptos y el discurso del carismático líder. Cuando el rey supo que Bonaparte estaba llegando a la capital huyó precipitadamente al exilio, dando lugar al conocido como Imperio de los Cien Días. La derrota final en Waterloo en 1815 supuso el fin del proyecto político de aquel corso que desde joven soñó con imitar a Aníbal, Julio César y Alejandro Magno.
Lenin se dirige a las masas durante la Revolución Bolchevique
Otro genio de la palabra fue Vladímir Ilich Uliánov, «Lenin» para los amigos y para los enemigos. De entre sus muchas arengas al proletariado, ante los intelectuales y en beneficio de la revolución, uno de los discursos más elocuentes fue el que dirigió a los soviets bolcheviques el 6 de noviembre de 1918 en el aniversario de la revolución. En él no solo revisa los logros obtenidos por el pueblo ruso, sino también fija los próximos movimientos y renueva las energías de una población sumergida en la guerra civil contra la Rusia Blanca (los burgueses y defensores del régimen imperial).
Adolf Hitler en Núremberg
Y siguiendo la estela del éxito de Lenin, Adolf Hitler hizo lo propio en Núremberg durante el Congreso del Partido Nacionalsocialista Alemán en 1934. Una puesta en escena más que una simple prédica de la mano del genio de la propaganda, Joseph Goebbels, estudiado en su tiempo y en la posteridad. Más allá de su contenido, el valor de este discurso del líder alemán radica en su contextualización: su impacto en la población fue decisivo para impulsar el compromiso de los alemanes con la maquinaria económica, social e ideológica que acababa de poner en marcha junto con su camarilla. También del horror que se avecinaba. Como curiosidad, el «espectáculo» fue filmado por la cineasta Leni Riefenstahl, considerada una de las grandes innovadoras del séptimo arte.
Mahatma Gandhi aplaca la ira de la turba
Unos años antes de que Hitler y el partido nazi alemán comenzase un tiempo de violencia como nadie antes había visto jamás, Mahatma Gandhi, convencido de la doctrina de la no-violencia que admiraba de pensadores como Henri David Thoreau o León Tolstói, aplacó a una turba enfurecida que amenazaba con una sangrienta revuelta por la condena por el delito de sedición al que fue condenado el jurista por los tribunales coloniales en 1922. Aquel no fue solo un momento decisivo para las personas que se habían reunido dispuestas al conflicto con las autoridades, sino que lo fue para toda la humanidad, forjando definitivamente la doctrina de la resistencia pacífica.
Rachel Carson denuncia la agresión al medio ambiente
La científica Rachel Carson fue la madre del ecologismo moderno y la autora de uno de los libros clave del movimiento, Primavera silenciosa (1962), libro en el que, a modo de discurso, advierte de los peligros del uso masivo de sustancias químicas sobre el medio natural y la necesidad de proteger el medio ambiente. No obstante, la bióloga también se dirigió en múltiples situaciones a las instituciones y a la sociedad civil llegando a convertirse en una referencia que aún sigue muy viva casi sesenta años después de su fallecimiento.
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