Siglo XXI

El poder de la narrativa y el tecnohumanismo

En ‘Tecnohumanismo’ (La huerta grande), Pablo Sanguinetti analiza el poder configurador de lo narrativo desde un momento histórico en el que nos enfrentamos al desafío de diseñar uno de los relatos más importantes que haya tenido que contar nuestra especie: el relato sobre la inteligencia artificial.

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27
julio
2023

Dos investigadoras de la Universidad de Harvard llamadas Alia J. Crum y Ellen J. Langer llevaron a cabo en 2007 un experimento sorprendente. Seleccionaron a ochenta y cuatro empleadas de la limpieza en hoteles y las separaron en dos grupos. Al primer grupo se le hizo ver que su trabajo constituía una forma de ejercicio físico, más o menos equivalente al que recomiendan los médicos para llevar una vida sana. Al segundo grupo no se le dijo nada. Apenas cuatro semanas después, el grupo que identificaba su quehacer diario con gimnasia no solo se mostraba convencido de practicar más actividad física. También había mejorado sus datos de peso, índice de grasa corporal y presión sanguínea. Y esto sin alterar su comportamiento real, aseguran Crum y Langer en su artículo, titulado «La actitud mental importa».

El experimento plantea diversas discusiones científicas sobre el efecto placebo y sobre el modo en que nuestra actitud influye en los beneficios del ejercicio físico. Pero también vale para ejemplificar una verdad que todos, en mayor o menor medida, descubrimos en algún momento de nuestra vida: somos lo que nos contamos sobre nosotros mismos. El modo en que narramos una situación importa tanto como la situación en sí y altera no solo cómo la percibimos, sino también el efecto real que tiene en nosotros. Las historias nos dan forma. O, parafraseando el título de Crum y Langer, «los relatos importan».

El modo en que narramos una situación importa tanto como la situación en sí

Vale la pena recordar ese poder configurador de lo narrativo desde este momento histórico en el que nos enfrentamos al desafío de diseñar uno de los relatos más importantes que haya tenido que contar nuestra especie: el relato sobre la inteligencia artificial. Una tecnología que persigue el hito definitivo en nuestra evolución —la creación de una inteligencia no humana— y que incluso antes de alcanzarlo nos confronta con preguntas ancestrales sobre quiénes somos, qué lugar ocupamos en el universo y qué nos hace únicos (en caso de que lo seamos).

Si alterar el relato sobre el ejercicio físico que practicamos puede cambiar nuestro cuerpo, la forma en que nos expliquemos la inteligencia artificial y el lugar en el que deja al ser humano definirá en parte nuestro desarrollo existencial como especie.

¿Cómo contaremos esta historia? ¿De qué forma usaremos el efecto transformador de la narrativa para que el impacto de la inteligencia artificial en nosotros, en nuestra forma de ser humanos y de relacionarnos con el mundo, se alinee con los valores y objetivos de nuestra especie? ¿Y en manos de quién dejaremos el diseño de ese relato? ¿De un empresario, un tecnólogo, un publicista, un periodista, un filósofo, un artista? ¿Qué intereses y qué fines perseguiría cada uno de esos narradores? ¿Cómo nos afectaría?

Tecnología y narración

El experimento de Crum y Langer replica un fenómeno antiguo. Desde hace miles de años, modelamos el mundo procesándolo en forma de relatos. El biólogo Edward O. Wilson define por eso al ser humano como «especie narrativa». Las historias constituyen un motor evolutivo clave porque sirven no solo para entretener, transmitir información valiosa o compartir experiencias, sino también para organizar nuestra percepción de la realidad. Vivimos dentro de un conjunto de relatos. Somos un conjunto de relatos.

En este sentido, el relato puede entenderse como una forma de tecnología: un artificio que nos permite transformar el mundo, transformarnos a nosotros mismos y descubrir zonas de la realidad hasta entonces inaccesibles.

Y si admitimos que todo relato es una tecnología, no debería sorprender la propuesta inversa, igual de evidente pero menos obvia, de que toda tecnología es a su vez un relato. La savia que anima los engranajes, las fórmulas matemáticas y las ideas disruptivas del universo técnico es de carácter narrativo. Historia y tecnología constituyen realidades enlazadas e inseparables.

Ninguna novedad técnica se nos presenta desnuda, de forma directa y neutra

Esto ocurre al menos en dos sentidos. En primer lugar, el objeto técnico nos habla. Lleva inscrito un texto implícito que nos dice algo nuevo sobre el mundo, determina nuestra forma de habitarlo y de percibirlo. Eso que llamamos «realidad» tenía un aspecto muy diferente antes del telescopio, la nevera, la escritura o las ecografías, y lo mismo puede decirse de eso que llamamos «nosotros». Nos construimos en un diálogo continuo con los objetos que nos rodean. Existimos con ellos y a través de ellos. He desarrollado esta idea algo más en el ensayo «Sobre las literaturas no humanas» de este volumen.

El segundo modo en que lo narrativo impregna el mundo de la tecnología se refiere al modo en que la contamos. Ninguna novedad técnica se nos presenta desnuda, de forma directa y neutra. En tanto que «especie narrativa», para procesarla debemos filtrarla a través de relatos. Y el tono de esos relatos afecta el modo en que entendemos una tecnología, creemos en sus posibilidades, reconocemos sus riesgos, la per- cibimos con afecto o recelo.

Según diversos estudios, por ejemplo, la apertura de la sociedad japonesa moderna a los robots se re- monta en parte a una religión más vinculada a la naturaleza, un acervo mítico nutrido de amigables espíritus no humanos y a una cultura popular animista acostumbrada a ver alma más allá de lo humano. Esas narrativas la predisponen mejor a la máquina que una sociedad como la occidental, apoyada en la desmitologización de la naturaleza, educada en relatos de rivalidad creador-creación y familiarizada con una aterradora lista de seres artificiales que quieren destruirnos, de Frankenstein a Terminator.


Este es un fragmento de ‘Tecnohumanismo‘ (La huerta grande), por Pablo Sanguinetti.

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