Cultura

«El arte no tiene ninguna responsabilidad con la política o la moral»

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30
marzo
2023

John Banville (Wexford, 1945), vestido con una chaqueta de tweed y al resguardo de un bucólico paisaje, ofrece la imagen de un perfecto irlandés. El eterno aspirante al Nobel, ganador del Premio Princesa de Asturias en 2014, mueve suavemente la copa de vino blanco que tiene en la mano y, entre pequeños sorbos y al otro lado de la videollamada, discurre sobre las múltiples facetas que esconde su nuevo libro, ‘Las singularidades’ (Alfaguara). Arte, amor y muerte se entrelazan en la conversación a raíz de un libro que, en cierto modo, es un testamento literario: «No voy a hacer ninguno más como este».


Las singularidades, del que ya ha dicho que probablemente sea su último libro, tiene todos los ingredientes de sus obras anteriores: hay drama, ironía, romance, ciencia y, por supuesto, muerte. Es casi un libro total. ¿Por qué?

Bueno, es el último libro de este tipo. No voy a hacer ninguno más como este. Me llevó cinco o seis años escribirlo y ahora tengo 77 años… Sigo escribiendo novela negra y periodismo, pero no creo que haga esa clase de libro nunca más. He escrito muchos libros, probablemente demasiados, por lo que prefiero parar. Pero seré sincero: puede que cambie de parecer el año que viene. Si hago otro, creo que lo llamaré Sinatra’s Last Tour.

Siempre ha dicho, además, que en cierto modo odia sus libros.

Odio leerlos, sí, porque no está bien, no son perfectos. En ese sentido, todas las obras de arte son fallidas, y la mía no es una excepción. Creo que es un asunto de tener la conciencia del fallo.

¿En parte, no obstante, es porque la ficción suele revelar algo sobre uno mismo?

No sé si revela algo sobre la persona, pero creo que la única función de la ficción es darnos un sentido elevado respecto al hecho de estar vivo. Hay un proceso doble a la hora de escribir: me olvido de mí mismo, y adquiero una conciencia mucho mayor de lo que significa ser humano.

«Nos hemos vuelto los pequeños dioses del universo y eso es lo que nos vuelve infelices»

¿Hay algo de narcisismo a la hora de escribir? Pienso, por ejemplo, en la autoficción.

Ese no es mi estilo, soy old fashioned, soy como un viejo escritor del siglo XIX. El arte es impersonal. Como dijo TS Eliot, los artistas escapan de ellos mismos, de sus personalidades. Y creo que es completamente cierto: cuando me siento a escribir, dejo de existir. A veces, en los festivales literarios y otros eventos similares, sé que la gente me mira y dice: es un poco más bajito de lo que parece, está viejo, creo que era más guapo antes… Pero quiero decirles: la persona con la que crees que estás hablando no está aquí; no existe en este mundo. Solo existe cuando se sienta en su escritorio.

Es interesante que uno mismo desaparezca si tenemos en cuenta que Annie Ernaux, la ganadora del Nobel este año, es especialmente biográfica y personal en ese estilo de autoficción.

Eso es lo que pretende, pero tú no puedes escribir si eres completamente consciente de ti mismo. Ni siquiera con otro tipo de trabajo artístico. El material puede ser suyo: su vida, sus sucesos, sus relaciones. Pero la elaboración del libro en sí, sin embargo, tiene que ser impersonal. Si no, sería incapaz de hacerlo.

«Cuando me siento a escribir, dejo de existir»

Volviendo a Las singularidades, casi todos los personajes tienen una sensación de tristeza en su interior, como si estuvieran perdidos en algunos casos. ¿Es un reflejo de su perspectiva acerca del mundo?

Creo que la vida es triste, gloriosa, horrible y alegre. Creo que es todas esas cosas. Es la maravilla de la vida, y me encanta estar vivo. No me importaría volver a empezar a vivir de nuevo otra vez: cometer los mismos errores, quedar en ridículo… No me importaría. Pero es triste, por supuesto, porque sabemos que vamos a morir tarde o temprano. Los animales conocen la muerte, pero no siguen esa conciencia sobre ella que tenemos nosotros. Solo, si acaso, cuando les llega el momento. Nosotros nos obsesionamos con ella desde que somos pequeños. ¿Cómo vivir sabiendo que vamos a morir? Una vez se lo pregunté a un amigo mío, a lo que me respondió, ¿cómo no vivir sabiendo que vamos a morir? Nos encontramos en una situación extraña: somos arrastrados a este mundo, a este peculiar planeta que parece no tener conexión alguna con nosotros. Creo que el problema, lo que causa nuestra infelicidad, surge cuando perdemos el vínculo con el mundo animal y nos volvemos como pequeños dioses del universo. Eso es lo que nos vuelve infelices. Si eres un perro o un lobo en la naturaleza nunca vas a sufrir esta clase de penurias. Nietzsche tiene un aforismo fantástico en este sentido: «Creo que los animales ven en el hombre un ser igual a ellos que ha perdido de forma extraordinariamente peligrosa el intelecto animal; es decir,  ven en él al animal irracional, al animal que ríe, al animal que llora, al animal infeliz». Si me siento aquí, a leer, mi perro se quedará mirando y dirá: ¿qué hace ahí sentado cuando podría estar por ahí jugueteando? Y no puedo explicárselo: somos conscientes de la muerte, por lo que no podemos ser iguales. Tampoco somos mejores. Simplemente diferentes.

Ese aforismo es similar, en parte, a aquel de Dostoyevski sobre que es la gente que piensa la que sufre.

El problema de Dostoyevski es que era un adicto al juego. Y luego tuvo este incidente por el que fue puesto frente a un pelotón de fusilamiento para finalmente salvarse en el último. Encuentro parte de su obra maravillosa, pero seré sincero: la mayor parte creo que es aburrida.

Menciona esta conciencia de la muerte y precisamente dedica el libro a su ex mujer. Al final de la primera parte del libro, además, uno de los personajes llega a decir que «es imposible que todo esto sea en vano». ¿Estamos atrapados en una existencia absurda de algún modo?

Oh, no. Es un lugar maravilloso. Estoy sentado aquí, viendo la lluvia… Y es algo extraordinario. La lluvia lo es, por ejemplo: estás caminando por la calle y, de pronto, empieza a caer agua del cielo. Estamos acostumbrados, por supuesto, pero es fantástico. De hecho, estoy convencido de que no estamos hechos para este lugar: estamos preparados tan solo para un lugar plano, sin ningún rasgo distintivo; vacío, como la Luna. Y, aun así, nos encontramos aquí. ¿Y qué hacemos desde el principio? Comenzar a destruirlo. Si la madre naturaleza no nos destruye con un buen virus, nosotros la destruiremos. Tenía grandes esperanzas con la covid-19, pero no funcionó, lo derrotamos. El siguiente seguro que sí. [ríe]

Este último libro es complejo, sobre todo si nos centramos en la riqueza del lenguaje que usa, lo cual es algo bastante inusual. ¿Siente que la literatura se ha simplificado?

Como dijo mi amigo Martin Amis, ya no queremos libros grandes y complicados, gracias. Y sospecho que es verdad. No leo mucha ficción actual, por lo que no sé muy bien el estado actual de la literatura. Escribo libros, pero no leo críticas, no sigo tendencias y no quiero saber lo que la gente piensa de mi obra. No me importa. En ese sentido soy libre, supongo. Y creo que todo artista debería ser así, debería dejar de escuchar lo que la gente dice sobre ellos. Pero sí, es un libro complejo, y así quería que fuera, sinceramente. Un amigo me dijo hace poco: tu libro fue un gran éxito, ¿no? Y cuando le pregunté a qué se refería, me dijo que se habían vendido muchas copias. Le dije que si fuera así estaría muy preocupado.

¿Un artista, entonces, debe permanecer fuera de esa contaminación?

Oh, no, debe contaminarse, pero del mundo, no de la gente. Sobre todo, no deben escuchar lo que digan los críticos. Y lo digo porque yo mismo he reseñado libros: solo tienen dos semanas para leérselo, y cuando lo acaban, incluso aunque les guste, les pone de mal humor tener que escribir sobre él.

«Esta nueva noción de que los libros deben tratar sobre tu vida o tus relaciones es un sinsentido ridículo»

Ha criticado la llamada cultura woke y ahora menciona a los críticos. ¿Siente que se dan más valor a esas obras que se califican como «necesarias» en un sentido moral?

El arte no tiene ninguna responsabilidad para con nada. Velázquez pintó Las Meninas no para hacer del mundo un lugar mejor, curar el cáncer, que los niños estudiasen mejor… Lo pintó para crear un nuevo objeto que tuviera lugar en el mundo. El arte no tiene ninguna responsabilidad en relación a la política, los códigos morales o cualquier otra cosa. Y una de las cosas que hacen las obras de arte más valiosas es el hecho de que el artista siempre lo hace lo mejor que puede. No importa lo horrible que sea la persona en cuestión: la obra siempre va a ser auténtica y cierta. Louis-Ferdinand Céline era un horroroso antisemita, y era despreciable de muchas maneras, pero sus libros eran maravillosos. Y es porque no tiene nada que ver con quién es uno. Pero esta nueva noción de que los libros deben tratar sobre tu vida, tus relaciones… Es un sinsentido ridículo.

Es una noción que une al arte en cierto modo a una suerte de justicia social, ¿no?

Pero no sé nada de justicia social. Solo me importa crear arte. Y eso es lo que la hace valiosa: que no me importa nada más. Un artista debe ser honesto y no pretender que la está escribiendo por la sociedad, por su propio compromiso. Eso es basura. Esto si son artistas de verdad, claro. Hay muchos que son un fraude y lo hacen para conseguir ligar con las mujeres o para hacer dinero.

¿Se ha vuelto el arte menos adulto en cierto modo?

Eso me parece, pero también es cierto que estas situaciones van y vienen. Todo parece estar siempre cambiando, pero la verdad es que ni el mundo ni la gente cambia. Somos exactamente iguales que cuando estábamos dentro de las cavernas hace 12.000 años atrás. Tenemos mejor ropa, calefacción central, no ejecutamos a gente en público… pero esencialmente somos iguales. Somos los animales que siempre hemos sido.

Entonces, ¿cree que continuamos siendo primitivos?

Mira las guerras que hay a lo largo del planeta: ¿para qué sirven? De todos modos, creo que las mujeres deberían tomar el mando. Los hombres lo han convertido todo en un desastre, y llevamos a cargo desde que estábamos en las cuevas, así que…

Entiendo que se considera feminista.

Oh, desde luego. Lo llevo siendo desde que era adolescente, y entonces no era algo atractivo. Pero siempre me han encantado las mujeres, me fascinan. Las encuentro mucho más interesantes que los hombres. Los hombres son bebés enormes preguntándose dónde se ha ido su madre. En cambio ellas, a la edad de 12 años, lo saben todo. Una de las cosas que hacen las mujeres –y me lo contó mi ex mujer, que era profesora– es que, cuando cumplen esa edad, hacen como que son estúpidas porque se dan cuenta de que los chicos, si no, no se van a interesar en ellas. Deberían dar un paso más allá y tomar el mando. Podríamos hacer el experimento. Que gobiernen durante 20 años. Quizás terminen las guerras.

Pero si uno piensa en Margaret Thatcher…

Exacto, justo estaba pensando en ella. Aunque no era una mujer: era una suerte de hombre disfrazado, un matón, una persona hambrienta de poder. Las mujeres cuentan con un objetivo cercano al amor, pero creo que los hombres lo único que aman es el poder. Y lo hacen porque es lo único que tenemos. Pero no creemos en el amor, incluso aunque seamos queridos por nuestros padres, hermanos, amigos o novias. No nos lo terminamos de creer, siempre ponemos todo esto a prueba. Y la razón es porque no sabemos qué demonios es. Las mujeres, en cambio, sí, y lo hacen de forma natural. Se ve en la propia forma en que sonríen. Me ocurrió el otro día en un restaurante que solo estaba regentado por mujeres. Recuerdo una de ellas: sonreía de una forma que, incluso aunque no fuera especialmente guapa, mostraba una forma maravillosa de ser humana. Dejé una propina enorme porque me alegró completamente el día. Lo digo en serio. Aunque no le dije nada, no quería incomodarla o que alguien llamara a la policía.

¿Cree que hay cierta corrección política?

La política no me interesa demasiado. Voto, sí, y supongo que soy vagamente liberal, pero la política es un misterio para mí. Recuerdo que alguien decía, no obstante, que la política era como el mundo del espectáculo para los feos.

Menciona el amor, y en parte parece que su perspectiva ha cambiado: en Las singularidades, el amor es aparentemente turbulento; en El mar, en cambio, es un sentimiento más puro y noble. ¿Te sientes más pesimista en este sentido?

El mar no había sido escrito por alguien que llora la muerte de un ser querido como mi ex mujer, claro. Es un mundo muy extraño, si uno se para a pensarlo. Hay miles de millones de personas y, un día, ves una y dices: esta. Y de pronto, te das cuenta de que esta persona se ha convertido en un dios o una diosa. Y sabes que es una persona como tú, con sus flaquezas y sus fallos, pero le decimos que la querremos con toda nuestra alma, que la querremos para siempre. Y es absurdo, es un sinsentido, pero es un sinsentido maravilloso. El mejor que hemos creado jamás. Y luego, cuando el amor se vuelve amistad, ahí es cuando tienes suerte, cuando eres realmente afortunado. La mayoría de las mujeres con las que he estado siguen siendo mis amigas, y siguen siendo tan fantásticas como al principio.

El amor, como ocurre con la escritura, ¿conlleva, al menos en parte, la desaparición de uno mismo?

Creo que en parte sí. Pero cuando dos personas están enamoradas muchas veces hay dos espejos frente a frente. Una vez comí con una actriz muy famosa y no paraba de mirarme desde muy cerca. Y pensé: vaya, se está mirando en el reflejo de mis ojos. Y eso es lo que hacemos cuando nos enamoramos: nos enamoramos de nosotros mismos. Si la persona por la que caemos rendidos es una diosa, entonces uno debe ser también un dios. Y es maravilloso, por supuesto. Esas primeras semanas, meses, años… Son completamente sublimes.

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