Cultura

Ernaux, la vida como argumento

La nueva ganadora del Premio Nobel de Literatura destaca por la honesta intimidad de su escritura. La suya constituye «una búsqueda directa, desnuda y, en la medida de lo posible, totalmente honesta de lo que se puede llamar una verdad», en palabras del jurado.

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18
octubre
2022

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Cualquier premio tiene mucho de azaroso, de impertinente, de relativo y de justo. Para el Nobel de Literatura, este año se especulaba con los suecos Jon Fosse o Karl Ove Knausgård, el ruso Vladimir Sorokin, el estadounidense Cormac McCarthy o la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichi. Amén de los eternos candidatos, el keniata Ngugi Wa Thiong’o, las canadienses Margaret Atwood y Anne Carson o el libanés Adonis. Finalmente, sin embargo, el galardón recayó en Annie Ernaux, una mujer de escritura íntima, de una contención en estilo y tono que raya en lo espartano, en la que lo propio y la ficción se enmarañan hasta configurar historias que parecieran confidencias de despedida, diarios enclaustrados escritos con el hábito de la redención; un fuego con el que mantener la memoria despierta.

Annie Thérèse Blanche Dúchense (Lillebonne, Normandía,1940) nació en una familia modesta, cuyos padres regentaban una tienda de ultramarinos. Escribió desde pequeña, siempre con el eje de sus vivencias como hilo argumental y una mirada de curiosidad sociológica. El comportamiento, el cuerpo y el deseo son tres de sus temas recurrentes. 

«En el parque estábamos entre mujeres, tranquilamente en un banco o paseando con indolencia por las avenidas en plena tarde. Matando el tiempo, esperando a que el niño crezca. Ellas me preguntaban la edad del mío y comparaban con el suyo los dientes, la marcha, la limpieza. Después, cuando el Renacuajo ya andaba y jugaba con los otros niños, vigilábamos, tiñosas sin parecerlo; éramos cómplices contra los sucios chuchos que hacen sus cosas demasiado cerca, contra los mayores de doce años y sus bicicletas en las avenidas del parque». El fragmento pertenece a La mujer helada (de la editorial Cabaret Voltaire, que posee la mayoría de sus títulos), una novela en la que Ernaux describe cómo la vitalidad y el deseo de una mujer casada, madre de dos niños, va adelgazándose por las tareas que tiene que compaginar y que menguan hasta extinguir el tiempo para sí misma. Es la historia de una mujer que, a fuerza de cocinar, atender a sus hijos, a su marido, trabajar y planificar la economía e intendencia doméstica se convierte en esclava de los otros.

El comportamiento, el cuerpo y el deseo son tres de los temas recurrentes en la obra de Annie Ernaux

Ernaux, que toma el apellido del que fuera su marido, trabajó como profesora durante 23 años en el Centro de Educación a Distancia. La culpa por traicionar lo humilde de sus orígenes obreros, al ascender socialmente a una burguesía más desahogada en lo económico, es una constante en su narrativa. «Tránsfuga de clase», se llama en sus escritos. 

Capaz de desplegar una dimensión política de lo íntimo, Ernaux relató, con una prosa que ella califica de «plana», la vida y el deterioro –físico, mental– de su madre (Una mujer), la primera noche que pasó con un hombre (Memoria de una chica), el cáncer de mama que padeció (El uso de la foto), su relación con un diplomático ruso (Perderse) o el aborto clandestino al que tuvo que enfrentarse (El acontecimiento). El jurado del Nobel destacó su prosa «por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los alineamientos y las limitaciones colectivas de la memoria personal».

Hay cierto acto de contrición en lo que escribe: sus asfixiantes celos, que trata de calmar razonándolos, su derecho a romper con sus raíces y al tiempo hacerlas suyas, el afecto ambivalente para con la madre, la necesidad de retener el deseo del hombre al que ama y al tiempo ofrecerle la libertad que todo amor requiere. La suya «es una búsqueda directa, desnuda y, en la medida de lo posible, totalmente honesta de lo que se puede llamar una verdad», apuntó Ellen Mattson, escritora y miembro del jurado que concedió el Nobel –que se entregará el próximo 10 de diciembre– a Ernaux.

De entre los últimos títulos de la francesa destaca Mira las luces, amor mío, una observación mantenida a los hábitos de consumo y las tretas de un hipermercado: cómo nos vigila, nos seduce y nos controla al tiempo que desvela cómo los no lugares, por utilizar la terminología de su compatriota Marc Augé, acaban convirtiéndose en espacio de encuentros fugaces, también abiertos al asombro.

«Escogemos nuestros objetos y nuestros lugares de memoria o más bien el espíritu de la época decide qué merece la pena ser recordado. Los escritores, los artistas y los cineastas participan en la elaboración de esa memoria. Los hipermercados, frecuentados grosso modo 50 veces al año por la mayoría de las personas desde hace unos 40 años en Francia, empiezan apenas a considerarse entre los lugares dignos de representación. Sin embargo, cuando miro atrás, me doy cuenta de que en cada periodo de mi vida aparecen asociadas imágenes de grandes superficies comerciales, con escenas, encuentros, gente».

Simpatizante de los chalecos amarillos, Ernaux apoya también desde hace años al movimiento internacional BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), que pretende sancionar económicamente a Israel por su política de asentamientos en los territorios palestinos. De ahí que el presidente del Consejo Central de los Judíos de Alemania, Josef Schuster, criticase por «antisemita» la decisión del jurado. Es la decimoséptima mujer que lo recibe, frente a la centena de hombres que lo tienen en su haber. 

Ernaux, que también cuenta con el Premio Formentor, uno de galardones españoles más prestigiosos, afirmó que recibir el Nobel supone «la responsabilidad de continuar». Es decir, continuar escribiendo desde esa primera persona que a veces es un tú o un nosotros; continuar escribiendo desde un lugar en el que habla sobre sí, pero encaramada a una voz que sin ser universal resulta nutrida desde la única certeza del recuerdo. 

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