Medio Ambiente

«El cambio no va a suceder por las COP: los políticos solo reaccionan a las demandas de la gente»

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14
marzo
2023

Joan Martínez Alier (Barcelona, 1939) es considerado el introductor de la economía ecológica y el ecologismo político en España, con lo que ha contribuido con numerosos libros y publicaciones científicas. A ello se suma su peso académico: es catedrático de la Universitat Autónoma de Barcelona de Economía e Historia Económica y miembro del grupo de investigación ICTA-UAB. Un rol que, no obstante, no impide que se dedique a una amplia labor divulgativa: Alier es uno de los impulsores del Atlas de Justicia Ambiental y es director de la revista ‘Ecología Política’. Este año publica dos libros: ‘Tierra, Agua, Aire y Libertad’ y ‘The Barcelona School of Ecological Economics and Political Ecology’. Y no solo eso: esta semana ha logrado hacerse con el prestigioso premio Holberg. 


Sus inicios profesionales se centran en el campo de la economía, si bien rápidamente dio un giro hacia los temas que colindaban esta disciplina con la ecología. ¿Qué le hace entrar en la lucha ecologista?

Mi cambio fue de la economía agraria a la historia ecológica. En este sentido, por tanto, el cambio fue hacia una antropología ecológica que en aquel momento aún estaba naciendo, y yo, que había estudiado ciencias agrarias y ya sabía alguna cosa del tema, me uní a ellos cuando creció la economía ecológica hacia la década de los ochenta. A partir de los noventa y de la revista Ecological Economics he estado involucrado en la economía política de lleno. Es difícil ser de Barcelona y pensar que no hay conflictos sociales, sobre todo en la época histórica en la que me tocó vivir: cuando nací hacia poco que se había hecho una revolución en Barcelona, y luego vino el franquismo. Ahora, el campo de la economía ecológica es un campo de estudios creciente, incluso podría decir que está naciendo, y hay más financiación en los últimos 30 años. Tomemos el Atlas de Justicia Ambiental: la financiación europea fue vital para un proyecto que aún sigue existiendo. 

«La ecología industrial se podrá aplicar a distintos problemas sociales y ver que el problema no es tanto el capitalismo sino las desigualdades de poder y las injusticias»

Uno de sus principales temas de investigación ha sido la llamada «ecología de los pobres», países del denominado Sur Global o de las clases menos favorecidas en el sistema capitalista. Si bien estas personas son las que más van a sufrir los impactos directos del cambio climático y los conflictos ambientales, son también las que menos recursos tienen para enfrentarse a ella. ¿Qué debe pasar para que este paradigma cambie? 

La cuestión no es solamente que el capitalismo perjudique a las personas menos favorecidas, ya que con la industria –que empezó como la conocemos ahora en el siglo XVI-XVII–, las plantaciones de azúcar o la trata de esclavos ya encontrábamos enormes desigualdades e injusticias sociales. La tecnología no siempre ha sido la misma, y en países que han tenido épocas no capitalistas, como la URSS, la energía también era industrial. Lo que debemos estudiar a fondo para comprender los cambios de paradigma y el funcionamiento de nuestras sociedades es lo que llamamos el «metabolismo social»: el uso de energías y materiales de las poblaciones y la forma en que estos se articulan en sociedad. De este modo, la ecología industrial se podrá aplicar a distintos problemas sociales y ver que el problema no es tanto el capitalismo sino las desigualdades de poder y las injusticias. Cada año ponemos 100.000 millones de materiales en la economía, un 30% de ellos en forma de carbón y gas. El resto son cobre, biomasa… Cada año este número crece y, aún así, solamente reciclamos un 8% de los materiales. La economía de ahora no es nada circular, es entrópica. Por ello hay personas que afirman que no estamos en el antropoceno, sino en el entropoceno, de entropía. Por ello, ya encontramos protestas sociales en los espacios en que se están buscando nuevos materiales –llamados commodity extraction frontiers–, como África, el Ártico o la Amazonía. 

¿Existe (o puede existir) una definición universal de justicia ambiental apta para todas las regiones del planeta? 

No, y no me interesa: el tema no es la palabra, sino el movimiento social que le da sentido. El concepto de justicia ambiental se usaba ya en los ochenta con la lucha antirracista, y es que los movimientos de liberación afroamericana, discriminados y esclavizados durante décadas en los Estados Unidos, se manifestaron entonces contra la contaminación de las zonas industriales, mucho más fuerte que en las zonas con mayoría de población blanca, algo que posteriormente la academia ha llamado racismo ambiental, zonas de sacrificio o popular epidemiology. En España hubo la famosa rebelión del Río Tinto en Huelva en 1888 –en la que incluso intervino el ejército– contra la empresa que extraía cobre en la zona. El dióxido de azufre contaminaba el aire: fue una de las primeras revueltas ecologistas propiamente dichas en nuestro país. Pero la justicia ambiental es una cosa global, no importa tanto la definición como la práctica, por esto el movimiento no deja de inventar nuevas palabras y eslóganes. En este sentido, la lucha ecologista me recuerda a la feminista: no hay jefas ni una definición exacta, lo importante es la causa y la práctica.

«Tenemos mucha acción científica, pero también mucha inacción política»

¿Cuál es la asignatura pendiente de la justicia ambiental? Y de hecho, ¿hay algo sobre lo que hayamos discutido demasiado?

La justicia ambiental como movimiento está empezando, por lo que aún no hay temas que hayamos discutido demasiado. En cuanto a prestar más atención, creo que deberíamos mirar más al ecologismo popular o de los pobres, a lo que añadiría también la población indígena, que debe ser más escuchada, ya que es muy activa en los conflictos ambientales. También hay países que, por razones geopolíticas o de lejanía, no hemos atendido suficientemente. Hablo, por ejemplo, del caso de la China: sus protestas son complicadas de estudiar porque son poco espectaculares, mientras que su economía próspera y el miedo la represión dificultan la movilización social, pero no deja de ser un caso interesante y que merece más atención por parte de la academia. Tenemos que hacer los esfuerzos necesarios para estudiar los conflictos ambientales en aquellos lugares del mundo que conocemos menos. Por último, creo que los conflictos relacionados con los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego) serán fundamentales en el futuro próximo. Es el caso, por ejemplo, de las heavy mineral sands en países africanos como Madagascar, que tenemos recogido en el Atlas, donde se excavan playas enteras para extraer los materiales, afectando de forma brutal al ecosistema costero del país. Otro caso: en el Pirineo y el Parc dels Pirineus hay un pueblo con una mina de tulsteno explotada por una empresa australiana que apenas recibe atención por parte de la academia. Hay mucho que estudiar y no hay que dividirlo, sino estudiarlo como un fenómeno global y conectado.  

El Atlas de Justicia Ambiental es una de sus más famosas iniciativas, donde hace un esfuerzo para localizar los principales conflictos ambientales del mundo.

El Atlas es un proyecto colectivo que consiste en elaborar fichas de casos de injusticias ambientales en el mundo. Hay más de 150 personas en todo el mundo, voluntarias o remuneradas, que participan recopilando los casos y sus datos. Sin embargo, el Atlas es solamente una selección de algunos casos, nadie sabe el total de casos de injusticia ambiental que existen en el mundo, y definir cuándo empieza uno o termina el otro es algo complicado. Quizás la ONU –o su programa para el medio ambiente– debería hacer un esfuerzo sobre esto. La Organización Mundial del Trabajo hace algo similar con las huelgas en el mundo, pero en algunos casos es difícil conseguir el reconocimiento del Estado (muchas huelgas son ilegales) o los datos oficiales. 

En los últimos años hemos visto cómo la cuestión climática ha recibido más atención, pasando a ser un tema prioritario en las agendas globales de instituciones políticas y grandes empresas. ¿Considera positivo este vuelco hacia la sostenibilidad o, por el contrario, que el peligro de greenwashing puede alejarnos de la solución climática?

Desde el siglo pasado, la ciencia está publicando artículos sobre el cambio climático, y era un hecho conocido por parte de la academia, si bien no había ninguna alarma política sobre este tema. La agenda política estaba centrada en otras cuestiones. Pero la comunidad científica convenció a los políticos de su urgencia y ahora, hace pocos años, ha llegado a las agendas globales. En este punto, la pregunta es, ¿por qué hemos tardado tanto? La crisis climática una realidad indiscutible y los efectos que va a tener en todo el mundo son ya conocidos por gran parte de la población mundial. ¿Cuánto va a tardar en fundirse en hielo en Groenlandia? Tenemos mucha acción científica, pero también mucha inacción política. Estamos aumentando nuestras emisiones cada año, pero sabemos que tienen un límite. Y este año pasado hemos visto como el IPCC no tiene fuerza política para imponer ninguna agenda global. 

¿Cree que veremos algún día a los gobiernos y a las grandes organizaciones internacionales realmente comprometidos con los postulados de la economía ecológica y los límites planetarios? 

Esto no depende de los gobiernos, sino de la gente. Lo importante es interrumpir discusiones y movilizar. Greta [Thunberg] tiene muchas seguidoras en la India y en África, mujeres jóvenes que salen a la calle a pelear con la policía abanderando la causa climática, algo que era propio del movimiento feminista y que ahora también lo es del ecologismo. Los políticos podrán responder bien democráticamente, bien diciendo que son jóvenes y no saben nada, pero cada vez es más difícil negar las evidencias del ecologismo. El conflicto se ha convertido en intergeneracional, y es social en tanto que nos afecta a todos. El cambio no va a suceder por las COP o conferencias del clima, ya que en estos escenarios las luchas se convierten en luchas entre Estados y se olvidan las demandas de los movimientos de protesta. Los políticos solamente reaccionan a las demandas de la gente.

«Si dejamos que cada uno marque su propia agenda hablando de desempleo, salud o educación perdemos el foco de lo que es realmente urgente»

Este año publicará un libro llamado Tierra, Agua, Aire y Libertad. ¿Por qué insiste en que debemos poner atención a estos conceptos? 

Este eslogan proviene del lema «tierra y libertad» de los campesinos rusos, que llegó a España con los movimientos anarquistas y luego, durante la Guerra Civil, dio paso a México y posteriormente también a la Revolución Zapatista. El lema está muy ligado a los movimientos activistas de zonas agrarias y representa la defensa de la tierra como la capacidad de agencia de los campesinos. En el título del libro he añadido agua y aire porque, en el ecologismo, el acceso, calidad y uso libre de estos dos elementos tienen mucho que ver con lo que se demandaba con el lema original. A veces hay que escoger títulos que llamen la atención de las personas para que sea interesante, lo hemos visto en muchos movimientos de justicia ambiental en todo el mundo. El libro es una colección de más de 500 ejemplos sacados del Atlas y algunas de las fichas en las que he intervenido. 

En los últimos años hemos visto crecer los movimientos que niegan la existencia del cambio climático, llegando a suponer más de un 15% de la población en países como Noruega o Australia. En España se calculó que la cifra rondaba el 2% de la ciudadanía. ¿Cuál es el mayor antídoto para estas tendencias? 

Lo más positivo sería que hubiera grupos políticos que dijeran que la cuestión ecológica es la más importante. Si dejamos que cada uno marque su propia agenda hablando de desempleo, crecimiento de la economía, salud, educación o partidos racistas perdemos el foco de lo que es realmente urgente. Si hubiera una fuerza social que hablara de un nuevo sistema ecológico basado en el reparto y con una repercusión beneficiosa contra el cambio climático, a favor de la biodiversidad, a favor de una mayor igualdad en el mundo… supongo que entonces conseguiríamos poner la ecología política en el centro de la política. Quizás en diez años lo veamos. Los actuales partidos verdes tienen buenas ideas, pero se van acomodando en la agenda del statu quo. En el siglo XX, la cuestión social era la más importante. Después de la Segunda Guerra Mundial, con el keynesianismo y la socialdemocracia, la cuestión social persistió como un tema prioritario. Con la crisis del petróleo de 1973, la cuestión agraria, la cuestión ecológica y la preocupación por el cambio climático se abren paso, algo unido a una crisis del sistema energético y económico. Ahora la reflexión es cómo poner la cuestión ecológica en el centro de la política.  

¿Qué pide a las nuevas generaciones de activistas?

Necesitamos activistas jóvenes del Sur como Disha Ravi, de Fridays for Future en India, que actúen en las calles y aprendan a resistir golpes de la policía y la cárcel; la lucha por el futuro vale la pena. Necesitamos activistas de países ricos que salgan a protestar a las calles también, pero sobre todo que conozcan mejor el Sur. Que en España, por ejemplo, sepan de dónde llega el fósforo, el gas del norte de África y de Nigeria, que viajen, se expongan y aprendan apoyando los movimientos del Sur. Y también que investiguen a nuestras propias transnacionales extractivistas. 

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