Sociedad

«Más se perdió en Cuba» (o cómo aceptar lo inevitable)

El refrán popular, originado tras la pérdida de las últimas colonias, esconde un sentido sencillo: invita a aceptar los hechos de la vida tal como son, independientemente de nuestros deseos.

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19
enero
2023

Los dichos y refranes populares contienen más sabiduría de lo que puede parecer a simple vista. De esto da fe el título de un libro bien conocido en la historia de la bibliografía nacional, Los refranes filosóficos castellanos, publicado en 1962. Uno de ellos, empleado para resignarse a alguna dificultad, pérdida o desgracia, es aquel que dice «más se perdió en Cuba». El dicho, por supuesto, hace referencia a la Guerra de Cuba, que desembocó en la pérdida en 1898 de las últimas colonias del antiguo Imperio español.

Se trataba de un hecho que las élites y la intelectualidad española contemplaban con verdadero pavor. Previamente a 1898, Cánovas del Castillo habla de esta posibilidad en el Consejo de Ministros. Y lo hace no sin dramatismo, afirmando que sería «una desgracia nacional tan inmensa, que aquel día habría concluido yo para el mundo… No sólo pondría término a mi vida pública, sino que tengo por cierto que no podría sobrevivir a la pérdida de Cuba y que se extinguiría en mí hasta la vida física». Curiosamente, Cánovas jamás hubo de confrontar el hecho, ya que que fue asesinado en el balneario de Santa Águeda por un anarquista en 1897, un año antes de la desgracia cubana. La derrota, una de las desgracias históricas nacionales por antonomasia, encarnaría así un referente de pérdida que exige de nosotros la resignación.

El sentido del refrán, por tanto, es sencillo: la cosa podría haber sido peor, por lo que se trata de relativizar el daño. De esta forma, se reinterpreta un hecho a priori considerado negativo mediante un intento de desposeer a este de toda negatividad intrínseca. Como los antiguos estoicos, la idea sería despojar al hecho trágico del valor negativo propio, haciendo de este algo relativo. Esa es su esencia positiva: algo peor siempre podría ocurrir (por lo que el hecho, así, no es para tanto).

El sentido del refrán es sencillo: la cosa podría haber sido peor, por lo que se trata de relativizar el daño

La pérdida de Cuba tuvo un efecto negativo real sobre la población española, cuyo pecado nacional suele decirse que es la envidia, un sentimiento corrosivo producido por la falta real de autoestima. Otros países que han perdido guerras, como Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial, han padecido también obvias crisis de identidad. No en vano, tal como señalan las estadísticas,  España es el menos chovinista y nacionalista de los países europeos, algo que, aunque aparentemente positivo, encierra una falta de apreciación de los atributos propios y una considerable falta de amor a uno mismo, sentimiento que sirve de base a otras pasiones negativas.

El empleo de esta comparación con el fin colonial invita a pensar que uno debe aprender a aceptar los hechos de la vida y que la realidad no se ajusta siempre, ni mucho menos, a nuestros deseos. Cuanto antes integremos y comprendamos verdaderamente dicha verdad, mejor será para nosotros como personas, ya que se trata de un aprendizaje fundamental del proceso de maduración humano. Son los menores de 30 años, aproximadamente, quienes tienden a creer que «el universo conspira a su favor» (empleando la terminología de Paulo Coelho), pero no es hasta llegar al final de la veintena cuando aprenden la amarga verdad, que es interiorizada, básicamente, a partir de una o varias derrotas. Es entonces cuando el ser humano aprende a ser más humilde y a lidiar con los hechos del mundo, casi siempre independientes de nuestros deseos. Relativizar las desgracias y, sobre todo, saber canalizar y emplear positivamente las pasiones y sentimientos producidos por las mismas es esencial para llevar una vida sana y cabal. El ser humano ha de saber liberarse de las cargas que la existencia va depositando en uno, algo que se logra a través de la aceptación: saber digerir la pérdida es fundamental para la adecuada supervivencia de cada uno de nosotros; es necesario saber integrar aquello que nos resulta dañino. Nuestras pérdidas y desilusiones son también parte de nosotros, y hemos comprenderlo tanto intelectualmente como emocionalmente para poder llevar una vida lo más saludable y robusta posible.

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