Sociedad

El suicidio, un tabú en la sociedad Mr. Wonderful

Dos años antes de que una persona se suicide, ya está teniendo ideas suicidas. Normalizar el diálogo en torno al suicidio es fundamental para ayudar a prevenirlo.

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24
febrero
2021

Cerca de 800.000 personas se suicidan al año o, lo que es lo mismo, cada 40 segundos alguien se quita la vida en algún lugar del mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tras estas cifras se esconde una realidad todavía más alarmante: el organismo internacional estima que por cada persona que se suicida hay veinte que lo intentan. Aunque ocho de cada diez suicidios se producen en países de ingresos bajos y medios, aquellos con ingresos altos están muy lejos de encontrar una forma de reducir las cifras. En España, aunque las estadísticas son más bajas que en la mayoría de países europeos, el suicidio es la principal causa externa de muerte, duplicando las causadas por accidentes de tráfico.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) recoge que, solo en 2018, se suicidaron 3.539 personas en nuestro país. «Además, bajo otras causas externas –ahogamientos y envenenamientos, caídas u otros accidentes– pueden ocultarse muertes por suicidio que, por distintos motivos, no son asignadas a esta causa», señala la Confederación de Salud Mental de España. A las víctimas se suma el número de afectados que provoca cada muerte y que hace del suicidio un problema de salud pública: la OMS lleva advirtiendo desde el 2000 que un suicidio individual afecta íntimamente, al menos, a otras seis personas. En otras palabras, solo en nuestro país más de 21.000 personas al año se verán afectadas por los suicidios de familiares o amigos.

«La felicidad tiene dos caras: una experiencial o emocional y una evaluativa o cognitiva. La primera consiste en un equilibrio entre las emociones positivas como el júbilo, la alegría, el orgullo y el placer, y las emociones negativas como la preocupación, la ira y la tristeza», escribe el filósofo y científico Steven Pinker en su libro tótem En defensa de la ilustración (Paidós). Además de lo que sostiene Pinker, hay que contar con una tendencia –si no imposición– de nuestra sociedad actual: estar mal no es una opción, y por tanto, experimentar emociones negativas ya no es una parte sine quanon para ser feliz. ¿Puede haber equilibrio sin dos elementos que se contraponen?

Bas Maestre: «Para la sociedad, escuchar que a alguien no le merece la pena vivir supone un ataque»

«Las personas tienen muy censuradas las emociones negativas y desagradables. Hay escasa tolerancia al malestar», explica Alejandra Gabaldón, psicóloga general sanitaria en la clínica Clasifical Psicólogos. Un hecho que unido a la presión constante que generan las redes sociales por tener una vida idílica –o aparentarlo– genera dos tipos de situaciones que pueden derivar en consecuencias muy graves. «Por un lado vamos acumulando y tapando mucho estas emociones y en situaciones difíciles no nos permitimos pasar por ellas para regularlas bien. Así se van enquistando, pudiendo derivar en problemas emocionales muy complicados cuando explotan. Por otro lado, hay un tipo de personas que no tapan las emociones pero sí tienen unas expectativas muy altas en cuanto a cómo deberían sentirse en todo momento, lo que lleva a generar una infelicidad e insatisfacción constantes por no alcanzar esas expectativas», añade la experta.

«Las emociones negativas siempre se han entendido como algo que no debería existir, empezando por la frase de que los niños no lloran», opina Susana Bas, especialista en psicología clínica y codirectora del centro de psicología Bertrand Russell. Cuando se trata del suicidio, Bas considera que el tabú también ha existido desde siempre por diferentes motivos. «Para la sociedad, escuchar que a alguien no le merece la pena vivir supone un ataque a sus pilares. A esto se suman las corrientes religiosas: históricamente ha sido pecado, porque se entiende que uno no tiene derecho a quitarse la vida».

El peligro del silencio

No hablar de algo no implica que eso desaparezca… Aunque sí puede crear la ficción de que esa realidad no existe: para aquellos a los que no les toca, el silencio suele implicar desconocimiento y miedo. «La propia persona que tiene ese tipo de ideas se siente muy sola porque no sabe a quién se lo puede contar. Piensa que le van a llamar ‘loco’ o que le van a encerrar en algún sitio y se avergüenza de sentirlo», explica Bas. Algo que muchas veces, comenta, se debe a la reacción del entorno más cercano: «A veces la respuesta de la familia, de la pareja o de los amigos es de incomprensión, porque cuesta empatizar con que a alguien, en un momento determinado, no le merezca la pena seguir viviendo».

La soledad –que ambas expertas señalan como uno de los sentimientos más arraigados entre las personas con tendencias suicidas– está, de manera casi indisoluble, fomentada por el tabú que rodea al suicidio. A diferencia de otro tipo de muertes por causas externas como los accidentes de tráfico o la violencia de género, no existe ninguna campaña pública de concienciación sobre el tema. Una ausencia que tanto entes públicos como medios de comunicación han justificado a lo largo de los años para evitar el efecto llamada. 

A diferencia de otro tipo de muertes, no existe ninguna campaña pública de concienciación sobre el suicidio

No obstante, la Confederación de Salud Mental de España lo cuestiona en su manual Recomendaciones para el tratamiento del suicidio por los medios de comunicación. «Las cifras de suicidio en España, aunque con tasas menores que en el resto de Europa, hacen necesario que se superen los hábitos tradicionales que abogaban por silenciar el suicidio en la prensa. Debemos dotarnos de nuevas reglas para el tratamiento informativo que permitan hacer llegar a la población la información adecuada sobre los recursos disponibles que ayuden a cumplir los objetivos de prevención», insisten.

Los estudios más recientes recomiendan que haya una información suficiente y accesible sobre el problema del suicidio.  «Para las personas que empiezan a tener este tipo de pensamientos es una manera de saber a dónde acudir en un momento de emergencia. En la Seguridad Social, por ejemplo, las citas de psicología son cada dos meses por lo que es importante que en una situación así se sepa dónde y de qué manera tiene que pedir ayuda», explica Gabaldón.

El silencio complica la prevención.  «Los estudios dicen que dos años antes de que alguien intente suicidarse ya está teniendo ideas suicidas. Esos dos años son un momento perfecto para que los profesionales, si conocemos la situación, podamos ayudar», explica Bas. Una ayuda que, matizan, solo puede brindarse si la persona afectada sabe dónde acudir. «Tenemos que ayudar desde la sociedad normalice el diálogo en torno al suicidio, solo así podremos ayudar a prevenirlo», concluyen.

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