Salud

Cuidar la salud mental en el mundo digital

La constante exposición y conexión, la nula diferencia entre vida laboral y ocio y la conversión del individuo en producto son tan solo algunos ejemplos de las consecuencias del mundo digital.

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13
enero
2023

Conexión, información, interacción, fluidez, velocidad y muchas posibilidades. Todo esto es solo parte de lo que potencia la digitalización que ya impera en nuestras vidas. Potencia especialmente lo último: posibilidades, ya sean de nuevos negocios, nuevas amistades o nuevos nichos creativos. Pero también de fomenta otros aspectos dañinos para nuestra salud mental: el aislamiento, el estrés, la inseguridad, la ansiedad e incluso la agresividad.

Las nuevas tecnologías no solo han llegado para quedarse, sino también para reorganizar nuestro modus vivendi. Por más que todos conozcamos a alguna persona que asegura, orgullosa, no participar en las redes sociales ni invertir excesivo tiempo en navegar por internet, una conversación en profundidad sobre el influjo de la digitalización en su vida arrojaría resultados distintos. El mundo, hoy, es digital (y lo seguirá siendo cada día más).

Un nuevo universo

La tecnología digital se ha erigido en principal vía de comunicación e intercambio de información, así como en vertebradora del ocio y la conexión con los demás, algo acelerado aún más por la pandemia de covid-19, llegando a generar, en algunos casos, una dependencia absoluta del uso de las nuevas tecnologías (y, de paso, trastocando la estructura psicológica y social del ser humano).

La información que consumimos a través de los medios digitales no es narrativa, sino aditiva: crea una suerte de suma y sigue que nunca acaba

Solo tenemos que atender a un caso concreto para comprender hasta qué punto la digitalización afecta a nuestras vidas: el del teletrabajo. El aumento del control, la vigilancia masiva vía mecanismos digitales, el aislamiento, la hiperconexión, el incremento de las horas laborales o la violación implícita de la privacidad son solo algunos de los riesgos que evidenció la urgente digitalización del entorno laboral. Depresión, ansiedad o burnout son solo algunos de los términos que ilustran sus nocivas consecuencias.

Pero los riesgos van más allá del entorno laboral y entran de lleno en nuestras vidas. En 2021, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han publicaba No-cosas, un ensayo en que desenmascaraba los peligros ocultos en el vertiginoso proceso de digitalización de la sociedad actual. En él, Han se centraba en la quiebra psicosocial que suponía el advenimiento de lo que él denominaba «no-cosas», un término con el que se refería a todo aquello desmaterializado por lo digital.

El filósofo asegura que la digitalización «suprime los recuerdos», ya que «en lugar de guardar recuerdos, almacenamos inmensas cantidades de datos». Por tanto, no es lo que vivimos, sino lo que percibimos a través de una pantalla: es eso lo que nos hace entender la realidad como fuente de estímulos y sorpresas y nos vuelve ciegos para las cosas silenciosas, discretas y habituales que, sin estimularnos de la misma manera, son las que realmente nos anclan al ser.

Uno de los mayores riesgos que Han advierte en la digitalización radica en cómo nos hace percibir el tiempo. La información que consumimos a través de los medios digitales no es narrativa, sino aditiva, creando una suerte de suma y sigue de noticias que solo buscan el impacto y no la narración. «Las informaciones, como unidades discontinuas de breve actualidad, no se combinan para construir una historia», explica. Y ello constituye una forma sutil de desmantelar el concepto temporal y, de paso, anular nuestra capacidad de construir un criterio propio: lo digital fragmenta en numerosas partes la vida, atrapándonos en la falta de memoria –y la consiguiente ansiedad que esta provoca– para seguir llenando un vacío que aumenta.

Otro de los peligros que el filósofo encuentra en el exceso de digitalización es la transparencia que implica. Nada se oculta en las redes sociales, sino que todo se muestra y todo puede ser objeto de exposición; no hay límites al exhibicionismo, lo que hace que la realidad se desmaterialice y pierda densidad. Muchas personas pasan sus horas en las redes sociales, mirando la vida de los demás, olvidando la propia y poniendo en riesgo su salud mental. Lo mismo ocurre con el sencillo e inmediato acceso a la pornografía, los juegos de azar o la violencia explícita que tienen las personas jóvenes: todo ello pone en riesgo la salud mental y social de las nuevas generaciones. Desde esta perspectiva, hemos pasado de la posesión al consumo, y tal como aseguraba Walter Benjamin, «el coleccionista es el último reducto de las cosas porque despoja a estas de su carácter de mercancía».

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